Nuevas voces jiennenses se lanzan a la aventura de escribir y ser leídas

Antonio Heras / Jaén
El encuentro sucede, como es habitual entre literatos, en un café. No en uno de aquellos cargados de humo de tabaco y tenues luces, de ambigua moralidad, tendentes a las redadas policiales más o menos soterradas. No, en uno luminoso, libre de nicotinas y con todos los papeles en regla. Cinco jiennenses de nacimiento o adopción, de entre 21 y 39 años, se sientan con naturalidad, aunque algunos apenas se conocen y otros no se habían visto hasta entonces.

    28 nov 2012 / 12:17 H.

    Cuatro poetas y un novelista, aunque las categorías, como en casi en cualquier aspecto de la vida, no valen en el mundo de las letras, no se ajustan a reglas ni pensamientos cuadriculados. Y este se atreve con el relato, y aquel esbozó una novela, y quién no osó dotar de rima, de puro dolor, el amor no correspondido de la adolescencia.
    Se intercambian los libros, los cuadernos manuscritos, los folios garabateados a impulso y caligrafía de médico feroz; comentan con viveza esta frase, aquel verso. Esta me gusta mucho, ese no tanto. La timidez y el apocamiento de los jóvenes literatos, de los que no han triunfado aún —sea lo que sea el triunfo, un concepto individual, cambiante— no se manifiesta esa tarde. El camarero coloca frente a ellos las bebidas, todas sin alcohol, y empiezan a hablar del panorama literario jiennense. Que no es mucho, pero que ha mejorado de manera notable en tan solo un par de años. “Hay un pequeño “boom” ahora”, comenta una de las escritoras, con cierto arrojo orgulloso. “Cuando llegué de mi pueblo, uno muy chiquitillo, pensé que Jaén iba a ser un gran cambio, pero era casi lo mismo”, apunta otra, que coincide en que la situación, al menos, se mueve. “Sobre todo en la poesía, que siempre ha sido un género denostado”, contesta otro del grupo, que arroja una paupérrima cifra de ventas de este género en toda España en 2011.
    La causa de este breve, quizá efímero renacer del ambiente literario de la capital reside en el ímpetu de sus protagonistas más que en un (débil, a veces inexistente) apoyo de las administraciones que, en tiempos de crisis, creen tener excusado el dar la espalda a la cultura —cuando esta no significa dividendos o publicidad o votos—. Hablan de dos iniciativas “autogestionadas”. Una, La Caja de Lot, tendrá su próxima cita en el Bar Tijuana el viernes 14 de diciembre. Poetas de otras ciudades y jiennenses, que han publicado y son reconocidos y otros que apenas acaban de nacer, de encontrar su voz, tienen un espacio y un altavoz en contacto directo con un público “muy respetuoso” en una serie de lecturas que comenzaron hace año y medio. Otra, el SLAM, una llamativa competición en la que los asistentes deciden qué oponente ha ganado la batalla poética. Esta iniciativa se celebra, normalmente, los últimos miércoles de mes en el Bar El Bodegón. Raperos, poetas más tradicionales, reconocidos, amas de casa... Todos participan. 

    1 “El poeta comienza a escribir cuando se enamora”.
    El benjamín, Francis Cifuentes, tiene 21 años y unas inmensas ganas de salir al mundo, de explotar en versos que sacuden su cuerpo, que refulgen por sus ojos mientras habla. Estudiante de Filología Hispánica, natural de Quesada, comenzó a escribir a los 15 años. “Cuando uno empieza a enamorarse”, aclara. Su madre es su primera lectora. “Sentada en la mesa de la cocina, sonríe y me dice ‘Bien, bien”, comenta el joven, apasionado por el mundo trágico de Lorca, por Miguel Hernández, por los poetas andaluces y, últimamente, por Antonio Gala, con quien confiesa identificarse mucho. No tiene un horario para escribir. “La poesía es mágica, si me viene un verso en un bar, lo escribo en una servilleta, donde sea”, dice Cifuentes, al que también le apasiona recitar. “Es el acto puro de la poesía, casi un acto sexual con el oyente”.

