El zoco que llama a los sentidos
La alcaicería con la que Jaén echa un vistazo a su pasado medieval no solo recoge sedas. Multitud de artesanos resucitan oficios ancestrales y elaboran “golosinas” para todos los sentidos del cuerpo. Imitaciones de obras de arte y espectáculos de música, danza y teatro vuelven a llenar el casco urbano.

“Las tierras de Jaén comprenden una gran cantidad de distritos con numerosas ferias o mercados semanales y pueden considerarse entre los mejores”, recogió Al Himyari entre los siglos XIII y XIV, cuando la capital del Santo Reino ejercía como tal. El centro histórico de la ciudad volvió a rezumar el ambiente del pasado más glorioso de la tierra fronteriza, que se hermanó con la vecina Granada a la hora de recrear los coloridos y aromáticos mercados de la baja Edad Media, tan recurridos, por su vistosidad, para amenizar diversas ferias contemporáneas. Pero el que se erige estos días en Jaén apenas tiene parangón con otros anteriores. La diferencia: el increíble elenco de artesanos que mantienen vivos oficios ancestrales y que explican, con sorprendente ilustración, a la multitud de curiosos, grandes y pequeños, que se arremolinan atraídos por las maniobras de diversos dedos, cinceles o el rodar de una rueca.
Manuel Gómez-Calcerrada, de Sevilla, labraba un plato de latón cobrizo con motivos arabescos, ataviado con un sayo pesado, al estilo morisco, y con una decena de admiradores que, de vez en cuando, osaban hacerle preguntas sobre su profesión. Porque el sevillano vive de su arte, que cultiva a pequeña escala y no en formato industrial, donde se desarrollan, generalmente, los trabajos orfebres. Justo al lado, un tejedor realizaba una exhibición con los restos de los capullos tejidos por sus propios gusanos de seda, que convirtió en hilo ante la mirada perpleja de quienes lo contemplaban y, más allá, otro artesano hacía lo propio al pintar sobre la preciada tela. Un grupo de niños aprendía a hacerlo con sus explicaciones y elaboraba velas artesanales con pequeños puñados de cera de colores.
Entre la Plaza de la Constitución y la del Deán Mazas el escultor Garci, especializado en imitaciones de reputadas antigüedades, muchas de ellas, de la Alhambra de Granada tiene su puesto, donde talla una enorme piedra con el símbolo de la feria y se detiene, de cuando en cuando, a hablar de su trabajo.
Tampoco los reposteros esconden los secretos de su buen hacer y ponen a la venta el resultado de mimar sus fogones. Dulces de mil formas, colores y sabores, mieles y quesos, elaborados a la antigua usanza, son una muestra de la evidente herencia andalusí de la tierra. El gusto popular por los orígenes latentes y los objetos confeccionados a base de dedicación queda en evidencia con la multitud de adquisiciones de bisutería, piezas decorativas o imitaciones de antigüedades en cuero, bronce, tela o incluso piedra, entre otros materiales. También los teatrillos de marionetas o representaciones teatrales que salpican el zoco, escenificados con técnicas rudimentarias y sin grandes despliegues, tienen multitud de espectadores. Utensilios de labranza se mezclan en las calles con telas preciosas o asientos lujosos de piel sobre los que tomar el té.
“Habla de diferentes ciudades, pero vive en Jaén”. Es un dicho popular recogido por el célebre Al-Himyasi para definir la esplendorosa cultura de la ciudad, y el eje de una feria que pretende que sus vecinos no se olviden de aquel encanto.
Nuria Fernández / Jaén