Ponce y Ventura se lucen y Morante deja destellos
Enrique Ponce y Diego Ventura se lucieron en La Alameda en una tarde de destellos de Morante. Fallaron los toros, aunque sin llegar a arruinar el espectáculo. Menos mal que los toreros y el rejoneador estuvieron muy por encima del ganado. Solo así se sostuvo la tarde, que resultó entretenida y con pasajes de calidad sobre el albero. Qué pena que los astados no contribuyeran a que fueran memorables en el día en el que “resucitó” La Alameda. Después de tardes de cemento y desolación, la plaza de toros de Jaén acogió a miles de aficionados. Hubo tres cuartos de entrada largos y mucho ambiente.

Salió el primer toro de Murube y empezó a mansear. Se quería marchar del ruedo. Diego Ventura comenzó a encelarlo con la banderola después de colocar dos rejones de castigo. Cambió el tercio a banderillas y salió a lomos de Nazarí. Qué espectáculo dio el caballo castaño. Dejaba que el astado le llegara hasta el costillar mientras que daba la vuelta al ruedo. Primero, el equino. El toro detrás. Nazarí es capaz de mirar a los ojos al toro. Quiebra de frente y deja llegar al morlaco. Además, en cada movimiento, rebosa temple. Diego Ventura clavó banderillas antes de cambiar de cabalgadura. Sacó a Cheque, un caballo blanco, capaz de citar con las rodillas en tierra, quebrar al toro y salir de la cara con una pirueta. Espectáculo puro. Al final, salió Remate. Ventura clavó tres banderillas cortas con un caballo que cita levantando las patas delanteras y hasta se sube en el estribo en el saludo. Sin embargo, con el rejón de muerte no hubo suerte. El primero cayó atravesado. El segundo, muy trasero.
Con el cuarto, Diego Ventura logró la puerta grande. Salió a lomos de Demonio y logró parar a un toro que salió con mucho motor. Dejó dos rejones de castigo. Luego, salió Oro. El caballo hasta citaba a pata coja y dejaba llegar al astado una barbaridad. En cambio, Milagro fue espectacular. Diego Ventura se ponía a dos metros del toro. Se paraba. Caballo y rejoneador citaban al toro, que acudía como un tren y lo quebraban. Puso La Alameda en pie. Sin embargo, el broche final lo puso Remate. Diego Ventura clavó tres rojas e hizo el teléfono en la cara del toro en un final espectacular. Pinchó y dejó un rejonazo fulminante. Logró las dos orejas.
Enrique Ponce lanceó a la verónica al segundo de la tarde con un gusto enorme antes de dejar una media sensacional en el centro del anillo. Después del tercio de varas, interpretó tres chicuelinas y una bella revolera. El toro manseaba y se veía justo de fuerzas. Sin embargo, Ponce lo vio clarísimo y comenzó a torearlo con la muleta con una seguridad enorme. En el trasteo de inicio se le coló por el pitón izquierdo. A su banderillero Jocho ya se lo había hecho en el capote. Inició con una serie en redondo sin exigirle demasiado. Le dio otra similar antes de un cambio de mano tremendamente bello. Fue un cartel de toros. El astado no perseguía la muleta. En mitad del viaje, sacaba la cara. En cambio, Ponce pronto le corrigió el defecto levantándole el engaño para que solo viera faena. No resultó sencillo el astado de Las Ramblas, aunque Ponce es experto en esta ganadería. De hecho, la suya procede de ella. Estuvo muy por encima del animal, que acabó con un viaje muy corto. No tuvo suerte con la espada.
“No hay quinto malo”. Así reza el dicho taurino porque antes se dejaba al toro en el que más se confiaba para este lugar. El quinto no fue malo, pero bueno tampoco. Sacó recorrido en el capote de Ponce, que lo lanceó perfecto hasta pararlo en los medios. Se lo brindó a su suegro y apoderado, Victoriano Valencia. Y Ponce volvió a sorprender. Desde el trasteo ya llevaba templado al toro. Qué forma de cogerle la velocidad. Luego, le dio cuatro derechazos sin exigirle mientras que sonaba el pasodoble Manolete. Dejó un buen pasaje al natural antes de que la faena diera un giro hacia adornos, cambios de mano y remates. Al toro se le había acabado el recorrido. Acabó con un circular invertido de rodillas —casi en la puerta de toriles— y un precioso abaniqueo. Mató de forma sensacional y cortó las dos orejas.
Morante cosechó en su primero una bronca torera. Hubo espectadores que, incluso, le enseñaban sus entradas para pedirle que se esforzara más. Comenzó bien a la verónica con dos lances de toreo caro. En cambio, el astado de Las Ramblas andaba justo de fuerza, bravura y clase. Por eso, Morante cogió la muleta, le “quitó las moscas” de la cara y se fue a por la espada. Parte del público montó en cólera. Otros aplaudieron al torero. Tampoco estuvo fino el diestro de La Puebla con el acero, lo que enojó más a un sector del público. Salió el sexto de Montalvo y Morante pisó el ruedo enrabietado. Lo esperó sentado en el estribo. Con el capote, sensacional. Remató con dos revoleras preciosas antes de dos chicuelinas sensacionales. Qué manera de ceñirse y bajar las manos templadas. Inició la faena de muleta con un trasteo por alto a pies juntos. El animal colocaba bien la cara, pero le faltaba fuerza y transmisión. Y entonces... Morante empezó a destellear toreo caro. Pasajes abelmontados de los que seguro que Juan Belmonte se sentiría orgulloso de ver su estilo ensalzado a los altares del arte. Citaba con un toque fuerte y mandón, pero los muletazos discurrían de uno en uno. Aguantó miradas y parones y terminó con unos ayudados por alto de enorme gusto. Logró una oreja y se fue ovacionado del coso de La Alameda. La tarde mereció la pena. Enrique Alonso / JAÉN