Mandela, el político y el hombre
Desde Jaén Gloria Pastor Izquierdo . ¿Cuál ha sido la causa de que una figura como la de Nelson Mandela sea venerada, homenajeada y aclamada de forma tan unánime por todos los pueblos y naciones del mundo, no solo a la hora de su muerte sino durante toda su vida? No podía ser por otra razón, no podía ser otra cosa que por la categoría de ser humano que alcanzó gracias a los terribles acontecimientos que moldearon su alma. Su vida es un ejemplo para el agonizante mundo actual. Un ejemplo de cómo transformar las secuelas dejadas por las penosas dificultades que, como un arado, surcaron de forma despiadada toda su vida, en hermosos frutos que recogió para agasajar a toda la humanidad. Debemos creer que es posible. Que es posible cambiar el odio por amor. Él dijo: “Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario”.
No es respetado y aclamado por liderar unos ideales o un programa concretos, por muy loables y novedosos que hayan sido. O solamente por anhelar un nuevo mundo para el descanso de los oprimidos. No. Es por su vida. Por su forma de hacer de cada una de sus convicciones una auténtica realidad sin doblegarse. Él ha puesto en su justa medida el listón de un verdadero político. Decía el poema que inspiró sus peores momentos: “Más allá de la noche que me cubre, negra como el abismo insondable, doy gracias al dios que fuere, por mi alma inconquistable”. Ni el miedo ni el odio conquistó su alma. Él dijo: “Aprendí que el coraje no era la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. Un hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino aquel que lo conquista”. También como hombre vislumbraba un alto destino hasta el final. Y sigue diciendo su poema preferido: “No importa cuán recto sea el camino, ni cuantos castigos lleve a mi espalda, soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma.” Ahora, del significado de sus muy oportunas palabras: “De la experiencia de un desastre humano que ha durado demasiado ha de nacer una sociedad de la que toda la humanidad se sienta orgullosa. Hemos logrado por fin nuestra emancipación política. Nos comprometemos a liberar a nuestro pueblo de las cadenas de la pobreza, las privaciones, el sufrimiento, el género y cualquier otra discriminación. Que reine la libertad. ¡Que Dios bendiga a África!”, podemos concluir que han sido las cualidades humanas, desarrolladas primero en él y que después transmitió a su pueblo, las que han otorgado el éxito a su gran empresa. Pensando en Mandela y su maravilloso ejemplo, no puedo menos que recordar las palabras que Bahá’u’lláh, Fundador de la Fé Bahá’í, envió a los reyes y gobernantes de la tierra en 1868: “¡Oh concurso de gobernantes! Proteged a los quebrantados con las manos de la justicia, y aplastad al opresor que florece, con la vara de los mandamientos de vuestro Señor, el Ordenador, el Omnisciente”, pues esta vara es la del desarrollo y fortalecimiento de las cualidades espirituales en el hombre que provienen de la Divinidad.