Hasta siempre

ANTONIO YEGUAS FONSECA “MACARIO” de Pegalajar
“A mi gran amigo”

Han pasado dos meses desde que te marchaste, “Macario”. Cuesta imaginar el resto de la vida sin ti. Nos dejaste el 3 de junio y te enterramos el 4. Cada día, te echo de menos para la hora de la liga y en otros muchos momentos. Siempre tomábamos juntos algo antes de ir a comer a casa con nuestras familias. No pocas veces nos riñeron cariñosamente nuestras mujeres por no llegar a la hora.

    04 ago 2013 / 09:16 H.

    Y es que, amigo “Macario”, como era tu apodo en el pueblo, es difícil no tenerte cerca. Te marchaste con 53 años, pero nosotros nos conocíamos desde que éramos niños. Fuimos juntos al colegio y, desde entonces, no nos hemos separado. Hemos crecido y madurado uno al lado del otro.
    Compartimos juegos de niños, confidencias de adolescentes, sueños de futuro cuando éramos jóvenes y mil y una experiencias a lo largo de toda nuestra vida. Por eso es tan difícil acostumbrarme, por eso ahora no me resigno.
    Los dos nos casamos, pero nuestros matrimonios no nos distanciaron en absoluto. Nuestra amistad se fortaleció con el paso de los años, tanto que hemos compartido alegrías y penas a partes iguales. Se podría decir que somos familia.
    El vínculo que existía entre nosotros era muy fuerte. Todos los vecinos del pueblo nos veían siempre juntos y, ahora, me faltas, compañero y gran amigo. Por eso, me descoloca tanto cuando llega la hora del mediodía y no te encuentro en el pueblo. Todo es distinto. Siempre fuiste valiente a la hora de afrontar la vida. Todo valía si era para sacar adelante a tu familia. Trabajaste como repartidor de prensa, tuviste un almacén de bebidas y, por último, obtuviste una licencia de taxi en Pegalajar. Fuiste una gran persona, tu amabilidad era suprema y tu generosidad sincera. No dudabas en ayudar a los que te lo pedía, por eso todo el mundo te quería.
    El invierno lo pasaste regular. Parecía que era un resfriado mal curado, pero, al final, te ganó la batalla. Aún te quedaban demasiadas cosas por hacer. No es justo.
    Desde aquí, amigo, quiero decirte que no me despido, porque estarás en mí siempre. Un fuerte abrazo. Descansa en paz.
    Por Pepe

    JUAN PEDRO CORTÉS CAMACHO
    de Ronda (Málaga)

    Testigo del asedio al Cabezo con 10 años
    Este verano se cumple el primer aniversario de la muerte de Juan Pedro Cortés Camacho. Su obra, “La Epopeya del Silencio. Historia de la defensa del Santuario de la Virgen de la Cabeza (Andújar) por la Guardia Civil de la Comandancia de Jaén a las órdenes del Capitán Santiago Cortés González”, es la más importante que se ha escrito sobre el asedio al santuario de la Virgen de la Cabeza desde septiembre de 1936 a mayo de 1937. Es importante por ser hijo del Capitán de la Guardia Civil Santiago Cortés —protagonista del asedio—, vivir el asedio con la edad de 10 años y poder contar con una serie de testimonios de supervivientes y documentación de primera mano. La obra completísima detalla, día a día, lo ocurrido en el Cabezo. Tuve la suerte de conocerlo y de hablar con él, largo y tendido, del asedio y de más cosas, un caluroso día de agosto de 1995 en una casa de campo cerca de Martos.
    Juan Pedro había nacido el 31 de enero de 1926 en Ronda (Málaga) por ser destino de su padre que era teniente de Infantería, si bien procedía de Valdepeñas de Jaén, cuyos predecesores llegaron de Aragón tras una repoblación de los Reyes Católicos. En 1936, está la familia Cortés en Jaén y Santiago es Capitán de la Comandancia de la Guardia Civil, pues se había pasado al benemérito cuerpo. Juan Pedro se prepara en 1936 para sus estudios de Bachillerato haciendo el ingreso en el instituto de segunda enseñanza en junio de aquel año. Al sublevarse una parte del ejército contra la República, comienza la Guerra Civil y Santiago Cortés, en agosto, se ve con un grupo de guardias civiles y población civil en el Cabezo de la Sierra de Andújar. Juan Pedro y su hermano menor van con su padre; su madre se queda en Jaén por estar a punto de dar a luz a un hijo. Juan Pedro acabó en un cortijo del término de Villanueva de la Reina, donde allí pasó toda la contienda, según recuerdo. Terminado el asedio estuvo en el Viso del Marqués, siendo muy famosa la foto que hay junto a su hermano con José Quílez, subsecretario de propaganda de la República. Tras terminar la Guerra Civil, toda la familia pudo reunirse en Sevilla a excepción de Santiago Cortés, muerto a consecuencias de las graves heridas recibidas el 1 de mayo del 37.
    En Málaga reinicia sus estudios de Bachillerato y se prepara para entrar a la universidad, donde estudia Derecho y Filosofía y Letras. También hizo Magisterio y realizó estancias en París, Londres y Dublín para perfeccionar idiomas. En 1954, el Ministerio de Información y Turismo convoca plazas para el Cuerpo de Técnicos Especialistas de Información y Turismo del Estado, plaza que obtiene por oposición. Se casa en 1955 con María Cristina Martínez, su novia de toda la vida, viviendo en su primer destino, Bruselas. Vivirá en varias capitales europeas y americanas hasta ocupar un despacho en el Ministerio en Madrid hasta su jubilación. La lectura, la playa de Alicante, sus largas temporadas en el cortijo de Martos, Madrid y, de vez en cuando, algún viaje, fue lo que ocupó su tiempo tras la jubilación y el libro que nos dejó, antes mencionado, publicado en 2010.
    Por Juan Vicente Córcoles

