Hasta siempre
Luisa Serrano Santiago de La Bobadilla
Porque siempre estarás en mi corazón
Se nos fue. Hace poco más de un año, Luisa, mi suegra, nos dejó con tan solo 52 años y es que la vida te trae sorpresas sin quererlas ni esperarlas, algunas buenas, pero otras muy malas. Quién me iba a decir a mí que poco después de conocer a mi pareja y a su familia, sufriríamos un duro golpe, que aún cada día nos cuesta superar, mi suegra Luisa, mi segunda madre, se nos fue de entre los brazos, algo tan inexplicable que te preguntas siempre ¿por qué a nosotros? Una persona tan joven, sana, sin ninguna enfermedad y sin motivo alguno como para pensar que estaba al borde del fin se marchó para siempre y es que como dice mi madre: “Para pasar a la otra vida, basta con estar vivos”, y así mismo es.
Porque siempre estarás en mi corazón
Se nos fue. Hace poco más de un año, Luisa, mi suegra, nos dejó con tan solo 52 años y es que la vida te trae sorpresas sin quererlas ni esperarlas, algunas buenas, pero otras muy malas. Quién me iba a decir a mí que poco después de conocer a mi pareja y a su familia, sufriríamos un duro golpe, que aún cada día nos cuesta superar, mi suegra Luisa, mi segunda madre, se nos fue de entre los brazos, algo tan inexplicable que te preguntas siempre ¿por qué a nosotros? Una persona tan joven, sana, sin ninguna enfermedad y sin motivo alguno como para pensar que estaba al borde del fin se marchó para siempre y es que como dice mi madre: “Para pasar a la otra vida, basta con estar vivos”, y así mismo es.
¡Qué emociones tan difíciles, qué momentos tan amargos! Nos dejaste sin más, sin quererlo, tan repentina y bruscamente que apenas pude disfrutar contigo, Luisa, que en mi corazón siempre estás. Desde el primer día que pude estar contigo sentí lo mucho que me querías, el cariño que me dabas, la ilusión que tenías por la vida, la alegría que te daba saber que tu hijo estaba acompañado.
Es difícil sentarse y ponerse a escribir sobre un familiar fallecido, se me pone un nudo en la garganta que no me deja ni respirar, parece que las palabras te faltan, pero poco a poco te hacen pensar, los recuerdos aparecen y te sacan una sonrisa, y es que otra cosa no pero desde luego Luisa fue para mí una amiga, una persona alegre, amable, muy bondadosa. No se me olvidará el día en que nos vimos por primera vez, aquel día que nunca olvidaré: estaba nerviosa, era una cría, que iba a conocer a su futura suegra. Solo al verla supe la gran mujer que era, el cómo mimaba a sus hijos, cómo los cuidaba constantemente, a su marido, a su nieta... Siempre estuvo pendiente de ellos. Y no me equivoqué, sencilla, humilde, graciosa y muy buena persona que luchaba siempre por lo que quería.
Sabes que tus hijos, tu familia, te adoramos y sobre todo, te echamos mucho de menos. Las noches de verano en el cortijo no son las mismas sin ti, faltas tú, que tanta alegría despertabas, tanta alegría que ahora echamos de menos, mucho de menos. Intentamos asumir el día a día, intentamos hacerlo normal, pero se nos hace muy difícil, todos estamos bloqueados, y es que la unión y el amor que lograbas con tu presencia ahora nos falta, nos faltas tú. ¿Por qué quiso Dios llevarte tan joven, con esa sonrisa que constantemente tenías en la mirada? Porque desde que te veía al entrar a tu casa no podíamos parar de hablar, de reírnos, de contarnos cosas, ¿a que sí? Y aún lo sigo haciendo, cada día al acostarme te hablo y me escuchas, porque aún te siento cerca.
No se me olvidará aquel primer regalo que te hice, lo compré con tanta ilusión… ese bolso y esa colonia, que volvieron a mis brazos poco tiempo después, están conmigo y siempre lo estarán.
