Acotaciones de un periodista sobre la epidemia que entristece Jaén

29 mar 2020 / 13:10 H.

La lectura de las páginas especiales de Diario JAÉN el pasado domingo, donde los redactores del periódico contaban, uno a uno, su experiencia de estos días para mantener vivo el interés y el servicio público del rotativo de referencia provincial, me alegró el desayuno, fue una verdadera delicia detenerme en este merecido reconocimiento a la tropa en primera persona. Algo (bueno) pasa cuando los periodistas adquieren protagonismo. Leí todos los testimonios y se conmovió dentro de mí la pasión por el oficio al que he dedicado medio siglo de vida. También me reafirma en el valor y el papel del periodismo, uno más de los sectores vapuleados por la crisis general que ha desatado el dichoso coronavirus. A los testimonios de admiración que en estos días se vienen haciendo a actividades de todo tipo, imprescindibles para la fortaleza de nuestro entramado social, sumo el de los medios de comunicación en general y los periodistas en particular. Los leemos, los escuchamos o los vemos todos los días y a todas las horas, y seguramente desconocemos las condiciones en que desarrollan su trabajo o el esfuerzo cuando no los riesgos que han de asumir para llevar a cabo la tarea que tienen encomendada. Permitan además que simbolice el homenaje sentido en compañeras y compañeros más cercanos, del ámbito provincial, que en las redacciones de los más variados medios, o en la modalidad del teletrabajo a la que ha habido que acostumbrarse sobre la marcha, mantienen el hilo permanente con un público ávido de información y de comunicación. Este Diario es un buen símbolo. Siempre nos quedará el periodismo.

Como cualquier hijo de vecino, llevo ya dos semanas de encierro, al que me obligan las normas establecidas, la responsabilidad, el sentido común y hasta el carné de identidad. Llevo, no, llevamos. Somos cuatro en total los recluidos de la familia. Por fortuna vivimos en un entorno privilegiado, una especie de paraíso terrenal suficiente para nuestras ambiciones, diviso un hermoso paisaje desde la ventana de mi despacho de trabajo y me invita a hacer lo que me gusta, leer y escribir durante horas. Por una cara se observan los montes de Pegalajar y el precioso Castillo de La Guardia, y por la otra, sobrecoge la espléndida visión de Jaén, con dominio del Castillo de Santa Catalina y la soberbia Catedral. Para qué más.

Soy un poco animal de costumbres, no duermo demasiado y ya no sueño ni tengo pesadillas con periódicos como antaño, ahora el descanso me resulta más placentero, aunque sigo durmiendo con el transistor en la oreja. Me levanto al alba y me pongo al tanto de lo que pasa con la prensa on-line, y cubierta esta necesidad vital, que es consustancial al oficio, subo al Facebook mi post de “Buenos días”, que mantengo desde hace más de tres años, sin faltar a una sola cita, siempre en torno a las nueve, que procuro que sea una mirada optimista, ahora más necesaria que nunca, y después un buen desayuno, la ración diaria de aove de la tierra, y en todo momento, radio, que es la única droga que reconozco consumir, y buena música, clásica sobre todo. Tengo escaso apego a la televisión, ahora el parte diario de los expertos hacia el mediodía y basta, porque me niego a estar recibiendo permanentemente noticias que no le vienen bien a mi inveterada hipocondría. Nada de excesos, un poco de ejercicio, bicicleta estática, pero sin abusar; una peli diaria con María, esposa, funcionaria y empresaria confinada, y mis dos varones, Antonio y Manuel, universitarios telemáticos, y un buen vino al mediodía, por prescripción facultativa. Aparte de esto, ratos de conversación, de puesta en común, que ahora se tornan más frecuentes, gracias a Dios, y hasta nos permitimos el lujo de vez en cuando de relegar al móvil, y mira que cuesta.

