Los abrazos perdidos

La banda de la serpiente y el hacha dice ahora que no volverá a poner su punto de mira en nuestras nucas, que ya nadie tendrá que mirar debajo de su coche por si una bomba lapa hace saltar la vida en mil pedazos; que decenas de políticos podrán retomar la normalidad que supone salir solos a la calle, sin un guardaespaldas como sombra de carne y hueso para poner otros dos ojos en la espalda de quienes cometieron el delito de trabajar al servicio de sus vecinos. Tantas y tantas baldosas manchadas de sangre en el camino violento que ETA deja tras de sí tras varias décadas de terror.

    24 oct 2011 / 09:39 H.

    El anuncio del fin de la violencia nos produce a los españoles reacciones contradictorias. Hay alegría, pero una alegría contenida, porque nos parece que, aunque nos digan que ETA estaba ante las cuerdas, no terminamos de creernos que quienes hacían de la barbarie y el tiro en la nuca bandera ahora aboguen por la paz. Será el tiempo el que se encargue de convencernos, en el caso de que así sea, de que el fin de la violencia es real, como continuidad de los dos años que llevamos ya sin atentados de los verdugos. El comunicado de los terroristas, más que un destino final es el comienzo de un camino en que las palabras y las intenciones deben convertirse en realidades. Mientras, la prudencia aconseja no bajar la guardia.
    El fin de la violencia no supone consuelo para  cientos de familias que sufrieron en su propia vida la amputación del hacha y el bocado envenenado de la serpiente. El anuncio etarra no conseguirá resucitar a los niños a los que apartaron de un zarpazo de sus juegos, a los padres y madres que no pudieron ver crecer a sus hijos, a quienes, por luchar por la seguridad de los demás, perdieron la propia. Hacia ellos, hacia las víctimas y sus familias es necesario mirar ahora cuando el fin de la violencia no ha incluido ni siquiera la palabra perdón. La entrega de las endiabladas armas no logrará recuperar los besos y los abrazos robados y eso, por desgraciada, impedirá eternamente que se haga justicia.