El uso de plástico, un enemigo a combatir
Coincidiendo con el Día Mundial sin este material, es momento de echar la vista atrás y hacer balance de los usos cotidianos que se hacían con el residuo y la forma en la que terminó por instalarse en la vida cotidiana

En días pasados se ha celebrado la Jornada Mundial sin Plástico, ya se sabe que hemos instaurado el que haya días mundiales para todo. Es cierto que el uso de este derivado del petróleo está tan generalizado que costaría entender el mundo, tal como lo vivimos actualmente, sin él; pero no es menos cierto que su uso está poniendo al Planeta al borde del precipicio. Los plásticos tienen un tiempo de degradación de cientos de años por lo cual podemos afirmar que con el consumo sostenido que tenemos del material, a no mucho tardar, no habrá ni un solo metro cuadrado de la Tierra dónde no haya plásticos. Y si lo extrapolamos al ser humano, se puede afirmar ya que no hay un solo cuerpo en el que no haya miles de micropartículas plásticas. Dicen que era inevitable, que llegó para facilitarnos las cosas. Yo creo que llegó para hacer millonarios a unos pocos sin importar que el Planeta languideciese por ello. No hace tanto, apenas unas cuatro décadas, no se hablaba de medioambiente o reciclaje como hoy, pero puede asegurarse que se reciclaba mucho más, y lo que resultaba más importante, se hacía un uso sostenible y consecuente de los envases, en definitiva, se contaminaba infinitamente menos.
Todos los que tengan menos de cuarenta años no se acordarán, pero a las tiendas se iba con el envase de vidrio vacío para comprar uno nuevo, fuese leche, gaseosa, cerveza... si no llevabas el casco, tendrías que pagarlo por lo que se procuraba que los envases fuesen siempre de ida y vuelta. A la panadería se iba con la talega del pan, en todas las casas había. De tela, algodón las más de las veces, conservaba el pan durante varios días. Y si se compraban dulces, estos iban en su canasta de mimbre. Los productos, en su gran mayoría, se vendían a granel: legumbres, azúcar, pastas, etc. Y se envolvían en aquel papel de estraza que era señal de identidad en las tiendas, o bien, en cartuchos de papel. Los huevos se compraban sueltos y de la tienda a casa en su canasta exclusiva para ello. Cierto es que había un gran déficit en la recogida integral de la basura, no ya clasificada como ahora, sino de los residuos sólidos urbanos en general.
Tampoco existían las depuradoras para tratar las aguas residuales. Aún y con ello, es justo añadir que la cantidad de basura generada era infinitamente inferior, incluso el agua tenía un valor tan alto en la conciencia colectiva que su uso era responsable, y nada de derroches. Coincidiendo con los años 80 del siglo pasado, se nos vendió la idea de un desarrollo que nos introduciría directamente en la modernidad. Es más, de forma soterrada se enviaba el mensaje para eliminar ciertos hábitos de compra, era poco menos que de catetos la forma que teníamos de consumir. Ahora el problema está ahí, no solo hay un riesgo real para el medio ambiente, también para la salud humana.
Somos muy modernos, tanto que, aunque nos vaya la vida, la salud, en ello no cambiamos los hábitos de consumo, no vaya a ser que nos digan catetos si lo hacemos. Quizá ya no haya esperanza, puede que, aunque dejásemos de utilizar este derivado de los hidrocarburos, de ser tan guarros e incívicos, sus restos esparcidos por doquier ya sean una trampa de la cual es imposible salir, un punto de no retorno. Sea como fuere, sí deberíamos darle una oportunidad a aquellos que nos sobrevivan, que nuestros plásticos no les nieguen una oportunidad de perpetuarse como especie. Nosotros, mientras tanto, hemos hecho el “canelo”, nos dijeron que era guay, muy moderno, y lo que era, es una forma de inocularnos el puro veneno en dosis pequeñitas pero continuas. Si sirve de algo, decirles a todos aquellos que se enriquecieron a costa de nuestro consumo desaforado de plástico que, ellos, también llevan en su cuerpo partículas, que los mares donde se bañan tienen, que ellos también lo sufrirán. No es consuelo desde luego, pero sí que da cierto desahogo decirlo.