Las comunicaciones con el exterior son una prioridad absoluta. Hablar a diario con mis hijas, Ana y Lola, y saber de mis tres nietos, Lucía, Ángel y Miguel, a los que los nuevos sistemas nos permiten ver, pero no les podemos abrazar. Qué ganas. Ellos son el mejor aliento para desear que pase pronto esta pesadilla. También hay tiempo para los amigos, procuro no perder el contacto y saber de ellos. Estoy integrado, cómo no, en algunos grupos de whatsapp, pero procuro ser selectivo en la participación, me agobian los excesos y necesito tiempo para mis hábitos, se agradecen algunas entradas ocurrentes para relajar el ánimo, pero detesto los abusos y el todo vale. A estas alturas ni me sorprende ni me asusta nada, pero prefiero la mesura al alarmismo, la crítica más dura e implacable si hace falta cuando toca, y si se trata de información por supuesto apelo al buen periodismo, jamás me detengo un instante en la pandemia de fake news y hago lo posible por combatirlas.

Mantengo el hilo conductor con mi querido Ibros, a cuyas autoridades me alegra ver reaccionar en esta hora difícil, lo mismo que me enternece que el pueblo entero haga piña en torno a nuestra Remediadora. Y me duele ver triste a nuestro Jaén, percibir ya los síntomas de que esta peste del siglo XXI dejará bien tocada a la provincia y a la ciudad en la que vivimos. En estos días, en lo peor de este drama, las empresas mueven papeles para acogerse a las medidas gubernamentales, centenares de demandas de Erte que definen un panorama más que preocupante, crítico, lo que nos faltaba. Habrá que armarse de valor. Ahora corresponde poner todos los sentidos en lo más urgente, salvar vidas, cuando esto acabe, ojalá que no sea demasiado tarde, todo el esfuerzo habrá que dedicarlo a fortalecer el músculo económico y social de Jaén. Habíamos leído desastres de otras épocas remotas, hechos reales y creaciones literarias, que de pronto se han convertido en propia experiencia. Nos ha cambiado la vida, tan organizada, tan milimetrada, como dice Benedetti, cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto nos cambian todas las preguntas, desde que apareció esta plaga de manera abrupta y agresiva, desautorizando a quienes trataban de restarle crédito.

También he salido algunos días al balcón o a la ventana, convertidos en un nuevo emblema de solidaridad, para aplaudir a sanitarios y a tantos colectivos implicados en la lucha contra el Covid-19, incluso a personas anónimas que nos dan impresionantes lecciones de altruismo. No todo está perdido cuando hay una excusa inaplazable para movilizarse todos a una. Pienso en los afectados, algunos amigos y conocidos, ¿quién no los tiene?, transmito frases de ánimo, lamento las vidas que se ha cobrado el puñetero bicho y como creyente, también rezo. Como estamos en Jaén me estremece, como a cualquiera, que se recurra a signos distintivos de la fe y la devoción, como son el Santo Rostro y la venerada imagen de Nuestro Padre Jesús. Así ha ocurrido a lo largo de la historia, en los buenos y en los malos momentos, sobre todo en los últimos, como ahora, el Señor de Jaén fue el mejor bálsamo para bendecir, tranquilizar y unir a este pueblo, que lo busca desesperadamente y se aferra a él con la mirada del corazón.

Este tiempo de obligada reclusión parece, por lo que trasciende, que nos está sirviendo como sociedad para reflexionar, y se dice que a su término nos va a cambiar la vida, espero que para mejor, para dar importancia a tantas sensaciones con las que nos hemos reconciliado y a las que nos negábamos a causa del ritmo frenético que nos hemos impuesto. Ahora solo cabe esperar y saber comportarse durante la espera. Por lo pronto ya hay bonitos ejemplos que demuestran que estamos dejando fluir lo mejor de nosotros mismos. En su momento tendremos que demostrar que hemos aprendido la lección, que, como dice el escritor japonés Haruki Murakami, la tormenta nos transforme y ya no seamos la misma persona que entramos en ella.

Aquí estoy, como siempre, resistiendo, como reza mi lema, aunque lo hago, que nadie se asuste, no con sufrimiento, sino muy consciente, desde la admiración y el amor a mi Jaén. Cuando esta adversidad finalice, confieso solemnemente que me sentiré más atado si cabe a esta bella ciudad de luz.