La diáspora de Segura
Nuria López Priego /Jaén
La creación del Coto Nacional de Caza de las Sierras de Cazorla y Segura fue, en la década de los sesenta, sinónimo de una diáspora. Decenas de familias de los términos de Hornos y Pontones se vieron 'forzadas' a emigrar. El hermanamiento entre Hornos y Espeluy evocará, el próximo sábado, aquella 'fuga'.
La creación del Coto Nacional de Caza de las Sierras de Cazorla y Segura fue, en la década de los sesenta, sinónimo de una diáspora. Decenas de familias de los términos de Hornos y Pontones se vieron 'forzadas' a emigrar. El hermanamiento entre Hornos y Espeluy evocará, el próximo sábado, aquella 'fuga'.
Fue entre los meses de abril y agosto de 1965. Ana Blanco Lara tenía entonces 36 años y cinco bocas que alimentar sola porque hacía tres que se había quedado viuda. Recuerda, con una lucidez que sorprende a sus 78 años, que vivía en el cortijo de la Cabañuela, en plena Sierra de Pontones. Y, como al resto de vecinos no sólo de este núcleo, sino también de Bujaraiza, Lagunilla, Solana de Padilla, Aguadero y Cerezuelo, le tocó hacer las maletas y comenzar de nuevo en otro lugar. “Fue una expropiación forzosa”, explica. Por entonces, se creó el antiguo Coto Nacional de Caza de las Sierras de Cazorla y Segura y veinticuatro familias de los términos de Hornos y Pontones se vieron obligadas a dejar sus vidas atrás. Para compensarlos, el régimen franquista les dio una casa y una parcela de tierra que trabajar en un poblado de colonización a unos treinta kilómetros de la capital que, por entonces, apenas tenía una veintena de habitantes. Era la Estación de Espeluy.
Un pueblo levantado al borde de las vías del ferrocarril en el que los serranos tuvieron que aprender a echar raíces. Y no fue fácil. “En La Cabañuela y en Bujaraiza teníamos mucha agua, por los arroyos que había alrededor. Aquí, no tuvimos agua dentro de las casas hasta diecinueve años después”, comenta Vicenta Castillo Mendoza (72 años). Coincide en que no fue fácil la adaptación Miguel Martínez Lozano —un niño que apenas tenía 7 años cuando se produjo esta “fuga”—, pero resalta: “Tenemos que agradecer el recibimiento que nos dieron los vecinos de la Estación”. “Allí [en Segura], éramos agricultores de trigo y maíz y, gracias a ellos, aprendimos a cultivar remolacha y algodón”.
En su recolección y también en las de “la cebolla, el maíz y la aceituna” trabajó Ana Blanco Lara para sacar adelante las cinco bocas que tenía a su cargo. Y lo consiguió “con muchísimo esfuerzo y un sufrimiento muy grande”, dice. Hoy, recuerda aquella diáspora desde su casa de la Estación de Espeluy y con el corazón puesto en mañana. Varios autobuses de colonos partirán con destino a Hornos para celebrar el hermanamiento entre Espeluy y Hornos. Un acto que —según Miguel Martínez Lozano— era absolutamente necesario. “Se dice de los serranos que lo llevamos todo dentro del corazón y que no olvidamos nada, pero, poco a poco, estábamos olvidando nuestras tradiciones”. “Muchos de los primeros pobladores —argumenta— ya han fallecido y estábamos perdiendo el contacto con nuestras raíces. Este hermanamiento servirá para que los jóvenes se conciencien de nuestra historia”.