Jaleos, levanticas
y livianas

11 dic 2016 / 11:23 H.

No llevo contadas las veces que he escrito que en el flamenco se repite con bastante frecuencia el hecho de que una palabra designe conceptos diferentes, así que, que nadie se extrañe cuando ahora lea que el sustantivo “Jaleos Extremeños” no es, ni más ni menos, que una forma de bulerías. En este caso, nos referimos a las bulerías que se hacen en Extremadura, así que jaleos y bulerías son palabras sinónimas. Aunque eso sí, los jaleos tienen un “aire” muy característico, propio de la tierra que los vio nacer.

Pero la cosa no queda aquí, pues estos términos se siguen prestando a la confusión, al menos para aquellos aficionados “más leídos” y cultivados en esto del flamenco. Pues, para muchos, el término jaleos, también se refería antiguamente a las soleares cuando eran interpretadas por hombres, mientras que si una soleá era interpretada por una mujer, entonces recibían el nombre de gilianas. ¿Qué nunca había escuchado estos términos? No se preocupe. Eso es lo más normal, ya que estas denominaciones cayeron en desuso. Yo traigo esta acepción porque uno de los fines de estos artículos es eso, el de la divulgación. Y, por lo tanto, nunca está de más conocer cositas del flamenco, aunque de ellas no se acuerde casi nadie. Los jaleos no suelen interpretarse en estos tiempos fuera de sus límites territoriales. Además, aunque estemos viviendo un momento muy propicio para el flamenco —hoy en día, los artistas están mejor considerados social y económicamente— parece ser que estos artistas actuales estudian poco a los clásicos, y por lo tanto, cuando suben a un escenario, los repertorios de todos se componen de soleares, tangos, bulerías, alegrías, malagueñas, granaínas y poco más, de forma que dejan en el olvido la gran riqueza de palos y estilos existente.

Con relación a los jaleos y al sacarlos del olvido en el que lo tienen los cantaores, hay que decir que es raro el concertista de guitarra flamenca que no los lleve en su repertorio. Así que desde aquí mis felicitaciones a esos grandes artistas que hacen que los jaleos sigan vivos.

“Que bonita es la amapola / no tiene pare ni mare / se cría en el campo sola.// Calabacín, calabazón / que a este bichito / me lo mato yo”.

Sus letras están formadas por las típicas estrofas de tres versos octosílabos y su compás es de amalgama, es decir, dos compases de tres por cuatro y tres compases de dos por dos. Ya sabemos que los palos que llevan de nombre un gentilicio se basan en un fandango propio del folclore de una comarca o de una ciudad, así que, si mencionamos la levantica, ya llevamos por delante que es un cante propio del Levante y que entra a formar parte de la familia de cantes conocidos genéricamente como Cantes de las Minas. Su copla, como la de cualquier fandango, está formada por estrofas de cinco versos octosílabos:

“Me van a hacer barrenero / de las minas de la Unión, / y entre tos mis compañeros / me van a regalar un farol porque no tengo dinero.”

Hay que ser muy, pero que muy entendido en esto del flamenco para poder diferenciar una levantica de una taranta. Si usted escucha estos dos palos y sabe reconocer cuál es cual, mi enhorabuena, usted tiene un gran oído y sabe de flamenco más que el que lo inventó, pues, si no sabe qué son tonos menores y mayores, para diferenciar ambos palos, usted ha tenido que escuchar, con mucha atención, muchos cantes mineros.

Y siguiendo el orden que nos marcamos al principio de esta serie dedicada al flamenco, le corresponde el turno a las livianas. Nuevamente se presta a la confusión el nombre de este palo. Y es que, en esto del flamenco, nadie se pone de acuerdo, pues como este arte se fue creando poco a poco y dentro de la clase social más desfavorecida, a nadie se le ocurrió ir escribiendo su historia y evolución y, por lo tanto, todo son suposiciones más o menos acertadas.

El nombre de liviana, para algunos estudiosos, viene del adjetivo liviano. Y como viene siendo costumbre en muchos de estos artículos, echemos mano al diccionario, que en su primera y tercera acepción dice:

1. adj. De poco peso.

3. adj. De poca importancia.

Así que, para algunos, este cante es como quien dice “coser y cantar”, es decir, cante sencillo que se interpreta con anterioridad a las seguiriyas. Si seguimos con el diccionario en la mano, nos encontramos otras dos acepciones que se barajan entre los aficionados al flamenco:

6. m. Burro que va delante y sirve de guía a la recua.

7. f. Palo flamenco relacionado con la seguiriya.

Como es lógico, yo tengo la obligación —o la devoción— de ofrecer alguna aclaración, y si es preciso, mi opinión, así que, ahí va:

En nada estoy de acuerdo con hacer coincidir las dos primeras acepciones con el nombre del palo, pues tiene una alta dificultad de ejecución, así que, de liviano, nada. Así que entre en este enlace de internet y compruebe: https://youtu.be/PIm7grYDZAw

“De canelita fina / va mi morena, / va haciendo camino /p’a ir a la sierra. // Cómo la quiero, madre mía / yo por su querer / de pena muero.”

La acepción sexta, algunos la aplican al nombre del palo en el sentido de “guía” que abre camino a la recua, y la séptima, no necesita comentario pues, aunque es cierto, también se relaciona con las serranas.