Recursos de una manera de vivir

Enrique Rodríguez García, desde Jaén.- Recuerdo a mi abuela Rafaela Pastor Illán, comadrona del aquel Maternal por debajo del Parque de la Victoria, hoy de la Concordia, cómo en la casa en la que vivíamos, en el número 24-A de la calle San Fernando, dedicaba su tiempo libre a poner a los vecinos que a ella acudían aquellas inyecciones de acucilina con jeringas y agujas gigantes,

    31 may 2011 / 09:15 H.

    al menos eso me parecía en aquel tiempo, que previamente tenía que hervir en alcohol y cómo lo hacía con aquél amor y desinterés que le caracterizaban, porque lo más importante era la salud de sus vecinos, que luego la recompensaban con una morcilla de cebolla de la última matanza, un jarroncillo de leche de cabra o media docena de huevos de las gallinas que criaban en el corral. También recuerdo cómo al anochecer de los veranos nuestros mayores sacaban a la calle las sillas de aneas y pasaban largos ratos charlando de los aconteceres de la jornada y de la vida en general, mientras esperaban la llegada del fresco que les permitiera acostarse y conciliar el sueño oyendo la pica del sereno, el canto de los grillos y oliendo el perfume de los jazmines y los galanes de noche, que con tanto cariño cuidaban nuestras madres. Era gente humilde y trabajadora: hortelanos, modistas, carboneros, limpiadoras, vendedores de entrañables tiendas de barrio, mi padre fabricante de jabón, con lo justo para quitarse el hambre. No teníamos televisores, ni frigoríficos ni mucho menos aparatos de aire acondicionado, pero éramos felices, porque nos sobraba el apoyo y la solidaridad de cuantos allí vivíamos. Nuestra familia no se limitaba a la que dormíamos bajo el mismo techo, sino que aglutinaba a todos los vecinos de la calle San Fernando. Pero fuimos creciendo y con los años llegó el progreso y la sociedad consumista que nos iba a permitir una vida mejor y para alcanzarla nos convencieron de la necesidad de una televisión y una lavadora, de un frigorífico y una cocina con horno, de una estufa de butano y un aparato de aire acondicionado. Y es cierto que nos hicieron la vida más cómoda, pero nos robaron lo más importante, pues nos hicieron olvidar el amor verdadero y desinteresado que antes nos hacía felices sin más. Ahora paseo por aquella calle que me vio nacer y la encuentro muda, sin el murmullo nocturno en paz y tranquilo de los mayores de mi niñez y sin el ruido explosivo y alegre de los chavales jugando al balón, al pinchiqui, las bolas, los platetes, la comba, el colache o el diábolo. Todos están, estamos, recluidos en silencio en nuestros pisos llenos de comodidades, aislados del mundo exterior, del que no queremos saber nada. Nos hemos transformado en seres egocéntricos, introvertidos y, sobre todo, egoístas, que desperdiciamos nuestro escaso tiempo acaparando todo lo que podemos, aunque nos sea innecesario. El capitalismo de las multinacionales nos ha robado aquella frescura y sencillez que nos hacía libres y, sobre todo, felices en la humildad, pero llenos del amor de aquellos amigos de verdad que estaban dispuestos a darlo todo en los momentos de necesidad. A la desgracia de nuestros hermanos de Lorca hemos respondido con inmediatez para intentar aligerar sus penas, pero pronto hemos cambiado el sentimiento de solidaridad por el egoísmo de nuestra sociedad del bienestar y escucho en la radio que los alquileres de viviendas están subiendo para los que se han quedado sin nada. ¡Qué pena habernos degradado tanto! Miro la reacción de los japoneses, castigados con una desgracia inmensamente mayor, y ¡qué envidia de comportamiento! Cuando éramos pequeños, lo primero que aprendíamos en la familia y la escuela era a sentir lo que dura para siempre, como el respeto hacia los demás, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y el agradecimiento por los bienes recibidos. ¿No deberíamos educar a nuestros hijos en valores de vida y alejarlos de la esclavitud del silencio, egoísmo, hipocresía, mentira, envidia, herramientas necesarias para acaparar lo que la polilla y la herrumbre destruyen y pueden robar los ladrones?