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Con tres días de retraso, Parisio y Davino tomaron posesión de la habitación 340 en la “Residencia para Mayores Válidos Aureum”. La habitación, con una amplia ventana hacia el oeste, tenía además de dos camas articuladas eléctricas con sus mesitas de noche, un mobiliario simple y funcional: una mesa con cuatro sillas, dos sillones de descanso, una estantería y dos armarios empotrados.
Parisio y Davino desde el primer momento tuvieron una educación buena y sincera. La cama próxima a la ventana fue ofrecida por Davino a Parisio, pese a haber llegado primero. El servicio, incluido en la habitación, nunca fue motivo de molestias y respetuosamente se ausentaba uno u otro según conveniencias. Mantenían una información progresiva sobre sus vidas anteriores sin entrar en valoraciones, opiniones o críticas. Eran dos buenas personas. Parisio traía en su equipaje un ordenador portátil que puso a disposición de Davino y este, sin conocimiento sobre el tema, mostró interés por las maniobras informáticas.
Después de los paseos por la mañana y tarde, se acomodaban en la mesa redonda y Parisio ponía en marcha su portátil oficiando una ceremonia en la que repasaban con fotos y textos los hechos que habían vivido. El entusiasmo informático por parte de Davino fue en aumento: “¡Caramba lo que me he perdido! ¡Estoy aquí!” Davino se reconoció en varias fotos procedentes de una feria de maquinaria agrícola.
Una mañana Parisio le pidió a Davinio que comprobara cómo la flecha del cursor no se movía pese a que deslizaba su dedo anular por sensor táctil. Davino llevó su dedo y el cursor se desplazó sin dificultad alguna. Varias veces intentó Parisio la maniobra y aunque se calentó las manos y limpió el sensor táctil, el cursor permanecía inmóvil. Fue Davino el que acabó la sesión aquella mañana porque el cursor no obedecía a Parisio. De camino al comedor, Parisio perdió las fuerzas y se cubrió de palidez con sudor frío. Fue llevado a su cama y atendido por dos enfermeras que organizaron el traslado al hospital. Davino acompañó dentro de la habitación a Parisio. No pudo hablar con él y tan solo en una ocasión sus ojos contactaron. Antes de la cena una de las enfermeras sentó a Davino en el borde de la cama y le dijo: “Parisio ha tenido un infarto y ha fallecido”.
Davino pidió a una de sus hijas que le acompañara asistiendo a la misa córpore insepulto y al entierro. Al día siguiente, uno de los hijos de Parisio fue a recoger sus pertenencias. Buscó a Davino y le entregó el ordenador portátil: “Mi padre dejó dijo que se lo diéramos a usted”. Por la tarde, en la habitación, después del paseo, Davino encendió el ordenador y cuando iba a poner su dedo sobre el sensor táctil, lo retiró, cerró la tapa y guardó el ordenador en el armario.