Las manos de mi abuela

23 oct 2016 / 11:34 H.

Las manos de mi abuela son blancas como los pétalos de la flor más hermosa que puedas encontrar, las manos de mi abuela huelen a jabón, a limpio, y son tan suaves y blancas.... Son finas, delicadas y tiernas y hasta cuando se enfadan son dulces. Acarician sin descansar un segundo su gastado rosario, rezando a través de sus cuentas por el que viaja, por el que se examina, por el que tiene su primer día de trabajo, por la que da a luz,... por todo aquel que entre el ruido y la prisa no puede pedir un poco de ayuda celestial para sobrellevar el aliento de cada día. Las manos de mi abuela han llorado y han reído pero sobre todo han cuidado y protegido a los suyos y hasta a los que no lo eran, con el mimo intenso de una madre, de una abuela. Mi abuela es la prudencia y la paciencia encarnada. Y sus silencios son los sonidos de su pensamiento, que permanecen mudos y asumiendo “lo que tenga que venir”. Agradecida por todo y sencilla hasta el extremo, con el brillo en la cara que da el agua clara, porque cuando el corazón es limpio no hay perfume más intenso. Con espíritu de entrega cada instante de su vida, dispuesta, sumisa,... Porque mi abuela era buena, pero buena buena. Sus nietos hemos gozado de apretones y palabras dulces “primor”, “reina”,... y nos hemos librado de las regañinas y pellizcos “de monja” que vivieron nuestros padres y tios. Porque después de toda la vida sembrando amor lo que se recoge es amor, y es imposible no recordarla un día. Y recordarla aun más cada día en otros rostros y manos, en otras palabras y gestos, esa sí que es mi suerte. Lo que si se es que si algún día tengo que elegir entre miles de cosas bonitas yo me quedo con las manos de mi abuela.