Hasta siempre
Jacinto Carrascosa Carrillo, de Jaén.- “No pudo ser llegar a los 150, nos dejaste a los 85 años”.
Me gustaría comentaros cómo era y alguna anécdota de mi tío Jacinto Carrascosa Carrillo, que falleció el pasado día 18 de agosto de 2012, dejando viuda a Dolores Domínguez, con quien estuvo casada, en terceras nupcias, durante veintisiete años, viviendo a gusto y feliz hasta su inesperada muerte.
El tío Jacinto era muy guasón, pues decía que iba a vivir doscientos años, últimamente bajó la cifra a ciento cuenta, pero “no pudo ser”, ni siquiera llegó a los cien. Nos dejó a los ochenta y cinco años.
El tío Jacinto era inquieto, (le gustaba andar de un lado para otro), honrado (no quería nada que no fuera suyo, solo lo ganado con su trabajo), risueño (siempre estaba con sus bromas e historias de personas con las que trabajó, incluso, les ponía algún motecillo sin maldad), trabajador (estaba tan bien, que todos los años trabajaba solo sus ciento veinte olivas, situadas en el cerro del Zumbel, incluso, el año anterior a su muerte), incansable (podía andar o trabajar sin notar ningún bajón. El año que visitó Italia con mi tía Loli, la gente joven que les acompañaba en las visitas, no podían creer lo que aguantaba), puntual (cuando quedabas con él para algo, siempre estaba quince o treinta minutos antes de la hora), servicial para todo y todos. Pero, más que nada, era una buena persona, íntegra, legal, que respetaba a la gente y vivía con normalidad.
Le gustaba la naturaleza (el mar, el campo con sus olivares, la lluvia...), los niños, a los que se acercaba, a veces, a gastarles alguna bromilla o decirles o preguntarles algo. Tenía fervor por Nuestro Padre Jesús y le gustaba el himno del maestro Cebrián y, todos los años en verano, iba junto a mi tía Loli de vacaciones a Benidorm, donde nos dio su último adiós al salir del mar.
Al tío Jacinto también lo llamábamos “el señorito”. Era un mote que puso a la familia de otros tíos míos (los Pulido) y, de rebote, se quedó con el nombre, de tanto repetirlo, como pasa algunas veces. Estaba en contra de las injusticias, la gente mentirosa, los que hacían daño a la naturaleza y los que se enriquecían robando o engañando a otros. Solo espero que esté junto a mi padre, en lo más alto, y junto a Dios. Siempre lo tendremos en nuestra memoria. Por Juan Antonio Serrano. Jaén.
Justo Herguedas Gallego, de Valladolid.- Una vida dedicada a la cultura.
Justo Herguedas nació en Valladolid en el año 1920 y, en 1947, fue destinado a Villanueva del Arzobispo como maestro, dejando su labor en el Grupo Escolar de la Vera-Cruz, junto a Manuel Sánchez Peña y Joaquín Muñoz González. Fue nombrado corresponsal de Diario JAEN, de las agencias de noticias Logos y Efe, escribió más de mil quinientas crónicas con una estrecha colaboración del fotógrafo Roldán, que dejaron unas interesantes colecciones de imágenes de acontecimientos de especial relieve en la vida local. Es digno de resaltar la difusión que tuvieron sus excelentes reportajes sobre la Coronación de la Virgen de la Fuensanta en el año 1956. Su labor cultural no cesó en su tiempo en la ciudad villanovense, delegado de Información y Turismo, concejal de Educación del Ayuntamiento, delegado del SEM, delegado de la Banda Municipal de Música, tuvo una especial relación con el director Marino Díaz, que le dedicó un pasodoble titulado “Vallisoletano” y que volvió a escucharse en la ciudad, con motivo del XX Aniversario de la Banda Municipal de Música. Su colaboración en Radio Villanueva, con varios programas semanales y, a propuesta de José Rivas, fue nombrado juez comarcal, de manera que tomó posesión en Villacarrillo.
El 22 de febrero de 1958 fue nombrado, por acuerdo unánime del pleno, cronista oficial de la ciudad, asistiendo al I Congreso Nacional, celebrado en Madrid. Participó, de forma activa, junto con el alcalde, Silvestre Sánchez Cátedra, en la recuperación de la Carta Fundacional de Villanueva, carta, que databa de 1396 y que fue donada por Alberto Rodríguez Robles, catedrático de Linares. Es el documento histórico más interesante y de mayor valor para el municipio y que, afortunadamente, se conserva en la Alcaldía.
