Villacarrillo atiende a los temporeros con un plan gestado en la sensatez

Nuria López Priego / Villacarrillo
Flanqueada de olivos, Villacarrillo se convirtió, a principios de los 90, en destino de las esperanzas de cientos de inmigrantes. Llegaban ávidos de trabajo y lo encontraron en el árbol sagrado. Año tras año, sus manos inexpertas se familiarizaron con el cultivo y la vara y la ciudad se acostumbró a verlos. Ahora, la crisis los desplaza. Ellos son los eternos desarraigados. De repente, abre los ojos. Sus manos tiemblan y un sudor frío le recorre de pies a cabeza. El pulso le late a mil. Ha tenido una pesadilla. Por un instante, se pregunta “¿dónde estoy?”. Entonces, escucha los ronquidos del hombre que descansa en la litera de arriba y la tranquilidad retorna con el tacto de las sábanas, la firmeza del colchón y el calor de las mantas. Es un afortunado. Después de diez días durmiendo en la calle, Mohammed Mustafá (Argelia), por fin, ha encontrado cama en el albergue municipal de Villacarrillo. Ocupa una de sus cincuenta plazas. Es consciente de que le ha tocado algo parecido a una lotería.

    17 dic 2008 / 12:20 H.

    Pero sabe que su suerte tiene los días contados. Está restringida a cuatro noches y cinco jornadas, como establecen la normativa y el reglamento de régimen interno de la Red Provincial de Albergues. Pero, aunque sean pocos, buenos son. “Aquí, te atienden bien, tienes techo, una cama, comida, duchas”, dice, con una sonrisa.
    El albergue de Villacarrillo abrió el 20 de noviembre. Este año, ha ofertado catorce plazas más, lo que lo convierte en el tercer albergue más grande de la provincia, después de los de Jaén y Úbeda. Emplea a nueve personas, que se ocupan de atender a los cientos de inmigrantes que, cada año, pasan unos días en sus instalaciones mientras buscan un tajo en las aceitunas. En lo que va de campaña, más de 250 personas, la mayoría hombres, han pasado por el albergue y, “desde que abrió, todos los días ha estado al cien por cien de capacidad”, indican Eva María Navarrete y Mari Ángeles Villacañas. Se han repartido más de 950 comidas y 950 cenas para alojados y más de 260.000 bocadillos entre los no alojados, según datos del Ayuntamiento. “Y no ha habido altercados”, subraya la edil del área.
    Pero las oportunidades están fuera. Mohammed Mustafá lo sabe bien. Es el segundo año que prueba fortuna en la campaña de la aceituna. En 2007, esperó un mes y, luego, trabajó diez días. Este año, la situación es más complicada. La crisis económica ha desplazado la mano de obra mestiza de los campos jiennenses. Sólo el 10% de los cinco mil inmigrantes que deambulan en pos de un tajo, lo encontrarán, advirtieron sindicatos y el Servicio Andaluz de Empleo. Por eso, privilegiados como  Bordj Menail se cuentan con los dedos de una mano.
    Este argelino que, a pesar de la crisis, anuncia que no regresará a su país, lleva cinco años trabajando en la campaña de la aceituna. Siempre con el mismo empresario. “Confía en mí y yo en él”, asevera, pero recuerda: “Antes, estuve dos años trabajándole sin papeles”. Quizá por esto se muestra más crítico: “Aquí hay muchos temporeros, sin papeles, que trabajan por 20 ó 25 euros. Persiguen una oportunidad y los empresarios se aprovechan”. De él, no, se defiende. “Ya no”. Menail se expresa con la seguridad de un profeta y parece que dictara sentencia en cada palabra. Por eso, se atreve incluso a pronosticar: “ETA y la inmigración son los dos grandes problemas de España y ninguno tendrá solución hasta el día del Juicio”.
    A pesar de las campañas gubernamentales que advertían de la situación, aún hay muchos que esperan un golpe de la suerte. Hasta la semana pasada, en el suelo de la sala de espera de la estación de autobuses, habilitada por el Ayuntamiento como un recurso puntual, unas 130 personas dormían a diario, según la Policía Local —un centenar, dice la Administración Local—. Son los que, cada mañana, acuden, en grupo, al Paseo del Cristo de la Vera-Cruz y a la calle San Rafael, a esperar en sus esquinas a que aparezca algún patrón con un jornal bajo el brazo. Hassan Lahol (24 años), Lahol Hosim (23) y Hassan Bel Chachi (25) llevan así más de quince días. Naturales de Rabat (Marruecos), Lahol y Hosim prueban por primera vez. Para Bel Chachi sería su tercera campaña. “Pero mi patrón me ha dicho que no puede darme trabajo porque se lo tiene que dar a familiares y amigos”. Las noches las pasan en un Renault Clío de dos puertas que les dejó un amigo, que poco los salva del frío. En estos casos, el Ayuntamiento ofrece vales de gasolina por 10 euros. Hasta el viernes, se habían entregado 69.     
    Sí pueden beneficiarse de una de las más de doscientas bolsas de comida que, cada lunes, miércoles y viernes, reparte Cáritas a la una del mediodía —misma hora a la que se come en el albergue— “para que un mismo temporero no se pueda aprovechar dos veces de un recurso necesario para muchos”, dice el párroco de Nuestra Señora de la Asunción, Manuel Peláez. Contienen leche, piezas de fruta, latas de conserva y pan. Las colas son largas y los nervios cunden cuando las bolsas escasean y los últimos intentan conseguir ese puesto que les promete la Biblia. Los martes y jueves, se ofrece servicio de ropero (entrega de chubasqueros, gorras, guantes). Esta semana, “será la última”. “No tenemos más dinero”, confiesa el cura. “Cada día, se han gastado unos 600 euros en comidas”. Indica que el número de inmigrantes desciende día tras día. Fue determinante el cierre, el viernes, de la sala de espera de la estación de autobuses. Pero hay quien aún se niega a pedir un billete de largo recorrido: “¿A dónde vamos? La situación es igual en toda España”.

