Úbeda se enfrenta año tras año al reto de dar techo a los temporeros

José Rodríguez Cámara / Úbeda
Los albergues de temporeros, un servicio único en España, están concebidos como un techo que cobija a los jornaleros mientras encuentran trabajo en la aceituna. Uno de los dispositivos de acogida más grandes de Jaén está en Úbeda. Es un ejemplo de buen hacer, pero también un reto para aquellos que lo atienden. “Si hubiera veinte albergues en Úbeda, los veinte estarían llenos”. No lo dice uno cualquiera, lo afirma Jesús Poyatos, veterano coordinador de la Cruz Roja en la ciudad, que, desde hace años, se enfrenta a la casi imposible misión de procurar que ninguno de los cientos de inmigrantes subsaharianos o norteafricanos que llegan para buscar tajo duerma al raso. Su centro de operaciones está en la sede local de la ong, junto al Hospital de Santiago, una de las joyas de la arquitectura renacentista que hacen que Úbeda sea, durante todo el año, foco de atracción turístico. En las vísperas de la Navidad, cuando comienza la labor en los olivares y los cercanos comercios ubetenses se llenan de clientes, por delante del monumento pasan pocos visitantes ociosos y demasiados que buscan un jornal y no lo encuentran, mucho más este año.

    18 dic 2008 / 15:48 H.

    Poyatos explica que, desde el pasado 20 de noviembre, las oficinas de la Cruz Roja, en un edificio compartido con Asuntos Sociales, son punto de información, vestidor, despacho de billetes y hasta refugio. La organización también gestiona un dormitorio, con cien camas, que no ha tenido sitio libre ni un día. “Todos los años ocurre lo mismo, hasta que empieza la aceituna, hay muchas personas que no tienen que comer o donde dormir y tenemos que atenderlos. No podemos consentir que nadie se quede en la calle y lo logramos pero, claro está, cuanto más se retrasa la recolección, como ocurre este año, las dificultades para lograrlo son mayores”, admite Jesús Poyatos que, desde su experiencia, tiene claro que no hay una solución para impedir que su ciudad se convierta en una especie de Estrecho de Gibraltar de interior al que llegan personas que, en sus países de origen, no tienen forma de ganarse la vida. “El que tenga necesidad vendrá siempre, con campañas de información que digan que no hay jornal o sin ellas”, opina el responsable de la Cruz Roja. Y es que los temporeros, según la visión de los encargados de atenderlos, hacen del municipio su residencia mientras llega o no llega el contrato por dos razones: están bien atendidos y no tienen otro lugar donde ir, al no garantizársele trabajo en otra parte. Además, tampoco disponen de dinero para comprar un billete de autobús para trasladarse.
    Una vez invierten su ínfimo capital en llegar a la provincia, apenas les queda para comer o comprar calcetines que les guarden los píes de las frías noches de La Loma. En el dispositivo de atención al inmigrante lo saben y, además de sustento y ropa de abrigo, facilitan vales que pueden canjearse en las taquillas de Alsa en la estación de autobuses. De esta forma, entre la Cruz Roja y Servicios Sociales, en diecisiete días, han facilitado el desplazamiento hasta destinos fuera de la provincia a 207 jornaleros y a 190 más que pidieron un billete a otros pueblos y ciudades jiennenses. Son más de cuatrocientas personas atendidas desde el pasado 20 de noviembre, pero ello no implica que ya no esté activo el dispositivo, todavía hay muchos temporeros, unos doscientos cincuenta, que deambulan por las calles de Úbeda. Nadia Raoudi, una marroquí que es mediadora intercultural del Ayuntamiento, lo resume: “Estamos más tranquilos desde la semana pasada, aun así, todos los días se pasa alguien por Asuntos Sociales, muchos menos, eso sí, que piden desde una cama a información”. En su opinión, la clave para acabar con el colapso del dispositivo de emergencia fue el cierre del polideportivo, el pasado jueves 11 de diciembre. “Si no es así, no se van”, dice. La responsable del área en la que trabaja Nadia, la edil Carmen Requena, precisa que el pabellón, que se habilitó como refugio el pasado 26 de noviembre, fue un improvisado dormitorio durante 17 días. “Tomamos la decisión para que una medida extraordinaria, que permitió que se alojaran hasta cuatrocientas cincuenta personas, no se convirtiera en estructural”, aclara la concejal al tiempo que admite que, el cierre, implica que unos ochenta inmigrantes se vean obligados a dormir en la calle. Es algo inevitable, reconoce y considera que la construcción de un albergue con más capacidad —el municipal tiene 46 plazas, que se suman al centenar de la Cruz Roja— no evitaría esta situación. Con fórmulas mágicas o sin ellas, a la estación de autobuses  de la ciudad, desde hace casi un mes, llegan decenas de inmigrantes a diario. Los que deciden quedarse, se reúnen en la terminal cada mañana. A primera hora, están atentos a la llegada del olivarero que los contrate. Algunos, muy pocos, se marchan con él, ya tienen el jornal asegurado. El resto aguarda y espera que le llegue la suerte pronto.

