Portillo de San Jerónimo

Al fin y al cabo, recordar es seguir viviendo. Solo cuatro casas blancas conformaban el Portillo de San Jerónimo, mi cuna.

    06 abr 2015 / 15:06 H.

    La campana del convento de las hermanas franciscanas, no Bernardas, como erróneamente se les llama, marcaba las horas y avisaba de celebraciones eucarísticas. Antes de este convento, ya hubo otro llamado los Jerónimos. La patulea tira piedras al olmo para coger y comer el “pampastor”, pues a falta de pan de trigo, bueno era pegarle el bocado a las flores. Bancos con azulejos de ajedrez para jugar a las damas. Si llovía en mayo, a coger caracoles que, con arroz, suplían otras carencias. Amplio campillo en el cual los partidos de fútbol eran la norma de “obligado cumplimiento” de los jóvenes aspirantes a futboleros. En estas cuatro casas portilleras vivían los Toledanos y los Gámez, dos familias sentadas en la puerta cuando las noches tórridas se “pasaban” a tragos del orondo botijo. Dialogaban de todo, o sacaban a colación, las dificultades económicas o del hambre, entonces absoluta. Al “corro de la patata” y otros juegos hacían las delicias de una infancia marcada por la posguerra.