Dimitri, más allá de la leyenda y otras acotaciones
La singular y recomendable muestra “Dimitri, más que una leyenda” estará disponible hasta el próximo 29 de octubre en la sala sur del centro Conde Duque en la capital madrileña



Hasta el 29 de octubre se puede contemplar en la Sala Sur del Centro Conde Duque una muestra verdaderamente significativa: “Dimitri, más que una leyenda”. Obras que nos adentran en la peripecia de este griego que se instala en el Madrid de los años sesenta del pasado siglo como grabador, cuyo horizonte amplia esta gozosa muestra comisariada por Tomás Paredes con un concepto visionario que nos introduce en el Dimitri dibujante, que mi memoria recuerde, hasta ahora inédito. Avecindado en Madrid desde 1954, Dimitri Papagueorguiu (Staghia 1928–Madrid 2016) este griego llegado a España como becario de su país se convierte, andando el tiempo, en un referente de la estampa española de la segunda mitad del siglo XX. Estampador, litógrafo, grabador, diseñador de libros de artista, pero también, sin desdecir una palabreja muy de moda, “dinamizador” cultural, además de docente, asoma por vez primera con tales propiedades en esta exposición, iniciada desde una perspectiva histórica con cierta opacidad en un Madrid, paradójicamente activo y sorprendido ante alguna de las soberbias ediciones de Casariego, por otra parte, doctamente consideradas por el estupendo pintor y grabador Luis García Ochoa (San Sebastián, 1920 – Madrid, 2019), de quien recuerdo una excelente litografía estampada por el singularísimo Repila que jamás apearé de mi memoria visiva. Años en fin, en que, no obstante la tenacidad de Prieto Nespereira, las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, comenzadas en 1856, pasaron, en 1968, a ser recuerdo y espacio de orfandad.
Nueva Sensibilidad. Con todo, fuera de los nombres que a todos se nos pueden ocurrir, la otrora robustez del grabado calcográfico español palidecía notablemente. En efecto, cuando Luis Alegre y Nuñez (Madrid, 1918 – 1968), yerno y discípulo de Francisco Esteve Botey, sucede a este en la catedra de San Fernando, han trascurrido tres años de la llegada a Madrid de Dimitri con una sensibilidad dinamizadora que no tardaría se hará notar en la estampa madrileña y más tarde en lugares como Jaén; ciudad en la que comienza a gestarse un larvado Museo de Grabado Contemporáneo con respuesta expositiva, dijese yo que transitoria, en las dos sala anexas al edificio central del Museo Provincial a través de la colección adquirida por el Estado a Dimitri Papagueorguiu por 2.000.000. pts. Sí, en principio, 471 estampa, si bien la entrega final pudo alcanzar las 484 piezas. En cualquier caso, se trataba de una serie considerable de obras firmadas por 235 artistas que, por aquellas calendas y después de todo un sucederse de intentos por diferentes lugares de España, parecían sentar la base del que pudo ser el primer Museo del Grabado español; por cierto, inaugurado por los Reyes de España el día 8 de enero de1980; doce años antes de ser inaugurado el museo de Marbella (Málaga) dedicado a la especialidad e inaugurado en 1992, único que hoy perdura. Más, pasado algún tiempo e incrementada la colección jiennense, las estampas siguen dormitando en el lugar citado como, supongo, acaece con el magnífico aguafuerte de Estebe Botey que nunca llegué a contemplar expuesto desde que siendo director Juan González Navarrete fue rescatado de una carpeta olvidada a la que llegó enviado por el Ministerio después de ser premiado en una Nacional de Bellas Artes con Primera medalla y junto a la ilusionada inauguración de aquel ficticio Museo del grabado Contemporáneo, también celebrábamos la instalación del celebrado mito del mito de un prestigitador. Me refiero al de “La Caverna”; exactamente 4.900.000 pts. pagadas por el erario público en nombre de Jaén, ciudad a la que nunca perteneció, ni yo tengo especial interés en que pertenezca, las sombras que emulan el mito de Platón, mas la verdad es así de tozuda y quedan aún ciertos mitos por levantar, alguno cuando el arte gobierne sobre la “cháchara varía” de la que hablaba Gaya Nuño.
tenaz y trayectoria. En fin, tiempos aquellos ya un tanto lejanos, con Ricardo de la Cierva en el ministerio de Cultura, Javier Tusell en la Dirección General de Bellas Artes, en 1981, la llegada de la obra de Picasso, el Guernica, a Madrid un año después de quedar instalada la colección de este artista griego/español en el museo de Jaén. En cualquier caso, por aquellas calendas, como digo, lejanas, Dimitri ya estaba respaldado por un nombre de prestigio y merecedor respeto. Entre otras recompensas había cosechado las siguientes: Medalla de Oro de la Agrupación de Artistas Grabadores, en 1960; el Premio Nacional de Grabado de 1977 y la Medalla de Oro; del Ateneo de Sevilla y, desde 1979, Académico Correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada y su actividad transcendía la del mero grabador que, efectivamente, ponía en juego sobre sus planchas grabadas al aguafuerte aspectos del color y texturas con vocación y sensación litográficas y es aquí, quiero decir, en esas obra y en su poética, al establecer la sensación Dimitri incorpora también su diferencia con la dominante estética de la época, sensiblemente marcada por la abstracción, marcada penumbra en los sistemas oficiales reglados y el quehacer libérrimo de la estampa aún sin aceptar fuera de ciertos talleres dedicados a estampar las obras de los nombres más destacados de las vanguardias sin que estos las toquen más allá se de distinguirlas con su tacto a la hora de la firma junto a cierto vació en cuanto hace a la práctica y el conocimiento de los procedimientos calcográficos, incluidos los modernos procedimiento ajenos al sistema de mordientes.