    2 “La poesía es un mecanismo de desalojo. Una terapia”
    Instalada con comodidad en la treintena, Isabel Tejada tiene varios trabajos publicados. Dos relatos suyos aparecen en “Cuentos en el Museo” y su poemario “La sonrisa del camaleón” está a la venta en la Librería Metrópolis, por ejemplo. “La poesía es un mecanismo de desalojo; sirve para mantener la cordura”, reflexiona la escritora, que lleva más de tres décadas viviendo en la capital. “La prosa quizá es más evasión, construir una trama, una estructura; es más creación”. Ella “se vuelca más” en la poesía, que suele escribir de noche. “A veces me despierto porque se me ha ocurrido un verso y tengo que levantarme para escribirlo”, cuenta Tejada, que tiene libretas repartidas por toda su casa. “La poesía es un medio de establecer un vínculo con el lector”, continúa. “Construir puentes hacia los demás, y tangibilizar el miedo o la soledad, lo bueno y lo malo de la vida. Es, básicamente, terapia”, concluye con una sonrisa.

    3 “No va a ser la típica historia de la guerra civil”
    Antonio Reyes Martínez va a novela por año. Sus amigos bromean con que tiene una productividad tan intensa como Woody Allen. Si hubiera empezado al nacer, contaría ya con 37 libros en su haber, pero fue una gestación tardía. Su primera novela, “El escritor de cartas”, salió a la luz en 2011, y en 2012 la segunda, “El hórreo andaluz”. Ambas le ocuparon una media de seis meses de escritura. La primera, ambientada en Vigo, la segunda, en un pueblo de la sierra jiennense. La ciudad en la que vivió y el municipio donde nació, respectivamente, ya que su ficción, al menos hasta la fecha, se entrecruza con su biografía. De ahí que muchos personajes se inspiren en amigos y conocidos. “El hórreo andaluz” nació, además, de una fotografía. Un profesor rodeado de alumnos en el Bedmar natal de Reyes. A partir de ahí, de esa imagen que llegó a sus manos casi por accidente, nació la novela. La tercera ya está en marcha. Tenía pensado cerrar con ella una trilogía particular: Vigo, Jaén y la música, otra de sus aficiones. “Pero se me cruzó la historia de un político jiennense republicano. Me la contó su nieto”, adelanta Reyes. “Será la vida de esta persona durante ocho años, pero narrada de forma diferente, no va a ser la típica historia de la guerra civil”, asegura.

    4 “Fernando Pessoa fue el  escritor que me marcó”
    De familia tosiriana, Antonio Alfonso Jiménez nació, sin embargo, en la capital, donde vive actualmente. Comenzó a escribir, como otros, en el instituto, animado por sus profesores de Literatura, por los premios que ganaba, como los de la Facultad de Humanidades de la UJA, no solo en verso, también con relatos. Ahora, de hecho, repasa una novela con vistas a un certamen próximo. “Empezó como un poema narrativo sobre personajes del Polígono de El Valle”, explica el escritor. “Es denuncia social, porque, si te acercas a la realidad, ¿cómo no va a serlo?”, razona.
    Antes tenía “blogs”, como la mayoría de sus compañeros literatos, pero los cerró. Uno, de microrrelatos; otro, de haikus.
    En cualquier caso, Jiménez se siente, sobre todo, poeta. Pessoa fue el hacedor de palabras que le marcó, y Berlín la ciudad que se le quedó grabada a fuego durante un año de intercambio universitario y que aún conserva en su interior, que traslada al papel a miles de kilómetros de distancia. La resucita.

    5 “Con Bécquer se me metió el gusanillo de la poesía”
    Rocío es otra de las más jóvenes. Procedente de Peal de Becerro, vive y estudia en la capital, y aunque prueba la prosa y el teatro, se siente “más segura” con la rima. A los 10, 11 años recuerda que escribía los “típicos cuentos”, y con Bécquer, todavía en el colegio, se le “metió el gusanillo de la poesía”. Ha publicado ya en dos antologías —la última, titulada “Cosmopoética”—, participado en lecturas como las de La Caja de Lot, y ganado el I Premio de Poesía de la UJA (con “Las mariposas de Nabokov”, libro que saldrá a la luz en breve). “Escribo casi todos los días, aunque soy un poco desastre”, dice sobre sus horarios frente al papel en blanco. “Suelo hacerlo de noche y con el ordenador, aunque llevo siempre encima libretas por si la inspiración me pilla por la calle”, añade, con ojos felices.

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