    ASCENSIÓN PLAZA SEVILLA Y JOSÉ LUIS GARCÍA PLAZA
    de Peal de Becerro
    “Perdurareis en nuestro recuerdo”

    Han pasado meses desde que os fuerais, ha transcurrido un lento año de dolor y de vacío, y aquí estamos, como viendoros en sueños y recordándoros ahora más vivos que cuando estabais vivos.
    Con rabia, con impotencia, con dolor infinito y esta resignación obligada, tan forzosa y tan terca, proseguimos con la vista puesta en un amplio campo de rastrojos en cenizas, bajo las sombras azules de las noches que dejasteis, y nos resistimos a creer que fuera definitivo ese viaje que emprendísteis, casi los dos a un tiempo.
    Parece que sea mentira esa verdad de haberos ido. No puede ser una vida normal para nosotros el que no estéis también vosotros ya en ella, llenándola como la llenabais, aunque entonces no nos diéramos cuenta.
    Estéis ya donde estéis, hemos de deciros que pasarán más días, y más meses, y más años, y siempre estaréis perdurando en nuestro recuerdo y en nuestro corazón. Hasta que en algún momento dejéis de doler con la intensidad con que ahora nos estáis doliendo. Pero aún así, cuando eso suceda, nosotros siempre estaremos anhelando volver a veros, rescatándoros mientras del vacío, trayéndoros aquí de nuevo desde la nada, escapándoros de la muerte que a vosotros os mató y a nosotros nos dejó vivos del todo.
    Por Juan Francisco García

    Miguel Ángel Jaume Marín de Linares
    ¡Qué triste va a estar Linares sin Miguel!

    El pasado 26 de julio, con tan solo 41 años de edad, nos dejó desgraciadamente Miguel Ángel Jaume Marín tras varios meses luchando contra una grave enfermedad. La vida a veces es muy injusta y permite que seres de la calidad humana de Miguel Ángel nos abandonen, dejándonos a quienes como yo tuvimos el privilegio de ser sus amigos, huérfanos y sin consuelo. Es difícil encontrar calificativos suficientes para describir a tan excepcional e insustituible ser humano: sencillo, bondadoso, noble, generoso, poseedor de un alto sentido de la amistad y la lealtad, siempre dispuesto a ayudar desinteresadamente, sensible, austero, carente de dobleces, entusiasta de las cosas más pequeñas, aquellas que no tienen valor económico pero sí sentimental o emotivo... Poseedor de un ángel especial, entrañable, único, irrepetible e irremplazable, su pérdida ha dejado un enorme hueco en nuestros corazones imposible de volver a cubrir.
    Nunca podré olvidar a este gran amigo, a esta gran persona que tantísimo me apoyó en horas bajas, que siempre estuvo cuando le necesité. Dotado de una gran cultura y altura intelectual y apasionado de la ciencia política pude disfrutar de su gran oratoria y compartir con él horas departiendo sobre temas muy variados pero especialmente sobre España, su queridísima España, a la que amaba por encima de todo, y sobre su sentido profundamente social de la vida y la política. Igualmente compartimos momentos muy agradables, comidas, cenas, o simplemente planes de ocio juntos en los que siempre mostraba la mejor de sus sonrisas y predisposición para agradar. ¡Qué triste va a estar Linares sin Miguel! ¡Qué excelente persona se nos ha ido!
    Miguel Ángel Jaume ha dejado una huella imborrable en su paso por este mundo y ha sido un ejemplo para todos. Si el cielo existe, desde luego que estará el primero, y desde allí nos estará alumbrando a todos los que le queremos. Muchas cosas habría deseado haberle dicho antes de su adiós, pero ya no es posible, espero que estas breves líneas escritas desde el corazón sirvan al menos para que, desde donde esté, acompañado de su padre y bajo el manto de su Virgen de la Esperanza, pueda sentir cuánto le echa de menos su amigo José Luis así como todas las personas que le apreciaron y pudieron compartir un momento de sus vidas con él.
    Miguel, permanecerás siempre en nuestros corazones. Nunca te podremos olvidar. Mi querido amigo, descansa en paz.
     Por José Luis Cabello Contreras

    ÁLVARO MONTES BARRANCO de Alcalá la Real
    “El Padre eterno acogió en su seno a su hijo”