No obstante, debido a nuestra dislexia a la hora de considerar nuestra historia, el olvidado o semi olvido de nombres españoles era notable por aquellos días; sin embargo, como certeramente años después precisó Jonatan Bron, nuestra primera figura en el arte de grabar es José de Ribera (Játiva, Valencia, España, 1591 – Nápoles, Italia, 1652), cronológicamente seguido por la enorme figura de Francisco de Goya...No, no eran demasiado recordados nombres como los de Mariano Fortuny, (1838-1874), y Ricardo Baroja, pilar del Picasso grabador, Máximo Ramos López (Ferrol, 1880 – Madrid, 1944) y, de modo palmario, el del consumado aguafuerte Francisco Estebe Botey (San Martin de Provensals, Barcelona, 1884 – Madrid, 1955), cuya aportación, junto a la recuperación de las planchas de Goya compradas por él en Francia y sus repetidos libros dedicados a este procedimiento es impagable; esto, sin restarle mérito a piezas de su mano tan ejemplares como el aguafuerte obtenido del Retrato de Inocencio X pintado por Velázquez. Él, y, claro es, grabadores como el tenaz Julio Prieto Nespereira (Orense, 1896 – Madrid, 1991)... nombres que no caben aquí, incluido el del valenciano Ernesto Furió, maestro de Paricio Latasa, titular de la cátedra de Grabado en San Fernando y otros, entonces iniciando su carrera de prestigio dentro de la estampa, tales como Ignacio Barriobeña, Marcoida, Andrés Barajas...
En cualquier caso, al margen de las ediciones de Casariego, “La rosa Vera”... la quiebra de ciertos aspectos del grabado calcográfico era tan evidente como notable la actividad de Dimitri Papagueorguiu a partir de los sesenta del pasado siglo. Hasta donde mi memoria alcanza, Dimitri supuso un revulsivo para el grabado madrileño, cuya extensión llega, entre otros lugares, a Granada y Sevilla, lugares que, probablemente, acogen con más énfasis el quehacer de este plural creador de imágenes entre las que figura una iconografía que milita entre la mítica del pasado y el campesinado contemporáneo, junto al empleo de un color vibrante en la estampa que, durante muchos años sujeta e tres tintas: negra bistre y sepia, era vestida con un nuevo y singular atractivo: el color, más que tocado a modo de iluminación, dejado en gamas unitarias. Figura central en el orden de la docencia, cuya actividad como dibujante se ha obviado hasta la presente exposición. Se ha venido difundiendo al grabador, olvidando que Dimitri fue un creador polifacético que, como creo a ver advertido y no sobra recordar, por vez primera se pone de manifiesto con esta muestra, cuyos visitantes podrán admirar lo heterogéneo de su creatividad.
libros y traducciones. Entre las más de 120 piezas que se pueden admirar en la muestra destacan los libros, como las ediciones artesanales o de escasos ejemplares en las que Dimitri hacía de todo: diseñar la tapa, hacer la caja, la tipografía, la caligrafía y la encuadernación. Otras de sus actividades fueron la traducción de poesía y su edición. Esto sin dejar de recordar que una de las primeras traducciones al español de Kavafis fue realizada por Dimitri en colaboración con otros autores.
En opinión de Julia Sáez-Angulo en “La mirada actual”, “Dimitri, más allá de la leyenda”, es una exposición comisariada por Tomas Paredes, presidente de AECA/Spain, con una amplia panorámica de dibujos, libros, acuarelas, aguafuertes, aguatintas, acéfalos, litografías, xilografías, planchas, medallas y cerámicas de Dimitri Papageordiu, en cuyo taller estamparon numerosos artistas españoles, representativos de movimientos artísticos como Estampa Popular, Grupo 15 o Taller Bo. Todo ello pone de manifiesto la trayectoria del artista y su sensibilidad a la hora de estrechar lazos entre las relaciones culturales de Grecia y España mediante al fundación de la Asociación Cultural Hispano-Helénica, junto a Antonio Tovar y otros helenistas. Sin olvidar, claro es, su condición docente como profesor de Grabado y de Libros de Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid y sus carpetas: Odisseas Elytis, Yannis Ritsos, Jorge Guillén, León Felipe, García Lorca... Todo ello, advertido en las 223 páginas de un mimado catálogo que, tras la atención institucional de Manuela Carmena, entonces alcaldesa de Madrid, luce textos de Tomás Paredes, Alfredo Piquer Garzón, Gina Panalés, Javier Gómez Martínez y Carlos Clemenson.