Cuadernos

    27 nov 2016 / 11:23 H.

    El origen de todo comienza en un personaje anónimo el cual anotaba los sucesos penosos que le ocurrían. Pasaron los años y únicamente tuvo para recordar una descripción exacta de malos momentos. Murió sin que los escritos sobre sus recuerdos fatales tuvieran trascendencia. Los cajones donde guardaba las memorias se vaciaron y acabaron en uno de esos basureros espontáneos, dentro de una gran llanura calentada por el sol, exactamente en un ribazo que separaba tierras de barbecho perenne. El lugar era como la definición de la soledad. Nadie debería pasar por allí, salvo el viento y su compañía, pero ocurrió que un errabundo —sin más— encontró los diecinueve cuadernos. Eran de hojas cuadriculadas, tamaño cuartilla, espiral metálica y tapas azules. Estaban atados con una cinta negra. El errabundo los metió en una de sus bolsas.

    Hasta siete chamarileros vieron los cuadernos sin que fueran comprados. Al final, el errabundo los incluyó, disimuladamente, dentro de un lote de novelas de bolsillo que le compraron al peso. Los cuadernos estuvieron en compañía de novelas rosa y cada vez que sacaban un lote quedaban como residuo. Pasó el tiempo, suficiente para que aquel estilo de novela rosa quedara sin interés, y por tanto sin ventas. Las novelas entraron en el reciclaje de papel. Los cuadernos fueron apartados a un contenedor especial por tener una espiral metálica. Esta fue la manera de salir, de la antigua chamarilería, los cuadernos de los malos recuerdos. Un camión, de aspecto consistente, llevó a una planta de clasificación aquel material. Durante el camino algunos papeles volaron, pero los cuadernos permanecieron unidos gracias a la cinta y a la situación estratégica en el centro del contenedor. Este fue vaciado en una tolva y desde allí, con movimientos lentamente implacables, promovidos por una cinta sin fin, entraron pausadamente en una empacadora hidráulica automática. Sometidos a una presión de 30.0 MPa (Mega Pascales), los cuadernos, todavía unidos por la cinta negra, quedaron incluidos en una paca con dimensiones de 2x1,1x1,1 metros y con una densidad de 400 kilogramos por metro cúbico. En el empacado acabó la posibilidad de que alguien pudiera tomar los cuadernos libremente, pero bien es cierto que antes nadie había tenido la voluntad ni interés de quitar la cinta negra y mirar en su interior.

    Las pacas, cuyas dimensiones estaban diseñadas para que pudieran ser apiladas con estabilidad y facilidad, permanecieron a la espera de comprador en una explanada lejana, gris, sin horizonte, de la periferia oculta de una ciudad industrial. La paca que contenía los cuadernos fue cargada en un tráiler que recorrió el país por autovías hasta llegar a una fábrica de papel. Desde allí, en un turno de noche, fue arrojada a un “pulper” (una gran batidora) y convertida en pasta de papel para fabricar cartones de embalaje. El mundo es demasiado grande para guardar los malos recuerdos.