El problema de la vida
Cómo decía una canción: “Ayer me quería morir del todo, pero hoy me moriré si me río más”.
Qué duros los momentos de la vida en los que nos suceden cosas malas, sea lo que sea. Que duro cuando nos dejó nuestra primera pareja, o cuando se murió nuestro perro, o cuando tuvimos un malentendido con alguna persona que, por simple orgullo, dejamos ahí, con la consecuencia de no volver a recuperar el contacto, la mayoría de las veces, con esa persona. Y qué vulnerables somos a los sentimientos, sobre todo, cuando somos pequeños. Cómo se nota también la diferencia en nuestra cabeza conforme vamos creciendo. El ser humano está destinado a convertirse, con los años, en puro hielo. Un hielo que no se derrite, para nada, sino que, cada vez, se hace más duro y más frío. Por eso hago referencia a ese pequeño verso, porque las personas aprendemos solas a superar los problemas. Y si no lo hacemos, estamos perdidos. Necesitamos ir al psicólogo, por ejemplo, a que nos vuelvan más locos aún, cuando la verdadera respuesta se encuentra, simple y llanamente, dentro de nosotros. La vida, en sí, es el problema más grande. Un problema en cuyo interior hay muchos más. Si no aprendemos a resolver esos problemas de nuestra propia vida, no aprenderemos a resolver la vida. Y eso sí que es un problema.