La historia
del baloncesto

    09 oct 2016 / 11:04 H.

    Cuando decidió aceptar el encargo —nada lucrativo— de escribir la historia del baloncesto, lo primero que hizo fue activar su código DCA (Data charger awareness) (Cargador de Datos de Conciencia) para obtener todo lo escrito sobre el baloncesto. El implante cerebral DCA permitía asimilar los datos sin necesidad de estudio. Sus padres le obsequiaron al nacer con este implante, lo que supone tener ventajas intelectuales sobre el 90% de los casi doce mil millones de habitantes de la Tierra. Los antecedentes remotos del DCA eran los códigos BIDI (Bidimensionales) tales como los QR (Quick Response), Datamatrix (Matriz de Datos) y PDF417 (Portable Data File) (Archivo de Datos Portátil). Llegado el momento adquiriría el implante ASHP (Alert System Health Parameters) (Sistema de Alerta sobre Parámetros de Salud) con el que tendría, salvo imprudencias, una mayor supervivencia. El trabajo sobre el baloncesto no constituía un encargo complejo. A las dos horas, la historia del baloncesto, que como inventor indiscutible tenía a James Naismith (1891), quedó lista para ser consumida en todos los formatos y en todos los idiomas mediante un multitraductor. Además se incluía un espectacular álbum gráfico sobre las lesiones, jugadas y alineaciones históricas. Una entrada para profesionales completaba el minucioso trabajo; los profesionales podrían tener acceso a bases de datos de clubes y entrenadores. En los días siguientes, sin motivo aparente, su conciencia volvía una y otra vez sobre los datos del Baloncesto; los comparó con otros deportes como el desaparecido balompié, cuyo motivo de extinción fue la bancarrota junto con sus limitaciones a nivel de estadios y espectadores. Intentó racionalizar sus impresiones sobre el baloncesto: a lo largo de los años existían variaciones en ese deporte, pero éstas se centraban a nivel del número de jugadores y el numero de canastas, tal como ocurría con el baloncesto callejero. La otra variación se trataba de la estatura de los jugadores. Los espectaculares 2,24 metros de principio de siglo XXI se habían convertido en los 2,40 metros. Los jugadores seguían creciendo pero la distancia del suelo a la canasta permanecía en los 3,05 metros. A un jugador le bastaba dar un saltito de 60 cm para llegar al aro. Cualquier persona de baja estatura era capaz de superar ese salto de 60 centímetros, pero no encontraría un aro para machacar. La cuestión estaba clara. El encargo no tenía otro motivo que buscar puntos de desigualdad para ser utilizados con el fin de encauzar la agresividad y las reivindicaciones de la sociedad sobre elementos planos —no desestabilizadores—. En días sucesivos vio como surgían movimientos reivindicando el readaptar los 3,05m (distancia del suelo a la canasta) según la estatura del ciudadano. Si estos movimientos triunfaban, todo el mundo podría sentir el placer de machacar e incluirse en el mundo de sensaciones de los gigantes. Mientras tanto, otros elementos diferenciales de la sociedad permanecerían sin presión para ser modificados —caso de los DCA y ASHP— y que te aseguraban pertenecer a ese percentil en donde no llegaba prácticamente nadie.