Nueve reinos de interior custodiados por las ninfas
Diana Sánchez Perabá
Bellas y hermosas, sus voces son de ensueño, sus cabellos serpenteantes se derriten cuando se sumergen en sus aguas, dulces, como ellas. Se dicen hijas de Zeus aunque son mortales, según el tamaño de su morada. Sigilosas y pizpiretas, las náyades que viven en la provincia de Jaén cuentan con nueve reinos. Nueve rincones que invitan a traspasar una dimensión terrenal y entrar en el jardín más espectacular del Olimpo. Embalses, ríos, charcos, arroyos, descansos de cristales acuáticos donde sus anfitrionas, más generosas que las que retrata la mitología en algunos episodios, se abren a quienes se aventuran a convivir con la naturaleza. El agua, fuente de vida no solo para estas ninfas, se convierte en el alivio de los humanos, que sufren el esplendor del despiadado Helios, que azota con temperaturas que llegan a rozar hasta los cincuenta grados.

Bellas y hermosas, sus voces son de ensueño, sus cabellos serpenteantes se derriten cuando se sumergen en sus aguas, dulces, como ellas. Se dicen hijas de Zeus aunque son mortales, según el tamaño de su morada. Sigilosas y pizpiretas, las náyades que viven en la provincia de Jaén cuentan con nueve reinos. Nueve rincones que invitan a traspasar una dimensión terrenal y entrar en el jardín más espectacular del Olimpo. Embalses, ríos, charcos, arroyos, descansos de cristales acuáticos donde sus anfitrionas, más generosas que las que retrata la mitología en algunos episodios, se abren a quienes se aventuran a convivir con la naturaleza. El agua, fuente de vida no solo para estas ninfas, se convierte en el alivio de los humanos, que sufren el esplendor del despiadado Helios, que azota con temperaturas que llegan a rozar hasta los cincuenta grados.
Sin embargo, muchos son quienes huyen de este infierno para refrescarse a las orillas de las balsas cristalinas. Lujosas piscinas o playas del interior que reciben las visitas de familias, parejas o grupos de amigos que encontrarán, en mitad de estos parajes, la sombra natural de un árbol centenario o la de una peña modelada al capricho del tiempo. En lugar de palmeras, juncos amarrados que se resisten a las corrientes del curso del río; en vez de arena blanca, tierra y brillantes piedras de pizarra. Un verano de color verde, incluso, turquesa. El verano azul queda para el litoral, para aguas saladas.
La provincia jiennense, con sus nueve reinos para sentir su dulce fuerza acuática durante el estío, es la que más rincones cuenta en Andalucía en su interior. Cantidad que coincide en la calidad de las aguas, tal y como certificó, al comienzo de la temporada, la Consejería de Salud y Bienestar Social en su informe anual. Porque la huella del hombre, de la industria y de un maltrato al medio ambiente, en general, a veces se vuelve contra las personas, cual boomerang. De manera que, como si de una náyade encolerizada se tratara, puede provocar enfermedades en quienes osan profanar sus aguas. Por eso, la normativa vela por estos parajes y la pureza de sus aguas, como reza el propio escrito: “Desde el punto de vista sanitario incide en la protección de la salud humana, y desde el punto de vista ambiental persigue la conservación, protección y mejora de la calidad del medio ambiente”. Los resultados que abrieron la temporada de baño otorgaron una calificación positiva, con cinco “excelentes”, tres “buenas” y una “insuficiente”. Una nota media que supera al resto de provincias andaluzas. Quizá por la generosidad de sus ninfas, quizá por el respeto de sus visitantes, o posiblemente, por ambos casos, la provincia jiennense muestra todo un mundo acuático natural que aleja a esta tierra de una imagen veraniega seca, abrasadora y sofocante, para mostrar un espejo verídico en el que se refleja la frescura de sus parajes, la autenticidad del medio y la posibilidad de experimentar la complicidad de la naturaleza, a través de la bondad de sus aguas.
En plena Sierra Morena, al amparo de la Virgen de la Cabeza, son muchos quienes optan por desafiar al calor dejándose refrescar por la conocida como Calanorte, en el Embalse del Encinarejo, así como el Coscojal del Río Jándula. Nadar a favor o en contra de la corriente no es solo un desafío para los que demuestran sus dotes de nadador, ya que la expansión del río permite navegar con lanchas o practicar piragüismo. Mientras que los más tranquilos y pacientes pueden pescar a las orillas de estos embalses.
“Su suelo es irregular y a los visitantes puede parecerle difícil, pero para nosotros es algo tan nuestro. Es nuestra identidad. Aquí arena no, pizarra”, son las palabras que escribe Ana Ortiz en su blog sobre la zona del Tamujoso, en el Embalse Rumblar de Baños de la Encina. La libertad, aquí, se materializa en la luz reflejada sobre sus limpias aguas, en el paseo de una pareja de patos o en las familias que gozan de esta exclusiva playa que cuenta con una costa de una longitud de 67 kilómetros.
Más cosmopolitas y abiertos al turismo internacional, los ríos Guadalquivir y Linarejos, ubicados en Cazorla, regalan a los amantes de la naturaleza dos áreas, custodiadas por traviesas potámides —las náyades de los ríos— que desafían a los más aventureros. De esta manera, el Parque Natural se adapta a un parque temático que permite todo tipo de actividades de riesgo por los rápidos del complejo curso del río. Iniciativas que organizan los complejos hoteleros con rutas que permiten, a los más despistados, descubrir las maravillas de este paraíso. El famoso Puente de las Herrerías ha sido testigo de los suspiros de múltiples generaciones al introducir los pies en sus frescas aguas que palian, durante esta época, el calor. Y es que, además de naturaleza, en este privilegiado rincón de la sierra cazorleña se bebe cultura e historia.
¿Playa o montaña? Fácil elección: Jaén. Provincia en la que no solo sus sierras sobrecogen con el poder de sus bosques, sino también con la magia de las guardianas de sus aguas. Dulces ninfas que custodian auténticos paraísos acuáticos para el deleite de sus visitantes.