Rafael Huertas: “Todavía hay quienes piensan que no quisimos ascender a Primera, y eso es falso”
Rafael Huertas tiene un esqueleto hecho de alambre de pinchos. Duro, lacerante. Es complejo. Yo solo conocía al jugador de fútbol y, como periodista, desde fuera, siempre me transmitió jerarquía, sensación áspera en el campo, jugador terrible para el rival. Uno al que me hubiera gustado tener siempre en mi equipo. Si ahora lo ves andar por la calle, sabes que ha sido futbolista o torero. Lo primero lo sabía de sobra, de lo segundo me enteré en la entrevista… pero ya lo intuía. No lo sabe disimular. Lo lleva grabado. A unos les gusta más y a otros menos. Hay quien sabe salirse de su papel y quien lo vive hasta el límite. Ahora, tiempo y vida a la espalda, es un arsenal de historias, de anécdotas y de cierta amargura por ver cómo el fútbol pierde algunas esencias. Después de esta entrevista, del esqueleto rugoso, del alambre de espino, emergió un ser humano que transmite mucha ternura y, sobre todo, sinceridad a la hora de contar lo blanco y lo negro. Conoce todos los costados del fútbol y lo vivió en las dosis que creyó oportuno. Es su vida…

—¿Usted también es “hijo” de Antoñete?
—Me crié en el barrio de la Merced, jugué en la calle como todos los críos de mi época. Teníamos un entrenador, un hombre al que le gustaba mucho el fútbol, Luis Suárez, y allí empecé. Después llegué al Real Jaén Juvenil con Antoñete y allí coincidí con Julián García Martos, ya fallecido; con Pedro Casanova, Rafa Quílez, Carlos Torres, José María Hornos, Susi... Crecimos allí, entrenando a las dos de la tarde y con un entrenador que yo creo que no sabía mucho de fútbol, pero que sacó a casi treinta futbolistas que, después, jugamos en el Real Jaén. Pienso que ha sido una de las mejores generaciones del fútbol en esta tierra. Antoñete era muy especial, muy duro, pero… sabiendo o no, ahí está lo que hizo y ahí están los futbolistas que sacó de aquellos entrenamientos. Que supiera o no de fútbol, habría que verlo, pero…
—Sus comienzos fueron muy complicados…
—Me retiré varias veces. Debuté en el Real Jaén con 16 años, siendo entrenador Eusebio Ríos. Jugábamos contra el Imperial de Murcia y nos convocaron a Nano y a mí. Aquel partido lo ganamos por uno a cero. A partir de ahí jugué en el Real Jaén un año y medio y me retiré. No podía compatibilizar, como yo quería, el fútbol y mi trabajo en Diario JAÉN. Dejé el equipo y, poco después, fiché con el Torredonjimeno. Fuimos a jugar a Baza y el presidente del club, Juan Estrella, me dijo que había un equipo que se interesaba en mí y que por él, como me prometió al ficharme, no había inconveniente, me podía ir. El equipo era la Balompédica Linense. Hablé con mi padre, que estaba muy poco convencido de dejarme y, con 17 años, me fui a La Línea con ficha profesional. Jugué siete meses allí y me llamó el Atlético Malagueño que entrenaba Carmona Ros, técnico que había tenido en la Balona, pero no pude firmar porque, por la edad, el Real Jaén tenía derechos sobre mí y me lo impidieron. Me hicieron mucho daño porque aquella era una buena oportunidad para mí. Me volví a retirar, dejé el fútbol. A los ocho meses, Juan de Dios Real Blanca, “Juande”, me llevó a Lorca y estuve jugando en el Lorca, pero el Real Jaén me volvió a reclamar y volví de dejarlo hasta que, con veinte años, volví al Real Jaén y desde entonces disfruté mucho del fútbol.
—¿Qué pasó para que volviera?
—Manolo Ruiz Sosa mandó como mediador a Reina, quizás junto a Fernando Campos, el mejor jugador que ha dado Jaén, para que me convenciera para volver. Reina habló conmigo y logró que regresara al club. Ruiz Sosa quiso que volviera porque veía en mis condiciones cosas que iban muy bien con su manera de entender el fútbol. Aquel año ascendimos. Fue una temporada muy bonita.
—¿En qué posición se sentía más cómodo?
—Jugué casi siempre en el centro del campo. Ruiz Sosa me ponía ahí hasta que se lesionó Reina y, en un partido contra el Badajoz, debuté como lateral derecho. Ganamos 0-2 en Badajoz y seguí jugando en esa posición varios partidos hasta que se lesionó Lacalle y volví al centro del campo y Juanito Reina al lateral. En aquel centro del campo, lesionado Lacalle, jugábamos Machado, Salsamendi y yo.
