Río Guadalquivir, agua y poesía

DesdeTorredonjimeno. Es el Guadalquivir un poema que arranca con unos versos sonoros y tumultuosos que Antonio Machado, meditabundo y emocionado, evocaría en su obra al recordar una añorada excursión a la Sierra de Cazorla, espacio quebrado y vivo en el que pudo escuchar sus primeros versos entre rocas y pinares. El río grande de Andalucía continúa con estrofas que son tierras y comarcas del sur, líneas que, vistas desde el castillo de Jaén, son puntos luminosos en las noches claras, una recta casi continua de estrellas en el oscuro violeta del valle: Baeza, desde cuyo paseo extramuros ve el poeta el cauce que relumbra y espejea al sol de media mañana, luminoso contraste que resalta todavía más el negro contorno de la encina negra, ahora enorme y muda, que le dio sombra y cobijo en sus frecuentes caminatas a Úbeda. Hoy, setenta y cinco años después de su muerte en tierras menos soleadas y más lluviosas, el Guadalquivir pregunta por el poeta cada 21 de marzo, al tiempo que refleja en sus aguas los destellos y el puente que un obispo enamorado de la poesía levantara hace ya muchos años. Leemos más abajo las estrofas dedicadas otro puente, el de Andújar, cárdeno y romero, y las de la vega cordobesa, llana y soñadora, con palmeras y cipreses en la puerta de sus alquerías, olivares y trigos en sus lomas y navas, campiñas que dejan pasar los versos hasta que llegan a la sultana Córdoba, la joya universal de la Edad Media, cuya poesía brilló en los siglo X y XI con inusitado esplendor, glorioso destino que más tarde continuaron los siglos y florece hoy como ayer al son del rítmico murmullo de las aguas eternas que escuchan los poetas andaluces de ahora desde el puente y los ventanales de la mezquita. Sigue el poema, cada vez más maduro y pausado, y en Sevilla recuerda la estancia soñadora y febril de Juan Ramón Jiménez, aprendiz de pintor en la ciudad de la Giralda, un joven que componía versos en una búsqueda constante de lo puramente poético, así es la rosa. También de Juan Ramón, que se crió junto otro río, el Tinto, recordamos este año la publicación en 1914 de un librito de idílica y profunda belleza: los sencillos poemas en prosa de “Platero y yo”, una obra interminable porque el lector puede hacer de ella una lectura distinta cada año, cada primavera, otoño o verano, con la certeza de que siempre encontrará nuevos encantos, claves y matices entrañables. Llega finalmente nuestra composición poética a Sanlúcar de Barrameda, más allá de las marismas, llanura inmensa donde Machado viera morir su corriente en un crepúsculo inacabable abierto al oeste, a ese mar desconocido y lleno de monstruos temibles, plus ultra del mundo y del tiempo, símbolo de la ruta que inevitablemente seguirá el desconsolado viajero cuando suba a la barca que nunca ha de tornar. A ambos lados del río, silenciosas, las sombras de un número infinito de poetas andaluces recibirán al recién llegado para acompañar su espíritu en el camino hacia el reino de la gloria imperecedera.

    19 mar 2014 / 23:00 H.