Justo Herguedas deja Villanueva del Arzobispo el día 31 de agosto de 1960 por traslado a Valladolid. Después, tras una intensa y continuada labor profesional en la enseñanza, se jubila. Deja la estepa castellana y se traslada a orillas del Guadalquivir, a Sevilla, ciudad en la que fijó su residencia hasta su fallecimiento. En estos últimos años, estuvo muy vinculado a la revista “La Moraleja”, en la que aportó al municipio, una de las más interesantes colecciones de fotos de cristal sobre la desaparecida plaza de toros de la Corredera, sobre la Coronación, procesiones de la Borriquilla y de toda la Semana Santa, además de una valiosa variedad de carteles taurinos, programas de fiestas, y celebraciones. Por Juan José Fernandez. Villanueva del Arzobispo.
Cristino Pareja Serrano, de Alcalá la Real.- Amante del idilio del campo.
Parece como si a algunas personas no hubiera quien les escribiera. Y también son testigos de un tiempo que supo integrar y dar participación a los excluidos de siempre, a los vasallos por imposición y a los que comenzaron a andar los pasos de la libertad. Su vida fue monótona, en el idilio del campo, lejos del trajinar de la vida de la ciudad, como diría Horacio “Beatus ille qui procul negotiis” (“dichoso aquel que está lejos de los negocios”); pues los negocios no eran actividades mercantiles, era todo lo que se aparta del ocio, la tranquilidad, la vida arcádica y bucólica, la vida del pensamiento reflexivo, de la meditación personal, del trabajo sereno intelectual. Y en ese ocio, muchas personas compartieron con la naturaleza una forma de vivir, por la que se hicieron singulares. Esa forma de vivir es muy fecunda, muy gozosa y muy ansiada por muchos que han sufrido la pérdida del falso bienestar en las ciudades. Las aldeas de Alcalá la Real ofrecen este aspecto arcádico, este mundo donde, todavía, pueden escucharse el trinar de los pájaros al amanecer, el trompetín del lechero o del panadero anunciando sus productos alimenticios por las mañanas, o puede palparse el silencio sereno del mediodía agosteño o la canícula de la siesta. Además, en la variedad de las aldeas alcalaínas, las hay que imitan a la urbe, y pierden este encanto idílico, frente a otras que, entre olivos, caminos asfaltados y riachuelos o fuentes, se cobijan varias casonas constituyendo una cortijada de varios núcleos rurales, y, anexos unos de otros, forman un partido o calle de campo, que da lugar a la aldea.
En este tipo de aldea nació Cristino Pareja Serrano: en las Pilas del Fuente del Soto, en un cortijo de la Hortichuela, que es una de las cortijadas que componen este bello paraje alcalaíno. Paraje, por el que se adentraba Cristino, de niño, a través del portillo de las Carretas o Cerro Gordo, visionando la torre de Gibralquite y echando la mirada atrás al camino que conducía a las Peñas del Majalcorón a través de los pies del cerro de la Cruz. Aquella zona de Gayumbares olía a una retama de olor especial, semejante a la de muchos pueblos suramericanos, y hacía muy agradable el camino de trocha cuando Cristino volvía o caminaba hacia la ciudad de Alcalá la Real en los tiempos de fiestas a través de la cañada Membrillo, la fuente de Chinares y la fuente del Obispo. Aquella zona se fue convirtiendo, poco a poco, en tierra olivarera dejando la labor cerealista, y quedó regada por el sudor de este hombre del campo, primero jornalero y campesino a expensas de su “pater familias” y, más tarde, labrador a la antigua usanza alcalaína (el que arrendaba un cortijo de un rentista, en este caso afincado en tierras jiennenses). Aquella tierra de lágrimas y leyendas musulmanas de la Fuente del Soto, donde los más antiguos contaban que existían cuevas donde los moros habían escondido tesoros. Aquella tierra que abandonó un día Cristino Pareja para vivir en Alcalá y despidió entre humos de la única fábrica de harina que quedaba como una torre vigía sobre el pasaje en el que dormían Las Caserías y Fuente Álamo. Aquella tierra, donde la escuela daba dos lecciones en el mismo recinto: la oración y la instrucción y la campana anunciaba la llegada del maestro y cura en las fiestas de la Cruz y en las de las Flores. Aquella tierra, que Cristino vio renacer con los campos mezclados de la flor rosácea del cerezo. Y Cristino, ya la despidió en automóvil olvidando las penurias de los mulos de carga y de los asnos de leña, por la nueva carretera del cerro del Águila, cuando se afincó en Alcalá. Vivió aires de libertad, de viajes del Inserso (en Palma, en Cantabria, en la Costa del Sol…) e, incluso, disfrutó de la participación ciudadana en su club de pensionista alcanzando el puesto de presidente. Tuvo nuevos amigos como Matías Sánchez o Ricardo Ureña. Y, aún más, compartió los últimos años de su vida con Ana, una nueva experiencia con la que soñó muchas veces que debía haber tenido desde la adolescencia. Y le vino la enfermedad, ya no pudo recorrer el camino perdido, pero quedaron sus ojos inmersos en el cielo azul de las tierras de la Viñuela.