Esa primera Navidad juntas, esas noches de verano en las que no faltaban las palomitas, y las risas, siempre las risas, porque también hubo ratos más amargos, pero esos momentos se olvidan, los buenos no, esos son los que yo recuerdo, los que hacen consolar al pensar que ya nunca más te volveré a ver, que nunca más podré escuchar tu voz, o sí, cuando Dios quiera que vuelva a estar contigo.
Los días pasan, uno tras otro, y parece que todo se olvida, que el dolor se arranca del corazón, pero te das cuenta de que no, de que el vacío que deja una persona tan especial es muy difícil de cubrir, de curar, los recuerdos vienen a la memoria, la angustia y la rabia de sentir por qué ha tenido que ocurrir merodean la cabeza, pero desde luego conociéndote, las palabras que quiero dedicarte son de cariño, de admiración, de grandeza, porque lo que sí me enseñaste es a asumir la vida con valentía, con humildad.
Desde este rinconcito, quiero dedicarte unas palabras, porque desde el corazón, lo necesitaba, necesitaba expresar el sentimiento tan grande que te he tenido, que te tengo y que te tendré, porque te quiero mucho. Yo ahora solo te pido que cuides de nosotros desde el cielo, que nos protejas, que nunca nos dejes solos, que yo aquí en la tierra cuidaré de tu hijo como te prometí. Porque sé que me estás escuchando, te quiero.
Por Carmen López Gallardo
Alcaudete
José Díaz de la Plaza de Guarromán
Pepe Luchana, guarromanense por los cuatro “costaos”
Con mi amigo Pepe Luchana, José Díaz de la Plaza en los papeles oficiales, compartí durante muchos años, y algún que otro día, la “hora de la deshora”, que no es otra que ese momento mágico en el que dos copas de vino, con tertulia de por medio, marcan el impreciso límite donde es demasiado pronto para llegar tarde, y demasiado tarde para llegar pronto a comer. Es ese soplo sublime cuando el día pone la proa hacia la tarde y se va borrando la estela de todo lo que el día ha dado de sí en la mañana. ¿Quién ha dicho que los mostradores de las tabernas no son los balcones abiertos de par en par al precipicio de nuestras almas, que es el vivir?
A Pepe Luchana, siendo un chiquillo, le pusieron un cajón vacío de botellines de cerveza para que alcanzara al fregadero y pudiera lavar los vasos en una taberna como aprendiz de tabernero. Era su primer trabajo en unos tiempos en los que lo único que se despachaba gratis era la esperanza en “algo mejor”. Esperanza surgida en los comienzos de los años cincuenta de la desesperanza con la que vivieron las gentes de los años de la dura década anterior.
Mi amigo y contertulio Pepe Luchana, a quienes los buenos camareros de hoy en Guarromán, como el “inefable Parrita”, le seguían llamando familiarmente “Tito Pepe”, se metió en política mucho antes que el ínclito, y ya extinto, Pío Cabanillas, diera una magistral clase de ciencias de la cosa pública ante el incierto recuento de las urnas: “¿Quiénes hemos ganao?”. Y como era de esperar, Pepe Luchana, siempre fue de los que perdieron. Después de veintidós años de concejal salió de la política harto de “cornás”; las unas de los tirios, las otras de los troyanos, pero ni los galgos ni los podencos le quitaron la querencia de seguir colaborando con su pueblo. Y fue un buen presidente de la Unión Deportiva Guarromán; fue un excelente presidente —posiblemente el mejor— de la Peña Flamenca Fuentecilla, un buen corresponsal deportivo de Diario JAEN durante mucho tiempo, y un buen guarromanense en todo aquello en lo que estuvieran Guarromán y sus gentes de por medio.
