Mi amiga
Paula Camacho Ansino/Desde Jaén. Tengo una amiga, muy buena persona, no me cabe la menor duda, pero como puede suceder hoy día a tantos cristianos, cuando hablamos de las verdades que se encuentran en el Catecismo de la Iglesia, se descubre cuánta confusión hay.
Desde los años ochenta hay personas interesadas en desarraigar lo que estaba tan fuertemente arraigado: las creencias, la fe, las costumbres, por la gracia de Dios este interés no ha triunfado totalmente. A esta amiga de la que les hablo, me parece que ya se le han aclarado las ideas: decía que no era justo que existiera el purgatorio para tantas personas buenas que mueren cada día. La verdad es que tenía una idea equivocada, había borrado de su memoria cuanto aprendió de pequeña. Gracias al actual Compendio del Catecismo de la Iglesia, el tema está claro: “El purgatorio no es un castigo” y nos invita el Catecismo a recordar que el purgatorio “es el estado de las personas que mueren en la amistad con Dios, pero aunque están seguras de su salvación eterna a la hora de morir, necesitan una purificación para entrar en la eterna bienaventuranza”.
El purgatorio es una misericordia de Dios, para limpiar los defectos de los que desean identificarse con Él (San Josemaría). Nos dice el Catecismo: “¿Cómo podemos ayudar en la purificación de las almas que van al purgatorio? Por la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia”. ¡Qué cosa más bonita, qué gratificante —Dios es así—poder ayudar a nuestros seres queridos que aún no están en la Gloria, para que pronto vean a Dios “cara a cara” y puedan desde el Cielo interceder por nosotros, cuando nos llegue la hora, que nos llegará! ¿Cuándo? Solo Dios lo sabe.