    Carmen Requena Vilaplana
    Área de Asuntos Sociales

    “La solución no es local, es provincial”

    —Su área es la encargada de atender a los temporeros que acuden a la recolección de la aceituna. Desde su perspectiva, ¿cuál es la solución que evite el colapso del dispositivo?
    —La solución es provincial, no local. Es necesario que los grandes centros de acogida para inmigrantes no se concentren en dos o tres ciudades, entre ellas, Úbeda, como ocurre ahora, y que cada pueblo esté listo para responder a situaciones de emergencia, como la de este año. No obstante, lo ocurrido se repetirá mientras que no se contribuya a generar riqueza y empleo en los países de origen de los temporeros.
    —Y, aunque sea de forma parcial en esta campaña, ¿la situación está ya normalizada en la ciudad?
    —Está en vias de solución. 
    —¿Por qué se toma la decisión de cerrar el pabellón como albergue?
    —Fue una solicitud de la Mesa de Inmigración que pidió al Ayuntamiento que lo hiciera, al entender que no soluciona el problema.


     

    La mano cómplice del jornalero

    José Rodríguez Cámara / Úbeda
    Hay trabajos y trabajos y el de los miembros del dispositivo de atención al temporero en Úbeda no es de los que deja impasible. Cocineros, ordenanzas o vigilantes se enfrentan, a diario, a la cruda labor de atender a un ejército de personas que, en muchos casos, carecen de lo mínimo. Una cola a las puertas del albergue de la ubetense calle Montiel, decenas de jornaleros —hace dos semanas eran un centenar casi a diario— aguardan a que se abra las puertas. Un joven temporero, de Costa de Marfil, y su acompañante, de Mali, se acercan al ordenanza y a la cocinera que se han asomado para ver para cuantas personas esperan para la comida. “¿Puede pasar al servicio?”, dice uno de ellos en referencia a su acompañante que no puede caminar. Después de un titubeo, el trato preferente para uno de los que espera puede ser una ofensa para el resto, uno de los empleados municipales le contesta: “Venga pasa”. Ya en el interior del edificio, los trabajadores del centro se percatan de que está enfermo, tiene los pies casi al borde de la congelación. Pasó la noche en un banco, bajo una granizada y con el termómetro bajo cero. No está garantizado que haya cama para que descanse y se recupere, casi todas están ocupadas. Los que tienen la potestad de decidir sobre su futuro inmediato, se miran los unos a los otros, dudan entre si mandarlo de vuelta a la cola para, en cumplimiento estricto de las reglas, confiar en que obtenga una plaza, o acogerlo directamente. La bondad se impone. Como esta situación, cientos mientras está activo el dispositivo de atención.
    “Trabajar aquí es muy duro, es difícil que no te afecte la situación en la que se encuentran estas personas”, dice Encarni Díaz, en las cocinas del albergue, junto a Rosa Montávez, Joaquín Ruiz, Mohamed y otros trabajadores y voluntarios, como Sergio López, Jesús Santoyo o Mohamed. Con los fondos de los que disponen, tienen para preparar algo menos de cien comidas a diario, que ofrecen a partir de la una del mediodía. Para algunos de los que se las piden, se trata de la primera en horas o en días por lo que les resulta muy crudo tener que explicar, al que se queda sin plato, que no almorzará. Al preguntarles cómo pueden hacerlo cada jornada, sólo suspiran con gesto de resignación. A la hora de dormir, el panorama es similar. El presupuesto y los medios, aunque no son pocos, son los que son, desde el Ayuntamiento se admite que, en algo más de medio mes, se ha gastado casi la mitad del presupuesto para toda la campaña, unos diez mil euros. Es normal, hay más personas que atender y los mismos fondos.
    El otro comedor para inmigrantes es el de Cáritas, que funciona con aportaciones de ciudadanos y servido por voluntarios, a partir de las seis de la tarde. Al contrario que el municipal, al no estar sujeto a un presupuesto rígido, si hay ingredientes, y los suele haber gracias a la solidaridad de los ubetenses, se cocina hasta para trescientas personas, de hecho, como explica el responsable de la organización parroquial, Francisco Moreno, durante esta campaña, se llegó a dar de cenar y preparar bocadillos para seiscientos temporeros. La comparación entre los comensales del albergue municipal y el de cáritas, pone de manifiesto que, cada veinticuatro horas, puede  haber, al menos, unas doscientas personas a las que, quizás, nadie les da de comer al mediodía. En ese plano está la labor de ciudadanos anónimos que, por propia iniciativa, ofrecen algo que llevarse a la boca a aquellos que ven desamparados en la ciudad.