    A la hora de escribir un obituario, siempre he tenido en cuenta la relación con el fallecido: los sentimientos compartidos, las vivencias disfrutadas y los proyectos truncados. En este caso, me quedé muy impresionado con Chari Barranco, la madre del joven Álvaro Montes, fallecido hace dos años en un trágico accidente de coche. Me llamó enormemente la atención y la devoción al Cristo de la Salud de esta mujer sencilla y trabajadora, de origen valdepeñero, como su marido Tomás Montes, porque pude comprender perfectamente la fuerza de la creencia en las personas. Y lo entendía al contemplar un cuadro de piedra que presidía el rellano de la escalera principal de su vivienda familiar. En el Año de la Fe, esta mujer es un claro testimonio, que lo pude comprobar en cada rincón de su casa y por sus palabras de compromiso religioso. Pues, para ella, la imagen del Cristo de la Salud es un refugio constante de fe donde tiene la mejor respuesta vital del trance más amargo que le puede acontecer a una madre, la pérdida de su hijo —si no, fijémonos en la Virgen María en el Calvario— y el duro momento que le tocó vivir hace dos años, un 21 de mayo, con motivo de aquel nefasto accidente de Pozo Blanco en la carrera de la Sierra Cordobesa. La técnica desgarró de sus brazos a su hijo Álvaro en la flor de la vida y a su amigo Pedro Javier Pareja Escribano. Como me decía su maestro Pepe Puerma: “Un encanto de muchacho, bondadoso, cariñoso y amigo de sus amigos”. Pues destacaba por su compañerismo y en la colaboración en mejorar los enseres del centro de la SAFA, donde recibió un curso de automoción.
    En su casa, el recuerdo se hace vida y vivencia; la visita, presencia, porque recorrimos la biografía de su anhelado hijo en cada rincón, su modo de vivir, sus aficiones y pasiones. Con el cuadro del rellano, me quedé impactado de aquel joven, Álvaro, acompañado del rostro misericordioso del Cristo de la Salud. Se nos ofreció como una especie de ara votiva y regalo de su tío Antonio Barranco Guerrero, elaborado con mucho mimo y arte y con la ayuda de las nuevas tecnologías: la fe no puede sintetizarse mejor en medio de la mayor desgracia, la pareja del hijo amado de sus padres y la del Cristo del Amor se unen por medio del río de la vida, que se rompe en una cascada (Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar); el agua signo de vida, pero de vida material e inmaterial, la que Álvaro goza en el seno del padre. Con un repeluzno en el cuerpo y un nudo en la garganta, sentí los hálitos de un corazón entregado a un Dios que le da vida. Y casi lo comprobé cuando topé con su limpio y bello dormitorio, pues se mantiene totalmente intacto desde aquel día en el que le vino el triste final, como si de nuevo estuviera preparado para que regresara junto a los suyos. Es un libro abierto de la adolescencia truncada de Álvaro: su dominio del ordenador, sus aficiones y pasiones deportivas —el fútbol y el mundo del motor, pues era un gran aficionado madridista—, sus amistades como las de la pandilla, o en su primeros pasos en Jaén o las de su amor adolescente, su entorno familiar, los carteles de pruebas y automovilística, sus recuerdos de la niñez, los memoriales posteriores en honor del desgraciado óbito de 2011 —Memorial Álvaro y Javi con lazo negro abrazando la estampa del Cristo de la Salud—, los carteles conmemorativos de las pruebas de la Subida de la Mota —“Tu estrella siempre brillará entre nosotros”—, sobre todo, la XXII que le hizo un homenaje póstumo especial, la convocatoria y la copa del premio que le concedieron en el campeonato de scalextric.
    Entre recuerdos, mi guía y su madre me comentaban sus hojas arrancadas de aspirante a la Agrupación Musical del Cristo de la Salud, el carné de conducir que no pudo conseguir, su formación automovilística, sus buenas relaciones en el taller de Grúas Moyano, la espera de la boda de Pablo o aquel ramo de flores disecado del enlace Beatriz-Abrahán, las placas de recuerdo y reconocimiento ocupan muchos sitios de su dormitorio —una muy emotiva concedida por la alcaldesa Elena Víboras— y el trofeo del piloto que le homenajeó con su triunfo a título póstumo.
    En la sala baja de despedida, frente una foto de mural plena de dedicatorias, recogí estas saetas de amor clavadas, en las que se pasa del odre de la amistad vieja y perenne: “La amargura se desvanece cuando tu recuerdo florece y florece todos los días”. A su alma angelical: “Es difícil ver un ángel, aunque nosotros siempre está” y al testimonio por la alegría perenne: “No hay dolor ni miedo, solo la verdad y alegría de compartir cada día” y el broche final: “… pero sobre todo, un amigo… Aquí sigues con nosotros”.
    Si me impactó mucho la vida y desgraciada muerte de Álvaro, no puedo pasar por alto la entereza de su madre, me dio la mejor lección de la vida desde el prisma de una seguidora del Cristo de la Salud. “El Padre eterno acogió en su seno a su hijo”, me decía, “que sus razones tendría aunque le duele como la María del Calvario”. Es la muestra de una creencia que le honra y nos honra con su testimonio.

    Por Francisco Martín Rosales