    La ayuda, en números

    50 camas. Son las plazas con que cuenta el albergue municipal de Villacarrillo, tras su ampliación.
    950 comidas y 950 cenas. Son las que se han ofrecido a alojados en el albergue. Aparte se han repartido 260.000 bocadillos a no alojados.
    200 bolsas de comida. Las que, cada lunes, miércoles y viernes, ha repartido Cáritas entre los inmigrantes que no han encontrado plaza en el albergue.
    300 billetes de largo recorrido. Facilitados por el Ayuntamiento.



    Charo Peralta Olivas

    Concejal de Servicios Sociales

    “Sin coordinación, duplicamos servicios y se genera exclusión”

    —Lleva diecisiete años como directora comarcal de Servicios Sociales y seis como concejal del área. Como ciudadana, más allá de estos cargos, ¿cómo vive el fenómeno de la inmigración?
    —Lo vivo con total normalidad, porque hay que integrar a los que se quedan en Villacarrillo, y a los que no, ofrecerles los recursos que tenemos, pero no desde la beneficiencia y el asistencialismo, como en un principio, sino como un derecho de cualquier ciudadano que esté empadronado.
    —¿Cuáles son los recursos habilitados por el Ayuntamiento para atender a estas personas esta campaña? ¿Esperaban tal afluencia?
    —Cada año, desde hace diecisiete, celebramos una Comisión Local de Inmigración, con todas las fuerzas de orden público, sindicatos, empresarios, trabajadores del albergue, técnicos de Servicios Sociales comunitarios, Cáritas, los dos párrocos de la ciudad, la Cruz Roja y la Corporación Municipal. Esta vez, nos reunimos el 18 de noviembre. En ella, definimos los servicios que la Administración Pública prestaría y cuáles el resto de asociaciones. Algo básico porque, sin coordinación, se duplican servicios y generamos exclusión social. Y, sobre todo, no se debe actuar por impulsos. 
    —¿Con qué dinero cuentan para responder a la inmigración?
    —El Ayuntamiento no pone límites presupuestarios. Se nutre de ayudas de la Diputación y de la Delegación del Gobierno y no sólo durante la campaña, sino que, durante todo el año, desde 2005, tenemos una oficina de atención al inmigrante. No sólo preocupa ya la inmigración temporera, sino el asentamiento.
    —Este año, el albergue cuenta con catorce plazas más, pero no han sido suficientes. Tampoco las 800 camas de la Red Provincial. ¿Qué falla y hacia dónde se debería trabajar?
    —No creo que se haya fallado en nada. Simplemente, la crisis económica actual y el parón en la construcción han provocado que lo veamos desde una óptica diferente. Pero creo que, aparte de los 20 albergues, hay que articular otros 15 mínimos de previsión, como recursos de emergencia. No serían permanentes, pero sí necesarios para ofrecer una atención integral. No una comida o una cena sólo.



