Condenas para la banda que movía cocaína por kilos

Los acusados asumen penas que suman 57 años de cárcel

08 may 2018 / 08:26 H.

En diciembre del año 2016, el teniente coronel de la Comandancia, Luis Ortega Carmona, presentó la operación “Copernicus” como uno de los golpes “más duros” asestados a los narcos de la provincia. Los números avalaban esta afirmación: hubo 26 detenidos y se intervinieron cuatro kilos de cocaína, tres de marihuana y otro de hachís. Ayer, la Audiencia de Jaén condenó a los veinte acusados que formaban parte de un entramado que movía la farlopa por kilos en varias provincias españolas. En el banquillo se sentaron desde el capo principal hasta los intermediarios en cada uno de los territorios, los “guardianes” y colaboradores e, incluso, los camellos de baja estofa. Todos se reconocieron culpables de un delito contra la salud pública y aceptaron condenas que suman casi 57 años de cárcel —inicialmente la Fiscalía solicitaba 98 años de prisión—.

Iban a ser cinco días de juicio, pero, al final, los procesados reconocieron los hechos. El acuerdo de conformidad se había fraguado en los últimos días entre los abogados defensores y la fiscal Silvia Muñoz. Los considerados cabecillas de la banda seguirán entre rejas con condenas superiores a los cuatro años de cárcel.

La investigación comenzó a fraguarse en el verano de 2016, cuando se detectó un incremento del tráfico de drogas en varias ciudades de la provincia. Avanzó en septiembre de ese año, cuando el Juzgado de Instrucción número 3 de Andújar autorizó a la Guardia Civil a “pinchar” varios teléfonos. El objetivo inicial de las pesquisas era Manuel C. M., alias “El Chispa”. Este iliturgitano de 43 años era el cabeza visible de una banda de narcos que trabajaba en la provincia. Su lugarteniente en la organización es su primo, Juan M. G., conocido como “El Pelele” y que dirigía el negocio en la capital jiennense con un gimnasio como tapadera. Fue el que registraron los agentes de la Guardia Civil en la mañana del 8 de diciembre de 2016, cuando estalló la operación “Copernicus”. También entraron en la vivienda de Jacob T. A., un piso ubicado en la Avenida Antonio Pascual Acosta de Jaén, donde se recibía la mercancía, se almacenaba y se guardaba el dinero.

La célula jiennense fue el hilo del que tiró la Guardia Civil para llegar al resto de la organización, es decir, a los “capos” que manejaban la droga. Y es que “El Chispa” tenía varios proveedores. Uno de ellos le mandó el 28 de octubre un porte importante, con 1,3 kilos de cocaína. Para entonces, los investigadores ya sabían que la mercancía iba camino de Jaén y que el destino era el piso de la Avenida Antonio Pascual Acosta. “Donde comimos la otra vez”, dijo uno de los detenidos en las grabaciones efectuadas de sus conversaciones. Con ese lenguaje en clave, se referían al lugar donde tenía que hacerse la entrega de la “farlopa”.

La droga, que procedía de la provincia de Cádiz y estaba oculta en el salpicadero de un coche”, fue interceptada y el conductor del vehículo, arrestado. Fue en un control realizado a tal efecto en una de las entradas de la capital jiennense.

La Guardia Civil no se quedó ahí. Sabía que “El Chispa” tenía otros proveedores con capacidad para suministrarle el kilo de cocaína que solía necesitar cada mes. Por eso, decidieron mantener abierta la investigación. No les falló el olfato. El 3 de diciembre, “El Pelele” envió un mensaje a su primo en el que le decía que estaba preparando “una fiesta” y que lo quería invitar. Fueron los actos preparatorios de un envío de droga.

La banda de Jaén acudió a un vecino de Madrid, Carlos C. G., alias “El Rubio”. “El Chispa” negoció con él los detalles del envío, siempre con un vecino de Ciudad Real como intermediario. Hablaron en clave y se refirieron al kilo de cocaína como “un cubierto”. Todas las conversaciones están grabadas. Cerraron el negocio el 7 de diciembre. Ese día, Carlos C. G. dio la orden y su “mulero” partió desde Madrid con un coche en dirección a la capital jiennense. La Guardia Civil lo estaba esperando a mitad de camino. Transportaba 1.100 gramos de “farlopa” de gran calidad. Al día siguiente, estalló la operación “Copernicus”, con los registros simultáneos y las detenciones. Ocho de los veinte acusados estaban todavía en prisión preventiva: Entre ellos, están Manuel C. M., alias “El Chispa” y su primo Juan M. G., apodado “El Pelele”. También están entre rejas los dos proveedores: el de Cádiz, José H. H., y el de Madrid, Carlos C. G., alias “El Rubio”, así como su lugarteniente y su transportista. Para ellos, han sido las condenas más elevadas en el juicio celebrado ayer.

Lenguaje en clave y mucha seguridad

Una de las cosas que más llamó la atención de los guardias civiles que realizaron la operación “Copernicus” fueron las grandes medidas de seguridad que adoptaban los miembros de los diferentes grupos para tratar de ocultar sus turbios negocios. Así, utilizaban sofisticados sistemas de seguimiento con los que controlaban el lugar exacto en el que se hallaba la droga en cada momento. Colocaban “balizas” en los coches en los que se hacía los portes y e instalaban cámaras con las que detectaban los posibles seguimientos de la Guardia Civil. Otro de los aspectos llamativos es que contaban con su propio “mecánico” para poder arreglar los automóviles utilizados en sus transportes y habilitar dobles fondos. Entre las medidas de seguirdad empleadas, los narcos solían acudir a teléfonos públicos, sabedores de que son más difíciles de “pinchar” y solían cambiar de número de móvil cada cierto tiempo. De hecho, se llegaron a intervenir 65 terminales en el marco de la investigación. La organización contaba con “guarderías”, es decir, lugares donde se almacena la droga para que los jefes no tuvieran que tocarla.