Pepe Luchana, en los años sesenta del siglo pasado, cuando todo el mundo tuvo que emigrar a las grandes capitales, fue uno de los que se quedó en su pueblo con la incierta encomienda de mantener el fuego encendido y la casa limpia para recibir cada verano con una sonrisa, y como el mejor anfitrión, a los que retornaban cada año. Mantuvo y sacó adelante una familia de siete hijos, una empresa local de distribución de bebidas, y una empresa textil en la que sobrevivieron treinta puestos de trabajo hasta que la dura competitividad de los países orientales emergentes la devoraron.
Recuerdo haberle oído decir en una de sus muchas tertulias: “A correr, el galgo le gana al mastín, pero si el camino es largo, el mastín le gana al galgo”. Y percibo ahora, cuando concluyo emocionado estas líneas, que el mastín corredor de fondo que José Díaz de la Plaza, el guarromanense de bien Pepe Luchana, siempre llevó dentro sigue corriendo sin haberse dado por vencido. Descansa en paz amigo luchador. Irse ligero de equipaje siempre ha sido el gran triunfo de los perdedores.
Por José María Suárez Gallego
Cronista oficial de Guarromán
TERESA FLORO CÁMARA
de Venta de los Santos (Montizón)
Mi querida abuela
Hoy hace justamente un año que una persona muy especial se fue de mi lado, una persona con la cual me reía, le contaba mis cosas, bailábamos, pasábamos muy buenos momentos, hablábamos… Esa persona es mi abuela, una persona única, que a todo el mundo que conocía una sonrisa le mostraba, sobre todo con los niños. Me paro a recordar todos y cada uno de los ratos que pasaba con ella, sobre todo el año pasado cuando ya no se encontraba muy bien de salud. Todo comenzó despacio, sin prisas, se acordaba de todos nosotros, tenía conciencia de lo que hacía, pero conforme iban pasando los días todo esto iba cambiando, ya no se acordaba de quién era, de lo que hacía.
Yo, en los días que pasaba conmigo y con mi hermana, me iba dando cuenta de que las cosas no estaban siendo como antes, cuando le decíamos “abuela” y nos confundía, cuando le decíamos que hiciera una cosa y no nos hacía caso, era como una niña pequeña, pero ella seguía manteniendo esa sonrisa que la hacía tan especial. Le costaba hacer las cosas, pero con paciencia y cariño las lograba hacer. Recuerdo cuando bailaba en mi casa con nosotras y unas amigas, lo contenta que estaba o cuando se reía sin más cuando le decíamos algo.
Después de todos estos momentos llegó lo malo. Me acuerdo perfectamente cuando llegué al campo de mi tita y la vi, allí tumbada en la cama, sin poder moverse, sin apenas poder hablar, es como si todo lo que hizo en mi casa diera un giro por completo. Tuve que salir de la habitación porque no pude contener las lágrimas. Yo mantenía la esperanza de que poco a poco se recuperara, pero no fue así. Y llegó el día en el que ella se fue, ese día el cual no quería que llegara, cuando recibí la noticia no quería creérmelo. En ese momento cogí, me preparé para bajar y despedirme de ella. Aunque ya no estés con nosotros, te echamos mucho de menos y nunca olvidaremos cada uno de los momentos que has pasado con nosotros.
Te quiero, abuela.
Por tu nieta,
Mónica Montes Martínez
de Jaén
Dolores consuegra lechuga
de La Carolina
Mujer trabajadora y apasionada por su familia
La vida y el compromiso de María Dolores Consuegra Lechuga siempre estuvieron volcados hacia su familia. Se fue de esta vida a los noventa y siete años, de repente, cuando ella esperaba llegar a la meta de los cien. Dolores, como era conocida en casi toda la población de La Carolina, supo ganarse el pan desde pequeña, ayudando a sus padres en multitud de faenas.
Durante su juventud, mientras vivía en un cortijo en las afueras de la capital de las Nuevas Poblaciones, cuidaba de sus cuatro hijos y preparaba la comida para su marido, que por aquel entonces trabajaba como minero en un paraje denominado La Inmediata, distante unos cinco kilómetros del casco urbano carolinense. Trabajadora incansable, aprendió a leer y escribir en una escuela nocturna de las de antes, porque las ocupaciones diarias no le dejaban tiempo para tal fin durante las horas de sol.
