Del toro al pollo asado

Me da risa conejera los antitaurinos de nuevo cuño. Que me llame asesino una muchacha por el hecho de entrar en la plaza de toros de Jaén para ver una corrida, me revuelven las tripas de la indignación, la impotencia y el cabreo. Esta forma poco ortodoxa de actuar me recuerda a los monos subidos en los árboles, quitándose la piojera o mordiendo el rabo al vecino de la ramada. Le preguntaría a esos defensores antiflámula y percal por el gusto al sabor del pollo asado, percebe, la moja, el efluvio del dehesano del pata negra, o la carne de cordero al ajillo pastor. No creo que desechen estos manjares, no producidos por los árboles, sino por animales a los que ellos tanto defienden, a capa y espada, y enseñando los incisivos babosos como el perro del hortelano. La libertad, si esto se puede llamar libertad, no es defender unas preferencias, rechazando, de malas maneras, las que no son de su agrado. Lo antitaurino es un esnobismo que mola cantidad para ellos. Sin embargo, la hipocresía encubierta los delata como folloneros, malandrines, antitodo. ¿La solución? Pues eso: esparadrapo en la boca.

    27 oct 2015 / 12:15 H.