Salí, sentí y creí

Manuel Agustín Poisón, desde Jaén.- Por más que uno imagine sobre lo que ocurre extramuros, aún refiriéndose a la propia existencia, cuando se vive en la penumbra de un recinto amurallado, la realidad de los acontecimientos se halla tan distanciada una de otra, como el Ártico del Antártico.

    13 oct 2011 / 08:56 H.

    El día 23 de septiembre, y después de interpretar el papel de Calixto, de la obra de teatro “El Cuponazo”, realizada por y para los internos de esta microsociedad que conforman la cárcel, con motivo de las fiestas de la Merced (cuya representación en el pabellón polideportivo se debe al compromiso responsable y decidido de nuestro Titulado Medio Asistencial del Área Socio-cultural, Aurelio), me dispuse a disfrutar de un permiso de salida de 6 días, de los 18 días que comprende el cupo de este semestre en curso, por lo que considero estar en el camino de las baldosas amarillas que llevan al final del oscuro túnel. Dicho esto, la principal razón por la que decidí salir ese preciso día fue para poder experimentar, en mis propias carnes, las sensaciones devenidas de la inauguración de una exposición, la duodécima que se realiza sobre mi obra pictórica y la primera a la que he podido asistir sin cortapisa alguna, en la sala municipal de Torredonjimeno. Lo que allí pasó y todo lo que yo sentí reuniría tantas palabras que explicarlo resulta complicadísimo. La compañía de Ana, mi mujer, la de mi hijo Juampe, mi “Mamamaría”, mi Tere, en fin, mi familia. La presencia de mi gran amigo y profesor, amén de ser el comisario de la exposición e imposible de ser mejor persona, Juan Ortega. La asistencia de representantes de la institución penitenciaria como el educador Julio. Pero, sobre todo, lo que más me sobrecogió fue el caluroso abrazo de un pueblo que se volcó con la obra del autor y con el propio autor olvidando su procedencia. Expresar mi agradecimiento a Torredonjimeno, pueblo que me abrió el corazón para mirar más allá de lo que otros ni siquiera ven, se convierte en mi mayor deuda y, en cierto modo, me hace sentir ser uno de sus hijos. Cuando veía publicadas las fotografías de exposiciones anteriores y leía los artículos que les hacían referencia, no podía creer que nada de aquello fuera cierto. Siempre pensé que todo era un bonito sueño, porque al doblar las páginas del diario seguía viendo las mismas rejas, los mismo muros, la invariabilidad de mi existencia. Hoy, devuelto al inframundo, las cosas son diferentes puesto que las emociones alcanzadas son verdaderas, los sentimientos tocados han sido vivenciados, y la realidad del sueño, tantas veces ensoñado, no ha sido perturbada por ninguna pesadilla. Por fin he vuelto a creer. La fantasía ha quedado atrapada en una enredadera porque los hechos constatan la verdad. Nada será, a partir de ahora, igual que antes, puesto que lo que ya ha comenzado tiene el final escrito. El final que ya no trastorna, que no turba mis pensamientos más abruptos, que no me distrae en banalidades de un pasado que se olvida del recuerdo para devolverme al sitio que me corresponde. En definitiva, un final que nunca debió tener principio. Si a lo que pude sentir y experimentar ese día en a sala de exposiciones de Torredonjimeno, arropado por sus más altos representantes y querido por la familia, no se le llama reinserción, clara y objetivamente hablando, no sé a qué otra cosa se le puede llamar así.