Y es que mi abuela no dejaba pasar una jornada en la que no aprendiese algo. Siempre prestaba mucha atención a los informativos de la televisión y también leía con asiduidad todo tipo de periódicos y revistas que caían en sus manos. Siempre me preguntaba que si había visto tal o cual programa que hablaba de salud en la tele. Precisamente una de las anécdotas de sus últimos años de vida, ya metida en los noventa, era elaborar cualquier comida o dieta sana con la receta que leía en las revistas, para permanecer lo más longeva posible. E incluso me daba consejos de comidas favorables para no coger kilos y guardar esa línea que casi todos nos saltamos a la torera, especialmente en los meses de verano. Como es lógico, Dolores Consuegra sigue estando presente en la mente de sus más allegados. Una persona querida por todos y una apasionada del amor hacia su familia. Era una persona muy familiar y por ello, siempre estuvo pendiente de sus hijos, nietos y biznietos, ya que enviudó en 1971 y, aunque pasó una mala racha sentimental, supo reponerse con su gran fuerza de voluntad a este momento amargo especialmente para ella.
Tuve la suerte de dormir en casa de mi abuela desde que tenía once años y así, de esta forma, cuidar a la vez de ella por las noches. Nunca me dio una mala noche y, en cambio, sí muchas alegrías además de hacerme bastantes regalos frecuentemente para intentar contentarme por estar pendiente de ella constantemente. Además, me enseñó a elaborar suculentos platos gastronómicos y, a pesar de su avanzada edad, remendaba los bajos de los pantalones o hacía arreglos de todo tipo de ropa con total profesionalidad. Esta ama de casa no tenía enemigos de ningún tipo. Todo era bondad y alegría.
Se fue de esta vida sin darle tiempo a decir ni siquiera adiós. Ahora estoy segura de que descansa en paz en el reino de los cielos porque amaba a Dios y a su Virgen Milagrosa por encima de todas las cosas. Por eso, aunque estés ausente, siempre estarás junto a nosotros.
Tu nieta,
Adriana Fernández
MANUELA
GARCÍA CÁMARA
de Jaén
Una luchadora pendiente
de su familia
La vida regala a los pueblos y ciudades la existencia de personas excepcionales, que no se cansan de luchar nunca, ni si quiera cuando el propio cuerpo no tiene demasiadas fuerzas. Para Manuela García Cámara, de cincuenta y cuatro años, su enfermedad —que se la llevó a finales de junio tras nueve años enfrentándose a ella— era secundaria. Lo primordial de su día a día, hasta el final terrenal, fue estar pendiente de su familia y de sus cuatro hijos: Inma, de treinta años; Antonio, de veintiocho; Lucas, de veintiséis, y Xusan, de dieciocho.
Manuela nació en Andújar, hija de Lucas García y Manuela Cámara, quienes, además de ella, tuvieron otros tres descendientes: Inmaculada, Trinidad y Juan Lucas. En Córdoba conoció a su marido, Antonio Muñoz, con quien tuvo a sus cuatro retoños, que también vieron su primera luz en la ciudad de la Mezquita. En 1994, la mujer quedó viuda, por lo que redobló sus esfuerzos para sacar adelante a su familia aun en la adversidad. Cocinera de profesión, cuando le diagnosticaron la enfermedad siguió manejando el timón de un barco familiar en el que ella, como gran capitana, no iba a dejar que nadie acechase el buen rumbo que fijó para los suyos. Así que su “guerra” particular con aquello que quería arrebatarle su vida antes de tiempo se prolongó hasta que sus hijos se hicieron más mayores, para que su despedida no agriase ningún camino. Al final se marchó, pero con su objetivo cumplido. Todos los años de lucha merecieron la pena, por lo que cuando se marchó, lo hizo tranquila y, además, con el reconocimiento de la gente que en su corazón guarda el agradecimiento más profundo.