Vivir para morir o morir para vivir
María Luisa Espinilla Gallardo desde Jaén. Quería escribir unas líneas sobre mi abuela. Sé que ella no las leerá ya que aunque sigue con nosotros su avanzada edad, su silla de ruedas y la demencia senil no se lo permitirán. No voy a contar nada que a ella no le gustaría escuchar, únicamente anécdotas y situaciones que me hacen reflexionar si morimos como hemos vivido o si vivimos para morir como nos merecemos.
Dicen que la vejez se va anunciando a partir de una determinada edad, aquí no vale ni el dinero ni otro tipo de medios que no hayan sido el esfuerzo personal por llevar una vida ¿ordenada?, ¿disciplinada?, ¿entregada?, no sabría definirla. La vejez no se improvisa, se va forjando con los distintos retos personales por los que vamos pasando a lo largo de nuestra vida.
Mi madre es hija única y desde que se casó con mi padre, la abuela ha vivido con nosotros. Mi madre tuvo 13 hijos y el papel de mi abuela como os podéis imaginar ha sido muy importante. De profesión enfermera y en mi casa una gran cómplice incondicional. Se jubiló de profesión pero nunca como abuela, actualmente tiene 90 años. Por circunstancias de trabajo y familia somos pocos los que tenemos la suerte de estar más tiempo en casa cuidándola y aunque su situación invita a llevarla a una residencia, mi madre siempre ha tenido muy claro que sus últimos días los pasará en “su piso”, como pedía ella antes de perder la lucidez. Distorsiona realidad y ficción, recuerdos del pasado y frases que le llegan del presente, pesadillas nocturnas de las que se despierta llorando, ¿y de fondo? Puntual como un reloj, desde que no se puede levantar, gira el brazo izquierdo para apagar su despertador, no duerme más de 8 horas. Tiene pasión por el rezo del Rosario que es lo que más le tranquiliza, y su misa diaria a través de la televisión. Recuerdo un día que se fue la luz y la única opción era colocar el portátil con su batería y poner una misa que teníamos grabada para que no estuviera todo el día llorando porque le habíamos dejado sin Misa.
Cuando alguna vez me he puesto nerviosa y le he hablado más alto de lo normal, ella me ha contestado con un “perdona no te vuelvo a llamar”, aunque no pasaban 30 segundos y ya me estaba llamando otra vez. Hoy en día se habla de la eutanasia, de que la persona no sufra, que esta última etapa de la vida no tiene sentido. Pues pienso que sí, mucho más sentido y significado del que nos imaginamos, aunque este tema daría para otra carta. Solo decir que nuestros mayores son nuestro “altavoz” en la forma y en el contenido de cómo no desaprovechar una vida. Tenemos muy claro, que en esta vida no nos agradecerá los detalles que tenemos continuamente con ella porque no tiene esa posibilidad, pero no dudo que en el cielo cuando sea consciente de todos nuestros cuidados, habrá una hija y un yerno con sus 13 nietos en la tierra que tendrán una gran intercesora.