Plano para construir una ciudad
Denomina el antropólogo Marc Augé “no lugares” a aquellos espacios tan parecidos a otros que se confunden entre sí. Ciertos barrios de Valencia pueden tener idéntica apariencia a otros de Madrid o de Bilbao, ya que son espacios homologados por un mismo molde arquitectónico y que, en realidad, ya se han visto y se han olvidado antes de visitarlos, como sucede con todo lo que carece de sustancia. Frente al “no lugar”, existen por fortuna los espacios con voz propia, sitios llenos de suficiencia que te encaran con el orgullo de saberse irrepetibles.
Úbeda es uno de estos enclaves, un espacio donde los dados del Arte cayeron siempre por la cara del as y que aún sabe mirarnos con toda la placidez de su sabiduría renacentista. Pero una ciudad así no debe ser un espacio para la nostalgia sino una herencia donde el pasado multiplique al presente. Este entender el patrimonio como un bien vivo es lo que asumieron hace años un puñado de ubetenses a los que ahora se añaden gentes como Francisco Javier Ruiz Ramos, que enc beza Úbeda por la Cultura, un movimiento que ha arrancado reivindicando la iglesia de San Lorenzo para darle un nuevo uso y evitar que muera en las manos inertes del obispado, quien ni cede el templo a la ciudad ni parece hacer otra cosa que no sea facilitar su ruina. Si Úbeda por la cultura busca rechazar la mutilación de un valor común para integrarlo con honores en el patrimonio, otra nueva iniciativa, la de realizar un certamen de novela, quiere también meter sangre en las venas de Úbeda. En los dos casos, se suma, se da sentido, se hace ciudadanía. El I Certamen de Novela Histórica Ciudad de Úbeda pondrá en pie de guerra (de guerra de papel) a mis paisanos durante la semana próxima. Lo que acabo de decir con una simple frase ha sido posible gracias a otra novela histórica oculta, cuya acción se ha ido desarrollando durante meses y solo acabará con la clausura de las jornadas. Personas como Pablo Lozano, Luis Foronda, Alberto Sanfrutos, Cecilia Antonelli o María Teresa Ortiz pensaron que un día el certa en, que imaginaron desmesurado, sería un hecho. Dedicaron tiempo y mucho esfuerzo a dar forma a un deseo, y echaron su red literaria para atrapar en ella a cualquier cosa que oliera a ayuda: ayuntamiento, hoteles, asociaciones, medios de comunicación, restaurantes, editoriales, alfarerías, instituciones o creadores. Nadie escapó al relato épico que estaban escribiendo y, después de ganar todas las batallas, lo encuadernaron en la hermosa portada que les hizo Isabel Cabello. No creo que haya forma mejor de entender “un lugar” que como lo hacen las plataformas Úbeda por la Cultura o Plaza Vieja, que está detrás del Certamen. Ambas saben que un patrimonio se puede malversar en la calma chicha de la autocomplacencia, que una ciudad puede morir si tiene su centro de gravedad en la tradición, y que corre peligro de enfermar a fuerza de arrullos y poemas. Saben que construir una ciudad es ensancharla, hacerla más significativa. Levantarla desde abajo y con la fuerza de los hombros.
Salvador Compán es escritor