Los espontáneos y maravillosos versos 'nietonianos'

Cuando Nieto y yo nos conocimos saltó esa chispa de afinidad en curiosidades e inquietudes. Al poco tiempo, me regaló y me dedicó “Las Sonatas”, me presentó a la voluptuosa Niña Chole, al marqués de Bradomín,  el donjuan “feo, católico y sentimental”, y así fue que me quedé enganchada de por vida a Valle-Inclán. Y a él. Rescato aquí la luminosidad de su dedicatoria en la sonata de verano: “De mi verano, / sudores, sudor. / Yo, conmigo mismo. / De tu verano, / la luz en tus ojos, / tu rodilla brillando, / tu pelo cortado. / Tu vida, / en tus manos”.  

    24 sep 2010 / 15:49 H.

     Las veces que he echado de menos los paseos en su coche a paso lento y porque sí, repletos de conciencia social, de cine, de literatura, de vida, de muerte y de música, sobre todo de música, ofrecida por aquel viejo aparato que nos acompañaba y nos envolvía en la complacencia de lo que se comparte, en la complicidad de lo compartido y en la embriaguez del humo de los cigarrillos. Nunca fuimos pareja física, pero es que tampoco nunca nos hizo falta, porque él y yo nacimos para ser pareja en el camino de la amistad de hecho, del afecto personal y del cariño al amigo.

    Recuerdo los versos al alimón que escribíamos entre cervezas mi hermana Adela, él y yo. Paríamos poemas, sí señor, muchos desde el dolor (nos acababa de dejar Vicente Morales), y todos desde la ilusión creativa. Yo quedaba agotada, nunca fui poeta; sólo en esos momentos creí serlo. Después de esa época ni siquiera lo he intentado. Y es que este hombre siempre ha sacado de mí la escritora que llevo dentro, el oficio, porque sólo él ha conseguido que yo minimice mis miedos a la exposición personal, al protagonismo, pero de su mano me enfrenté a ellos. Como en aquel pregón de Navidad en el “Paddy O’Hara”, que paciencia y sabiduría tuvo que derrochar para que yo los venciera. Siempre ha creído en mí. Para muestra, una de las muchas servilletas de bar que tengo escritas por él: “Mi amiga Lola / me ha salido completa. / Sí, de verdad. / Pero creedme, / contádselo a ella”. Y es que, tras ese Nieto “malafollá”, al que también adoro, hay un Nieto generoso y brillante.  

    Él y yo no nos vemos cada día, pero a veces a mi me da el mono, siento el deseo absoluto de verlo, de estar con él, y lo llamo y le pido una cita en “El Gorrión”, y, no falla, alrededor de las tres allí estamos tomándonos un botellín fresquito y, más rico, en su compañía. Eso sí, siempre soy yo quien demanda la cita y, por supuesto, sin necesidad de que eso cambie. Sé como Nieto es para sus cosas y sé como es para sus amigos. Todos sus amigos lo sabemos. Por lo cual, convendrán conmigo en que quien llame a quien no es un matiz relevante. Además, gracias a esos agradables y fructíferos momentos he llegado a atesorar cantidad de esas servilletas de bar con versos “nietonianos” espontáneos y maravillosos que guardo con mimo.  Las escribió para mí y son mías. Jamás tiré ninguna. ¡Cuántos momentos compartidos! Otros ratos fabulosos fueron esas reuniones en su casa a las que invitaba un sábado de primeros de otoño, con el pretexto del encendido de la chimenea y su mágico y atrayente fuego, para enfrentar la llegada del frío. Buenos encuentros esos que enriquecían mi paladar y mi crecimiento, y que tan generosamente nos regalaba, junto a María.  

    Tantos años sabiéndonos y respetándonos, con momentos mejores y peores, diálogos afables, otros discrepantes, los menos, controvertidos, y sólo un desencuentro. Sí, uno. Porque los amigos, los de verdad, también se enfadan. Ni me acuerdo por qué fue. Además duró nada. No podía ser de otra manera. Y aquí seguimos en nuestra amistad que continua viva, cuidada, protegida. Con honestidad, con convicción y, sobre todo, desde la asunción sin fisuras de la mágica imperfección del ser humano, de la humanidad del otro. 

    Confieso que escribiendo estas líneas me asaltaron los miedos, ahora más grandes aún por no poder contar con él para enfrentarlos. Sin embargo, aquí estoy encarándolos y demostrándole que algo he aprendido de lo mucho que me ha enseñado. Y, como también estoy lanzada, aprovecho esta ocasión para gritar a viva voz  y que quede impreso. ¡Te quiero, Nieto!

    Qué bien tener el privilegio de disfrutar con él y disfrutarlo.

    Lola Ginel