    Villanueva del Arzobispo

    El sueño de Abdulah viaja en cayuco al único centro de recepción

    Nuria López Priego / Villanueva del Arzobispo
    A nueve kilómetros de Villacarrillo, Villanueva del Arzobispo dispone de un recurso, que gestiona Cruz Roja, en el que la ilusión y la esperanza de un futuro mejor conviven e intentan imponerse al drama humano de cruzar el mar en un cayuco. Este es el Centro de Recepción de Inmigrantes.  Abdulah Asumah afirma que tiene 18 años. Lo asevera en un español con el que apenas se defiende todavía. Sin embargo, sus ojos lo contradicen. Su mirada, oscura como su piel, cuenta historias de supervivencia y está a años luz de las de muchos jóvenes españoles de su misma edad. Abdulah Asumah lleva dos meses en España. Llegó buscando un sueño y, antes de poner pies en tierras del archipiélago canario, ya había vivido demasiado no sólo para un joven de su edad, incluso para un adulto o un anciano. Quizá por eso, Abdulad Asumah mira distinto.
    Nació en Ghana, en el primer país subsahariano del África occidental y colonial que se atrevió a luchar por su independencia. La obtuvo en 1957 y, aunque parezca algo lejano, sus ciudadanos siguen mostrando el mismo arrojo. Esta vez, por necesidad y por un futuro mejor. Porque, a pesar de ser rico en minerales, Ghana es uno de los países africanos más pobres del continente de ébano y del mundo. Huyendo de la miseria, un día, Abdulah Asumah se encontró subido a un cayuco. Junto a él viajaban sesenta y un hombres más, hacinados en una embarcación poco estable.
    Después de tres días en alta mar, arribaron a Tenerife. Pero el cuento estaba lejos de acabar. Lo derivaron al Centro de Internamiento de Inmigrantes. Y, allí, en un complejo desbordado de personas que han arriesgado la vida por una oportunidad, Abdulah Asumah estuvo cuarenta días. Luego, en un vuelo en avión arribó a la capital del país y, finalmente, no sabe explicar bien por qué, sus pasos, el azar o simplemente un consejo y un billete de autobús lo trajeron a Jaén. Concretamente, al Centro de Recepción de Inmigrantes de Villanueva del Arzobispo. Su sueño es llegar a ser soldador algún día. Él únicamente chapurrea “soldador”. Lo repite una y otra vez, como si a fuerza de hacerlo pudiera hacer realidad de una quimera. Pero ¿cómo materializar una ilusión, si no hay formación profesional para un soñador, al que le sobran ganas, pero carece de papeles? Su “Ayúdame, por favor” desgarra tanto como su mirada. Abdulah Asumah lleva más de veinte días en el centro villanovense. Es uno de los siete inmigrantes —todos indocumentados y llegados en cayuco— que residen, actualmente, en él. Por norma, no pueden quedarse mucho más de 15 días, dice María José Picón, pero no tienen a nadie en España que pueda hacerse cargo de ellos.