19 mar 2014 / 23:00 H.
Ya huele a Semana Santa, el día comienza a alargarse, la luz se vuelve penetrante y plana, como anunciando primavera. Los lirios silvestres brotan con su intenso color morado, recordándonos el color de aquellos hábitos que antaño lucían las mujeres, con sus correas y medallones, y aquellas camisas moradas con su cordón amarillo, que lucían los hombres, indicando que estaban cumpliendo una promesa. El portador del hábito no podía acudir a cines, teatros, bailes, o cualquier otro espectáculo que supusiese divertimento para el que realizaba la promesa, quedando liberado del mismo, o bien cuando pasaba el tiempo prometido, o cuando se rompía por el paso de los años. Cuentan, que para comprar la tela, debían de recaudar el dinero pidiendo limosna por las casas del barrio, y que solo podían aceptar pequeñas cantidades. La promesa se hacía, o bien por una petición a un Santo de algo que quería que se concediese, o por algo ya concedido, “Santa Rita, si se cura mi padre me pongo el hábito hasta que se rompa de viejo”. Comentan que eran muy milagrosos, aunque la Iglesia no los veía con buenos ojos. Escribiendo estas líneas, me asomo a la ventana de mi casa, que da a la única estación de tren en la historia del mundo, que para hacer la mudanza de la nueva a la vieja no hizo falta ningún capitoné (la corrieron treinta metros y se quedaron tan a gusto). Me quedo perplejo mirando la preciosa plaza “Jaén por la Paz”, que precisamente sirve de recibidor de nuestra ciudad a los que se acercan a visitarnos en tren. Por lo cuidada que está, podía ser la plaza de un país tercermundista venido a menos, unos jardines sin cuidar lo más mínimo, unas vías de un tranvía abandonado sobre un pavimento hundido, un apeadero sucio y enormemente deteriorado. Todo esto es la consecuencia de dos administraciones enfrentadas, y que nos toca sufrir a los vecinos, que poco o nada tenemos que ver con esta pelea. Se me ocurre que podía hacer una promesa, y prometer que me compro un hábito cuando se arregle este desatino, pero al paso que va, creo que aún no ha nacido la tatarabuela de la oveja que me dé la lana para mi hábito.
Ignacio Ruiz es perito de autos