—Llegar, ascender y disfrutar…
—Sí, la temporada del ascenso fue muy bonita y la siguiente extraordinaria. Recuerdo el primer partido que jugamos en Segunda. Fue contra el Valladolid en La Victoria. Lo tengo fresco como si hubiera sido ayer. Salí de mi casa a mediodía, sin comer, y me fui andando a la Fuente de la Peña para hacer hora. Estaba asustado porque el rival era un potentísimo equipo recién bajado de Primera. Estábamos todos lo mismo. Zubitur entró más de diez veces al servicio, Monterde hecho un manojo de nervios. Al final ganamos 4-2, les dimos un baño impresionante. El primer gol lo marcó Blas Machado. Se me pone el vello de punta al recordarlo. Teníamos un equipazo y, salvo lesiones, siempre jugábamos los mismos: Aguinaga, Sánchez, Laria, Martín Vila, Huertas, José Luis, Lacalle, Flores, Machado y Zubitur. Teníamos jugadores muy buenos en el campo y en el banquillo.
—Ese año se pudo ascender…..
—Claro… y la gente piensa todavía que no quisimos, que nos vendimos, que no se quiso ascender. Eso es una barbaridad. Aparte de otras cosas, hubo muchas lesiones en momentos decisivos y eso se notó mucho. Estuvimos muy cerca de conseguir un ascenso y fue una verdadera pena. Todos peleamos hasta que tuvimos posibilidades. Es más, en los vestuarios del Recreativo de Huelva, el presidente, José María Carrasco, en presencia de Manolo Jiménez, nos dijo que firmaríamos un documento por el que se comprometía a pagar dos millones y medio a cada jugador si lográbamos el ascenso. ¿Quién iba a dejar pasar eso? No ascendimos porque perdimos al final partidos claves.
—Con Ruiz Sosa tuvo una relación muy especial…
—Teníamos los dos un carácter muy fuerte, pero he sido amigo suyo hasta que murió. Él me trajo al Real Jaén, pero tuvimos muchos episodios de desacuerdo, de enfrentamiento muy duro. Recuerdo un partido… Íbamos a jugar contra el Granada. Él sabía que yo tenía unas cuentas pendientes con Benítez, que me había roto la nariz en el partido anterior. Sabía que yo buscaba devolvérsela a Benítez y no me convocó. Al despedirme de mis compañeros, dije: “Suerte a todos menos a este y lo señalé a él”. Ya no me convocó más esa temporada, pero en la cena de despedida del equipo vino a buscarme y me dio un abrazo. Era un gran tío y aprendí mucho con él.
—Anécdotas tendrá muchas de esas temporadas históricas…
—Lo que recuerdo como algo muy grande fue el partido contra el Sporting aquí. Salíamos, codo a codo, con el Gijón por el túnel de vestuarios y Laria mandó hacer sonar los tacos de hierro contra las piedras del suelo. Aquello era la guerra, hierro sonando, voces, salivazos. Las caras de Mesa, de Quini... eran un poema. Ganamos y ellos perdieron la imbatibilidad. Aquello fue tremendo, salieron asustados. Me acuerdo también del partido contra el Alavés, en Vitoria, creo que era el debut de Valdano y me tocó marcarlo. Era grandísimo y muy bueno. Me fajé con él y lo pasó mal. Me empleé a fondo. Me miraba cómo diciendo: “¿De dónde ha salido este?”. Cuando volvieron a jugar en La Victoria, no salí de principio porque venía de una lesión. El campo estaba encharcado y los jugadores de barro hasta los ojos. Salí de blanco inmaculado y al pasar al lado de Valdano, cogió un puñado de barro, lo restregó por mi camiseta y me dijo: “Tú embarrado, como todos”. Recuerdo aquellas escenas, fueron buenos momentos.
—¿Cómo ve el Real Jaén?
—Lo veo poco y cuando lo he visto, he sufrido. Al Real Jaén o le dan un cambio o desaparece. Lo que tienen que hacer es tener un par de buenos equipos en la base y dárselos a buenos entrenadores, que en Jaén los hay: Fernando Campos o Amezcua. Grandes entrenadores para un proyecto grande. Esos equipos tienen que tener todo lo que necesiten. Hay que cuidar a los jugadores y que crezcan, no les puede faltar de nada. Jaén debía aprovechar la experiencia de grandes jugadores que ha tenido para que los niños aprendan y vean el ejemplo de gente como Reina. Si se hace así, habrá futuro; de otra forma no lo veo.