Ramón Pinto, el afilador que esquiva el paro en bicicleta

Apunto de cumplir sesenta y tres años, en el umbral de su jubilación, Ramón Pinto Herrera se busca el pan con un oficio antiguo que, a juzgar por su experiencia, aún tiene una cuota de mercado nada desdeñable en la provincia: afilador.

06 sep 2015 / 10:33 H.

El jiennense visita pueblos y recorre la capital en una bicicleta en busca de clientes. La gente lo identifica por su vehículo. “Ramón, el afilador”, dicen al verlo. Y Pinto hace caja mientras derrocha carisma y esfuerzo.
“Ya estás preparado. Ya puedes empezar”, le dijo su padre, Ramón Pinto Abellán, fallecido hace un par de meses. El hijo aprendió el oficio cuando era un treintañero. Pero no fue hasta los cincuenta y seis cuando cogió la afiladora no ya como un instrumento que le resultaba familiar, sino como la herramienta con la que faenaría después de liquidar su etapa en la construcción. “Es similar a sacarse el carné”, recuerda su formación práctica. “Si no sabes tocar bien las tijeras, no puedes hacer nada”, asegura.
situación. El desempleo resultó tan determinante en la profesión actual de Pinto como la herencia que le dejó su padre, quien fuera afilador la mayor parte de su vida. “Aún me preguntan por él. Lo conocía todo el mundo”, dice para evocar un fenómeno que ahora protagoniza Pinto Herrera: llega a municipios de Jaén (Torredelcampo, Los Villares, Pegalajar, La Guardia, Valdepeñas y Martos, entre otros) y la población mayor lo recibe como si fuera el vocalista de una orquesta ambulante. “Son, sobre todo, mujeres, aunque también hay clientes hombres. Nunca he tenido una queja”, asegura. Cuchillos, navajas, tijeras, hachas y hasta pequeños machetes son los artículos con los que trabaja el afilador, siempre en compañía de una bicicleta “desmontable en dos piezas”, indica el jiennense. Siente un cariño especial por un ciclo con historia: “Fue una de las primeras que se vendieron en Jaén capital. La fabricaron mi padre y un hombre al que llamaban Candelas, que tenía un local en la Torre de Jaén”, narra. Un día, un señor se encaprichó tanto del vehículo que quiso pagar tres mil euros para adquirirlo. “Le dije que yo no iba al banco, que me quedaba con mi bici”, explica. Cuando los conductores de los autobuses ven a Pinto, enseguida le abren el maletero.
El jiennense coincide en su día a día con otros profesionales que emplean vehículos motorizados, como las furgonetas. “No hay problema con la competencia. Yo sé que mi trabajo es callejero, que no pago por estar en un sitio”, manifiesta.
Las ganancias son impredecibles. Dependen de cómo se dé cada jornada. Pinto siempre está atento a las ferias de los pueblos, pues es en la antesala de las celebraciones cuando más capitaliza su negocio. “He llegado a sacarme ochenta euros en una calle en poco rato”, comenta.
Padre de diez hijos, el afilador es admirado por su familia. “No sé cómo lo hace”, dice su esposa, Paqui Cabrera. Isaías, uno de los nietos, está “enamorado” de la bicicleta del abuelo. Será suya cuando aprenda el oficio.