Del nombre de las calles (V)

11 ago 2019 / 16:29 H.

E l estudioso de calles suele ser una persona cuidadosa, paciente y observadora. El nuestro, además, era enjuto, algo encorvado a pesar de su metro cincuenta y cinco de estatura, ciertamente de pelo canoso, muy fino, peinado hacia atrás; vestido siempre de traje gris, ojos verdosos tras unas antiguas y enormes gafas de montura de pasta negra que no ocultaban ni su edad, los sesenta y muchos consolidados, ni su mirada franca e inteligente. Se acompañaba de una ajada cartera de piel que había conocido mejores tiempos, llena de papeles donde apuntar con una cuidada caligrafía sus impresiones y los datos necesarios para su estudio o los nombres curiosos como, por no ir más lejos o sí, en Vecindario, en la canaria isla de Gran Canaria, en Las Palmas, está la calle CIEGA, y no me refiero a que adolece de una abusiva falta de farolas u otro alumbrado público o que fuera lugar de habitación de alguna famosa mujer invidente, sino que es pura descripción poética de su antiguo trazado, que se cortaba abruptamente para no ir a ningún lado, lo que por estos lares llamamos callejón sin salida y que la gracia insular bautizó como ciega. Hoy en día, afortunadamente, no está lejos de las playas a las que se puede acceder sin tapón o muro que lo impida.

Cuando estuvo en Jaén, nuestro estudioso se propuso revelar y explicar todo tipo de nombres elegantes y dedicados. De sus escritos hemos tenido acceso a los siguientes extractos para vuestro disfrute:

En el callejero jaenero abundan los nombres de calles dedicadas a la riqueza botánica, y más concretamente a la arbórea, (o por mejor precisar, a los fanerófitos, según la famosa y conocida clasificación de Raunkiær). Entre fanerófitos y fanerófitos podemos destacar tres calles, curiosamente separadas por pocos metros y repartidas entre el barrio de San Bartolomé y el de Santiago. La calle de LAS HIGUERAS (100 m de longitud, una media de 3,75 m de ancho, desnivel de 12 m (de 574 m s.n.m. a 562 m s.n.m.), 21 números en los impares y 8 números en los pares), recorre en cuesta la distancia que hay entre la calle de San Bartolomé hasta la del Dr. Eduardo Arroyo, justo enfrente de los buzones del edificio de Correos, antiguamente convento de San Agustín. Su topónimo procede de la existencia en ella de casas de familias pudientes y muchas casas de vecindad que poseían patios interiores de herencia musulmana, pequeños huertos urbanos en los que solazarse en los duros meses del estío, y en los que el cultivo de árboles frutales no era infrecuente. Asomadas al tapial de alguno de ellos, las ramas de frondosas higueras (o higuerón, vaya usted a saber), coloreaban en verdor y frescor con su inigualable aroma, la estrechez de la calle. (En ella se ha criado la familia Latorre Gálvez, que en mucho tienen que ver con estos artículos: por ejemplo, el autor de las magníficas ilustraciones, Juan Eduardo, y Trini, su hermana, preciosa voz y mujer que es musa del humilde autor de estos textos).

Muy cerca de la calle Las Higueras, prosiguiendo la pina cuesta hasta Martínez Molina, la calle de Las Palmas continua la inusitada estrechez de estos barrios, y en su sombra, aún se ven los restos de mansiones porticadas, que en su interior acogían huertos en los que las palmeras sobresalían en altura. De ahí vino su nombre. En el siglo XIX en su recorrido, según la hora del día, te encontrabas infantiles pasos que se dirigían a alguna escuela publica que en ella estaba, y por la noche, el deambular de la clientela de las casas de prostitución, que también las había entre sus viviendas. Maravillosa mezcla de actividades (que según parece deben de desarrollarse en apartadas calles) en una misma baldosa. Ya en Martínez Molina, dirección a la Plaza de Los Rosales, a mano izquierda, se encuentra la calle Ciprés, (o De los Cipreses, antiguamente) que en pequeña cuesta y en un par de requiebros conduce hasta la calle Almendros Aguilar, y que tuvo que elegir nombre entre nuestros queridos vegetales, amigos de los cementerios, que asomaban desde el patio de una de sus mansiones hidalgas o de la tahona que en ella estuvo durante muchas generaciones de una misma familia. Ganó el árbol. Curiosa es la historia del fantasma que a principios del siglo XX recorría ésta y otras calles del barrio con toda la parafernalia habitual: sábana blanca, cadenas arrastradas a la manera de Marley y un farolillo para alumbrarse, que los fantasmas también necesitan luz, sobretodo, los fingidos a los que no se les ocurrió otra forma más discreta de ir a ver por las noches a su amante, habitante de esa calle, creyendo ahuyentar a los viandantes con tan fantasmagórica presencia para que nadie lo reconociera y se lo contase a su esposa. Bien visto, nunca se supo quien era, aunque sí lo que hacía. Como los fantasmas.