Por Francisco Martín. Alcalá la Real.
Encarnación Estepa Torres, de Valdepeñas de Jaén.- No pudo soportar la muerte de su hijo y su esposo.
Encarnación Estepa Torres falleció en Valdepeñas de Jaén el 26 de diciembre a los 87 años, diez meses después de la muerte de su esposo Reyes Castro Valderas, el 22 de febrero, y doce años de que dieran sepultura a su hijo menor Federico. ncarnación, madre de cuatro hijos dos hombres y dos mujeres, tuvo que vivir junto con su esposo Reyes y sus hijos, la enfermedad degenerativa del menor “Fede”. El pequeño nació bien, pero el matrimonio fue viendo cómo, cada día, era más dependiente. Pero no bajaron la guardia, le “montaron” un quiosco de “chuches” en la plaza y, a diario, Encarnación y Reyes le acompañaban. Más que un negocio era un estímulo para él, un ejemplo de dedicación plena a su hijo, hasta que le llegó la muerte a los 37 años. Desde entonces, Encarnación y Reyes no fueron los mismos, pues, aunque tenían a sus otros tres hijos, que siempre les atendieron y le dieron cariño, la sombra de Fede no desapareció. Fue como una losa que el matrimonio tuvo que llevar en su espalda. Los dos juntos, aunque delicados de salud —Encarnación más que Reyes—, lo soportaron. De pronto, Reyes enferma y fallece. Fue cuando, Encarnación, una esposa y madre ejemplar, ya no puede soportar la tristeza por las dos pérdidas que hicieron mella en su maltrecha salud. A pesar del cariño y de las atenciones de sus hijos, le llegó la hora de reunirse con sus dos seres tan queridos y terminar su sufrimiento. Encarnación, Manolo y Filomena han quedado muy tristes de ver cómo, hace años, perdieron un hermano muy querido por todos y, ahora en el mismo año, han tenido que despedir a sus padres. Pero les queda la tranquilidad de que por su comportamiento ejemplar en esta vida, a buen seguro, Dios les ha acogido en el cielo y ya disfrutarán, los tres juntos, de la vida eterna. Por Juan Antonio Cabrera. Valdepeñas de Jaén.
Paqui Ramírez Ramírez, de Jaén.- “Esperamos que te sientas orgullosa de nosotros”.
Este pequeño homenaje, mamá, es lo único que podemos hacer por ti, desde hace un año. Ya pasó un año, mamá, desde que te fuiste y, desde entonces, hemos entendido perfectamente el significado de esa frase que tantas veces hemos oído: “Como una madre no hay nada”. Es increíble, mamá, cómo podemos sentirnos tan solos rodeados de tanta gente. Tenemos a nuestras parejas, que nos quieren, nos respetan y son nuestro principal punto de apoyo; unos niños maravillosos, que son nuestra vida; nuestros amigos, que siempre están ahí. Y somos seis hermanos, mamá, que es la mejor herencia que has podido dejarnos. Pero nos faltas tú y te hemos necesitado cada segundo de nuestro día a día. No sabes cuánto daríamos por volver a verte, sentada en tu sofá, con una de esas labores entre tus manos, de forma que un ovillo de lana terminaba convirtiéndose en una colcha calentita para arropar cada noche a tus nietos. Tus nietos, mamá, cuánto se acuerdan de ti, de su abuela Paqui, de su abuela que está en el cielo, la que se ha convertido para ellos en la estrella que más brilla cada noche y, la que estamos seguros, es ya su ángel de la guarda. Y el nuestro, mamá. Sabemos que sigues protegiéndonos desde el cielo, como has hecho siempre, como la gran madre que has sido. Sabemos que sigues transmitiéndonos tu fuerza, si no, no podríamos levantarnos cada mañana sabiendo que estás.
