Tercer volumen

    29 sep 2019 / 12:17 H.

    Creo que influyó todo. Era verano, con un mes de agosto rabioso que dejaba la tarde de sábado vacía, pero con la librería abierta. ¿Cómo es que sigue funcionando?, le pregunté al empleado que estaba literalmente sumergido en la pantalla de su móvil con una expresión lasciva en su cara. Ya ve, mi tío se encuentra enfermo y quiere que abra; una tontería, porque los libros que no tienen puesto el importe tengo que subir a preguntarle y pedir al cliente que espere en la calle hasta que yo baje con el precio. Me dediqué a vagar entre las estanterías haciendo las visitas de siempre cuando comprobé que a continuación del volumen I y II de la trilogía “maldeciré tus labios”, de Nicolás Pó, estaba el volumen III, titulado “... ya yertos”. Se sabía que la edición de ese tercer volumen constaba de doscientos ejemplares que no habían sido puestos a la venta. De vez en cuando aparecía el volumen III en los estantes de alguna librería. Se pensaba que el autor lo dejaba allí para que alguien lo encontrara. En internet, los afortunados que lo habían hallado se esforzaban en decir que el libro tenía las páginas en blanco, pero los lectores de Nicolás Pó pensábamos que se trataba de una artimaña de este escritor irreverente. Cuando tuve el libro en mis manos intenté desplastificarlo para leer algo, pero me era imposible, el plástico parecía kevlar transparente, ese material con lo que están hechos los chalecos antibalas. Entonces apareció el sobrino. Seguía teniendo la misma cara que cuando entré. ¿Le interesa? Y tomó el ejemplar con un movimiento elegante y rápido para después decirme: tengo que subir a preguntar a mi tío porque no tiene reseñado lo que vale, ¿le importa que suba?, ah, me fío de usted, no hace falta que se vaya a la calle. La aparición del tercer volumen de aquella trilogía en alguna de las librerías del país se había acompañado siempre de un escándalo, por lo que de forma intuitiva dejé bien claro: no, no se preocupe, esperaré fuera. Fui hasta la puerta y la cerré detrás de mi al tiempo que me esforzaba en aclarar: esperaré sin problemas. La calle echaba llamas. El sol de la tarde entraba en toda su extensión, sin dejar un rectángulo de sombra en las aceras. Los escándalos, tras la aparición de un volumen, eran llamativos: desde un culturista entregando el libro pasando por toda una banda de música acompañando a un repartidor, incluyendo el pinchazo de las ruedas de los coches, roturas de escaparates, descalabraduras, retención de personas. Por fin se abrió la puerta. Mi tío le regala a usted el libro, y me lo entregó envuelto cuidadosamente. Iba andando por la calle, preocupado por si las páginas estaban en blanco, pero ajeno a que al día siguiente encontrarían el cadáver del librero el cual no tenía sobrinos.