Por otro lado, en el callejero jaenero abundan también los nombres de poetas muertos (y malditos, o a lo menos, sufridos) como fue Bernardo López. A tiro de sonido de campana catedralicia, entre la calle Maestra y la de Cerón, en pleno barrio de Santa María, un estrecho callejón, la calle BERNARDO LÓPEZ, (81 m de longitud, una media de 2,25 m de ancho, desnivel de 5 m (de 581 m s.n.m. a 576 m s.n.m.), 10 números en los impares y 11 números en los pares), le rinde homenaje. La calle fue siempre conocida como calle Talavera, por el linaje hidalgo que residió en el hoy n.º 9 (Hostal la Española), del que queda la portada toscana y su escudo. Fue centro en el siglo XX de alguna imprenta y sobretodo mesones y tabernas (como hoy en día, donde aún perduran añosas, como La Manchega y la imprescindible Tasca de los Amigos, regentada por los hermanos Navarro Jaramillo, con las mejores tapas de Jaén), y de casas de huéspedes, de los de estaban de paso por Jaén, como la perviviente La Española y el desparecido Hotel Suizo. Al comienzo del siglo XX estuvo el Bar Casa Paredes. Bar añejo, de solera y de tertulia literaria. Por allí pululaban fauna del tipo Almendros Aguilar, Montero Moya, Moreno Castelló...Resulta que en la calle había un loro a todas horas colocado en una cancela frente al bar. Un conocido barbero de la calle Cerón, llamado Pedro, entre afeitado y pelado, se aficionó a ir a Casa Paredes a tomar un vaso de vino al estilo bistrot (en polaco: rápido). El loro no perdía detalle. Nada más verlo (lo conocía hasta disfrazado) comenzaba a chillar ¡Pedrooo otrooo!...

Actualmente se le ha añadido las actividades cofradieras, porque es sede de la Agrupación de Cofradías y de las vocalías de la cofradía de El Abuelo. En la entrada trasera del palacio del condestable, se accede hoy a su patio y salón Mudéjar y a las oficinas de cultura del ayuntamiento. Destacan las fachadas de las casas de los números 6, 7, 8, 10 y 11. En 1875 se le concede el nombre de Bernardo López porque su mujer Patrocinio había nacido en esa calle. Bernardo nació a pocos metros, en la calle Maestra, un noviembre de 1838, en el edificio donde una placa de Jacinto Higueras lo conmemora. Atraído por las letras, inició su estudios en la vecina calle Compañía, para trasladarse a Granada a estudiar el bachillerato y Derecho. (Parece que sólo estudió las tascas de Bibrrambla). Comenzó su coqueteo con la poesía (el beso de la poesía, como dice Molina Verdejo) en publicaciones como Recreo de la Juventud y en Madrid, a donde se muda, en La Discusión. Siendo redactor de El Eco del País de Madrid publicó su muy famosa y leal oda El Dos de Mayo: Oigo, patria, tu aflicción/ y escucho el triste concierto/ que forman, tocando a muerto,/ la campana y el cañón... (Poesía preferida de Franco, parece ser, y como no podía ser de otra forma...). Con esta obra, nuestro vate tomó fama y popularidad, tanto que fue conocido como El cantor del Dos de Mayo. Pero sus tendencias antimonárquicas y revolucionarias le trajeron por la calle de la amargura, perdiendo influencia y oportunidades de publicaciones. Su vida amorosa no contribuyó a su elevación. Con Patrocinio Padilla, con la que tuvo una hija, se casó 5 años después, para ver como fallecía a los 3 años de casados. Posteriormente se enamora de la hija de su editor y amigo, que se opone a la relación por la ya evidente indigencia en la que se había sumido, agravada por la autopublicación de sus Poesías, libro que pasó desapercibido. Todo esto arruinó su poco salud. Entre viajes a Madrid para citas de activismo político y discursos poéticos en Jaén, acabó por deteriorar su salud. El único homenaje que se llevó en vida de su ciudad natal, fue su examen para obtener el título de bachiller (ahora sí), en el Instituto de la calle Compañía. Salió ovacionado por alumnos y profesores. Al poco moría en Madrid víctima de una tisis en 1870 con 32 años. En 1899 se exhuman sus restos del cementerio de Fuencarral y se trasladan por tren a Jaén, donde son recibidos en loor de multitudes. Segundando, póstumo y último homenaje de sus paisanos. Quedaron depositados en la recién inaugurada Hermanitas de lo Pobres hasta que después de un funeral en el Sagrario son llevados al cementerio de san Fernando. Paradójicamente, en 1906, un monarca, Alfonso XIII, inauguró su busto, obra de Jacinto Higueras delante de la puerta del Sagrario, (hoy ocupa su lugar en los Jardinillos), que le valió el sobrenombre del “cabezón de Bernardo López”, paisano y poeta que comparte nombre de calle con la de Madrid, donde está la casa donde murió. Su alma nunca dejó Jaén.