Orgullo tras la tragedia y el silencio

Pepi Galera/Jaén
Esther Estremera cuenta sus impresiones del apasionado y maravilloso relato de Almudena Grandes de la leyenda del guerrillero Cencerro. Es el 'salto' de los sentimientos de toda una vida de silencio al orgullo de ver reconocida la figura de su abuelo.

    08 mar 2012 / 12:07 H.

    Madrid, 7 de marzo. Esther Estremera acaba de volver a casa. Apenas han pasado 24 horas desde la presentación de El lector de Julio Verne, la nueva novela de Almudena Grandes.  Muy poco tiempo para digerir una jornada llena de reencuentros y emociones, pero, sobre todo, de revivir recuerdos enterrados que, por fin hoy, son motivo de orgullo en memoria de su abuelo, Tomás Villén Roldán, “Cencerro”, el legendario guerrillero de la Sierra Sur. Esther Estremera cuenta a Diario JAEN sus impresiones del apasionado y maravilloso relato de Almudena Grandes. Es el “salto”, en páginas de papel, de los sentimientos de toda una vida de silencio tras la tragedia familiar, al orgullo y satisfacción de ver reconocida la figura de su abuelo. “Nosotros sabíamos que no era ningún bandolero, ni un delincuente, si no una persona con unos fuertes principios y convicciones por los que luchó hasta su muerte. Hoy, hablo por mí, es un orgullo recordar su figura”, afirma convencida. 
    Esther Estremera Villén nunca llegó a conocer a su abuelo. Él murió en 1947 y ella no llegó al mundo hasta 1955. “Fue mi abuela, la mujer de Cencerro, la primera persona que me habló de él”, asegura. Fue ella, la abuela quien le ofreció luz sobre toda esa historia de la que solo se hablaba en los ambientes más íntimos, familiares, silenciada en el exterior. Nadie mejor que ella podía contarlo, ya que también sufrió en sus propias carnes esa feroz represión a los enlaces de los guerrilleros, a las personas que los querían, que tan bien narra Almudena Grandes en El lector de Julio Verne. “Mi abuela fue encarcelada en 1941 porque estaba embarazada de su marido, desaparecido desde hacía años. Prefirió el castigo antes que ocultar que su hijo era de su marido”, cuenta. “Estuvo nueve años y medio en la cárcel, donde nació su hijo pequeño, Tomás, del que fue separada, rememora. Nunca más volvió a ver su marido. Cuando fue liberada, hacía más de dos años que había muerto”, evoca. Hasta su fallecimiento, a finales de los años 70, fue una gran defensora de la democracia.
    Otro de los episodios más duros fue el que tocó vivir a Rafaela —la madre de Esther e Isabel, aún viva hoy— y Virtudes, las hijas mayores de Cencerro. Ellas, una vez acabada la “fiesta” de la vergüenza, la que se celebró en la plaza de Castillo de Locubín, el 17 de julio de 1947, cuando la Guardia Civil expuso su trofeo, con banda de música incluida, recogieron el cadáver de su padre. Él veinticuatro horas antes se había quitado la vida, cuando se sintió acorralado, ya que prefirió hacerlo así antes que morir fusilado. “Ellas, junto a otros familiares, llevaron a su casa el cuerpo sin vida de mi abuelo, lo limpiaron y lo envolvieron en una sábana que les dio una vecina. Lo enterraron en una zona que se llamaba el Corralillo del ahorcado”, relata. “Años más tarde, no puedo precisar cuándo, pudimos enterrarlo en el cementerio de Castillo de Locubín, donde descansa hoy”, narra.
    “Su tumba, en Castillo, siempre está muy limpia, llena de flores.  No sabemos quién la cuida, pero para mis tías y para mí es un gran motivo de alegría. Es una buena muestra de una realidad, del cariño que se le tenía”, Sin duda, todo un reconocimiento anónimo a su figura. Una leyenda viva durante toda la posguerra que Almudena Grandes reconoció en el inocente relato de un niño de 1947, hijo de un guardia civil de Fuensanta, quien inspiró la novela. 
    “Mi hermana Isabel y yo siempre hemos sido seguidoras, como lectoras, de Almudena Grandes”, explica. Pero fue en septiembre de 2010, tras la publicación de Inés y la alegría, cuando una llamada de Isabel a Esther, accionó toda la maquinaria que ha desencadenado en esta historia. “Abre el libro y ve a las primeras páginas, el segundo tomo de Episodios de una guerra interminable es del abuelo”, informó Isabel a su hermana. “Entonces, decidí ponerme en contacto con Almudena. Dos días después, fue ella la que me llamó a mi”, recuerda. Se reunieron, se conocieron y hablaron durante horas. Esther buscó entre sus recuerdos, entre las historias que su abuela le había contado desde pequeña y no dudó en relatarlas a la escritora. “Para mí sorpresa, ella sabía mucho más que yo, me contó muchos detalles que no conocía”, afirma.
    Pero esta no era la primera vez que las nietas de Cencerro leían en páginas impresas la historia de su abuelo. En 2010, Luis Miguel Sánchez Tostado publicó Cencerro, un guerrillero legendario. “Fue un ensayo histórico, muy documentado, fiel a los hechos acontecidos, relatados por Sánchez Tostado, que es una persona encantadora”, firma.
    Meses después de su encuentro, Almudena Grandes supo dar forma, hilar la trágica historia, con su evocadora y conmovedora prosa. “Almudena me envió el libro terminado y lo leí de inmediato, en apenas un fin de semana, para que lo leyeran también mi hermana y mi madre”, asegura. “Nos dejó impactadas la forma en que es capaz de contar la historia, lo escribió  con mucho cariño y sensibilidad”, afirma. “Esta novela es una recreación preciosa a pesar de la dureza de la tragedia, un reconocimiento de mi abuelo que va a llegar a mucha gente”, finaliza.