El olivar de Jaén, ¿una bendición?

01 dic 2019 / 12:03 H.

En pocos lugares del mundo se puede contemplar un paisaje tan espectacular como el de los inmensos campos de olivos de la provincia, que admira y hasta sobrecoge al viajero que transita por primera vez por tierras del Santo Reino. Pocos cultivos, como éste, se identifican tan nítidamente con un territorio: Jaén y olivo parecen hoy términos indisociables.

Sin embargo, esto no siempre fue así. El cultivo de este árbol en el Sur y Este de la Península Ibérica ha sido muy importante desde su introducción por los Fenicios. Aunque con notables altibajos marcados por los pueblos que, sucesivamente, dominaron el territorio. Los romanos marcaron, quizás, el momento de máximo esplendor cuando los aceites de oliva de la Bética alimentaban a las gentes e iluminaban las ciudades del Imperio. Al llegar los pueblos bárbaros hubo un importante retroceso ya que estos se alimentaban de grasas animales; cuando su lugar lo ocupan los musulmanes se produce un resurgir pues su religión establece el consumo de las grasas vegetales y, a continuación, una nueva decadencia al ser expulsados y el territorio ocupado por los pueblos cristianos del Norte de la Península que no las utilizan en su alimentación.

En Andalucía, el olivar comienza desarrollándose en Cádiz y va ascendiendo por las tierras del Valle del Guadalquivir hasta alcanzar las sierras jiennenses. Aún así, en el siglo XVI, todavía no había llegado. Veamos, si no, lo que decían las Relaciones Topográficas de Felipe II en 1.575, referidas al “lugar Puerta” (hoy Puerta de Segura y que en aquél entonces pertenecía a Murcia): “...el más ganado que se cría es algunas vacas e cabras e que podrá aver cada vn anno del trigo que se recoje en la Terçia hasta trezientas fanegas y docientas fanegas de çebada y esto de los vezinos deste lugar fuera de los anexos y que la mayor falta queste pueblo tiene es de vino y azeyte y sal y que de vino se provee del Campo de Montiel e del azeyte del Andaluzia e de sal de Hornos e Villaverde e Socobos...”

Es en el siglo XIX cuando se produce el gran impulso en las plantaciones de olivos en la provincia de Jaén. El tímido avance en la construcción de infraestructuras viarias y, sobre todo, la irrupción de una gran cantidad de nuevas tierras de cultivo procedentes de la Desamortización de Montes Públicos y de La Iglesia, fueron las causas principales. Jaén se convierte en esta época en tierra de inmigración. Gentes procedentes de Almería, Murcia y de otras provincias limítrofes acuden en masa en busca de una nueva vida. Roturar el monte (romper, según la terminología de la época), plantar olivos, ser propietario: un sueño para muchos que en amplias zonas de Jaén podía convertirse en realidad. Éste fue el germen del importante crecimiento demográfico de la provincia en los primeros años del siglo XX, hasta los años cincuenta en que comienza su rápido e inexorable declive. El olivar y el aceite de oliva fueron algo así como un milagro para esta tierra. Milagro, sí, pero efímero y que los jiennenses no hemos sabido gestionar ni perpetuar.