Sí, lo sabemos, te fuiste demasiado pronto, mamá, aún te quedaban demasiadas cosas por vivir y nos haces mucha falta. Desde que no estás, los momentos de felicidad siempre están cubiertos por un halo de tristeza y cada reunión familiar termina siendo un recordatorio de todos los momentos vividos contigo: “Ahora diría esto...”, “si estuviera aquí, haría...”, “te acuerdas cuando...”. Y es que así eras tú, mamá. Siempre tenías algo que decir, una mujer auténtica, fuerte y luchadora que nunca te rendiste, que luchaste con todas tus fuerzas contra tu enfermedad, que no te achantaste ante nada ni nadie y que nada te vino grande, una gran mujer, una gran madre que, hasta el último momento de tu vida, estuviste a nuestro lado.
Mamá, ojalá pudiéramos borrar de nuestra mente esa imagen en la que la mujer fuerte y luchadora que siempre tenía algo que decir, dio paso al silencio y a la despedida, mamá. Te fuiste el último día del año, en plena Navidad, esas fechas entrañables y familiares que tú tanto has disfrutado juntándonos a todos, preparando los disfraces de pastorcillos, comprando las panderetas de nuestros niños, preparándonos el roscón de reyes y cantándole villancicos a tus niños, mamá. Y es por ellos, mamá, aunque el alma se nos rompa en mil pedazos, y cada nota de esos villancicos se convierta en una nueva lágrima —aunque desde que te fuiste, te llevaste nuestra Navidad—, es por ellos, y solo por ellos, por los que tenemos que seguir celebrando la Navidad. Ahora nos toca a nosotros, mamá, ser los fuertes y hacerlo todo por nuestros hijos, tú nos enseñaste, tuvimos la mejor maestra, te lo debemos, mamá, por eso, desde el cielo vas a seguir viéndonos a todos juntos, como tú querías, protegiéndonos y apoyándonos todos y siempre, un poco más, a tu Norte, mamá. Esperamos que, desde ahí arriba, te sientas orgullosa de nosotros y de la bonita familia que junto a nuestras parejas hemos formado, mamá. Por tus hijos que te quieren: Gloria, Joaquín, Sergio, Gema, Pedrito y María. Jaén.
Antonia Mesa Tudela, de Jaén.- Su familia, El Abuelo y el Real Jaén, sus tres pasiones.
Antonia se fue en la madrugada de la víspera de la Nochebuena. Lo hizo en silencio y con esa sencillez que cautivó a su familia más cercana y a sus vecinos de Jaén. A sus 93 años, Antonia deja marcado un camino a seguir a sus hijos, nietos y biznietos, a los que pudo conocer y disfrutar en los últimos años de su vida. Ella tenía las ideas claras y tres pasiones confesadas: su familia, El Abuelo y el Real Jaén. El color blanco y el morado de la camiseta del equipo de su tierra envolvió a Antonia en una espiral de emociones y sentimientos, ya que su nieto Fede jugó en el equipo, y su hijo, José María, es periodista y cubre desde hace más de 30 años la información del club. Por cuestiones de edad no bajaba con asiduidad al viejo y al nuevo Estadio de La Victoria, pero hizo contribuciones importantes en momentos en el que peligraba la supervivencia. Año 1994, el Real Jaén está a punto de desaparecer y se constituye una gestora presidida por Miguel Ángel García Anguita. La última semana de julio fue un ir y venir de personas que aportaron dinero para abonar las cantidades pendientes. Antonia estuvo ahí y entregó 60.000 pesetas. Y dio un paso muy importante: se hizo socia durante casi veinte años, fue accionista y adquirió un crédito participativo que emitió el club hace unas temporada. Su familia y el Real Jaén siempre estuvieron en sus peticiones y en las velas que encendía cada vez que acudía a la iglesia. En la foto de su nieto Chema Artiga, Antonia refleja esa candidez, saber estar y humildad que siempre transmitió a los suyos. Se fue para Navidad, pero su espíritu y su legado siempre estarán presentes. Por Gilberto Moreno. Jaén.