“Cocino lo que tengo y como lo que hay, no soy delicada”

María Isabel Guimaraes Almeida vive el confinamiento sola, sin luz y a la espera de su desahucio

09 abr 2020 / 12:01 H.
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Antes del coronavirus, huía del frío del invierno refugiándose en la biblioteca del barrio. Pasaba buena parte de la mañana al calor de los libros y de la calefacción. Entonces no tenía agua ni luz. Ahora, confinada y a la espera de su desahucio, tiene agua pero sigue sin luz. Aqualia se encomendó al espíritu del escudo social decretado por el Gobierno y Endesa sólo a la letra. “Antes, cuando hacía frío, por las tardes en invierno, me iba a las cinco y media o a las seis a la biblioteca del barrio en La Magdalena, hasta las nueve. Allí leía, estaba calentica y tenía luz”, relata como si aquellos días hubieran sido un oasis de bienestar antes del encierro forzoso.

Llegó a España procedente de Carmo do Paranaibo, una ciudad al noroeste del estado brasileño de Minas Gerais. “Tengo cinco hijos y soy de una familia numerosa. Allí tenemos una casita con luz, con agua, somos pobres pero no nos faltaba lo básico. Trabajaba en la limpieza y en el campo, en la recolecta del café, y cuidaba a mi madre. Aprendí a pintar y hacía mis cositas para venderlas. Una amiga que trabaja en España hace muchos años me dijo que me viniera, porque allí no están bien las cosas. Estuve quince años en Las Palmas, en Santa Cruz y luego fui a Madrid cuidar de mi nieto cuando mi hija, que vive allí, dio a luz. Conocí a mi pareja, que es de Jaén y nos vinimos a vivir aquí”. Así llegó a la provincia por primera vez, en un periplo de casi 8.000 kilómetros y quince años, el 2 de agosto de 2017 para quedarse desde octubre de ese año. Ha trabajado de limpiadora, de peón de albañil en Puente Tablas y, con buena mano, pinta maletas restauradas, cajas de zapatos, botellas. Cualquier recipiente que sirva para decorar, almacenar cosas y venderlos. Para una mujer, migrante que llegó a España con 35 años y ahora tiene 53 Jaén no es fácil para el trabajo. Tampoco la vida y sus avatares. “Ahora estoy sola desde lo que le pasó a mi pareja que está allí abajo —en la prisión—, pero seguimos juntos. Vivo de una prestación que tengo y mis ahorritos del paro y de lo que he trabajado”. Mucho antes del decreto del estado de alarma habían señalado su desahucio. Su pareja tuvo que renunciar a la herencia del piso. Se suspendió con la ayuda de la PAH, la plataforma de afectados por la hipoteca. Acabará ejecutándose, pero tiene alternativa. “Afortunadamente ya tengo un piso y he pagado la fianza hasta julio, con los dineritos que tenía ahorrado y la prestación”, explica.

HOY Y MAÑANA. Le ayuda al Fundación Don Bosco, Cáritas y la plataforma. “España es como mi segunda patria, y aquí en Jaén me han trabado muy bien. La Fundación Don Bosco es como mi familia”, dice agradecida. Va una vez por semana a recoger comida. “De lo básico no me falta de nada, no puedo decir lo contrario. Cocino lo que tengo y como lo que hay, no soy delicada”. La intendencia en casa es otra cosa. Los alimentos perecederos están reñidos con una nevera sin electricidad. Es su vecina Conchi —entrañable amistad entre ellas—, quien se los guarda: “Ahora subo lo preciso, toco la puerta, sale y me lo recoge. Antes pasábamos más tiempo juntas, me cargaba el móvil, ahora tengo que racionarlo mucho para poder hablar con mi familia y con mi pareja. Así pasan los días”.

Se levanta temprano y se acuesta antes. Puede ser una rutina similar a la de cualquier confinado, pero no es lo mismo. Es en sí la metáfora de la desigualdad y la exclusión en el encierro. “Me levanto y desayuno leche con galletas. Luego me ocupo del piso, lo tengo muy bien. La ropa es un problema, la pongo en un barreño con agua. Cocino al medio día y cuando se va la luz me acuesto después de pintar algo y hacer otras cosas. Pienso un poco y luego me digo: !Un día menos! ¿De cena? Leche con galletas también”, responde, con humos y entereza a partes iguales, preguntada por su día a día. El día después tiene un horizonte a medio plazo que se llama Madrid. ¿Y Jaén? “Aquí es difícil trabajar, prefieren contratar a mujeres más jóvenes. Tenía ilusión por la aceituna, pero no llaman a mujeres apenas. Cuando pase todo quizá una amiga me lleve a la limpieza, pero cuando salga mi pareja nos iremos a Madrid, él hace un poco de todo, pero lo suyo es la albañilería, aquí tengo sus herramientas. Nos iremos a buscar algo y allí estaré con mi hija”.

Le duelen más las malas lenguas que la dureza de su vida: “Hay gente que dice cosas sin razón, sin conocerme. Yo tengo fe en Dios, que me ha puesto en el camino a mucha buena gente. Eso me da mucha fuerza”.

Jaén