Las desterradas hijas de Eva.-Crónica del despreciable castigo a 'pecadoras, perdidas y rebeldes'

Pepi Galera /Jaén
Reformatorios que eran cárceles. Castigos atroces para aquellas adolescentes que se atrevían a desviarse de la moral establecida. Las desterradas hijas de Eva relata la historia de las miles jóvenes que pasaron por los centros del Patronato de Protección de la Mujer hasta su desaparición en 1984, bien entrada la Democracia, entre ellos, el reformatorio de Baeza.

    05 oct 2012 / 10:53 H.

    Para miles de mujeres la dictadura no acabó en 1975, si no que se alargó hasta 1984, cuando se extinguió el Patronato de Protección a la Mujer. La ilusión de libertad que se vivía en España no existía entre los muros de los reformatorios para jóvenes “descarriadas”, donde el maltrato físico, las humillaciones y los abusos eran el pan de cada día. Instituciones, dirigidas en su mayoría por congregaciones religiosas, que se asemejaban más a cárceles que a centros educativos. El delito: atentar con la moral imperante. Sus “pecados” eran bailar agarrados, fumar, mantener relaciones sexuales o replicar a un padre autoritario. La escritora Consuelo García del Cid se prometió a si misma, y a sus compañeras, con apenas 17 años, el día que salía de uno de estos centros, que un día contaría toda esta historia. El resultado, treinta años después, es Las desterradas hijas de Eva (Algon Editores, 2012), un valiente relato que rescata del olvido esta siniestra cara de la historia más reciente, que va ya por su segunda edición.
    El germen de todo fue el Patronato de Protección a la Mujer, institución, nacida en 1941, presidida por Carmen Polo de Franco, con la intención de velar por las “jóvenes caídas o en riesgo de caer”, definición que se amplió a placer de la moral impuesta durante el franquismo. “Era una Gestapo española que se dedicaba a encerrar jóvenes rebeldes partiendo del concepto de rebeldía de aquella época, que podía ser cualquier cosa, desde darse un beso en el cine, fumar o simplemente que estudiaras”, explica Consuelo García del Cil. “Miles de adolescentes pasaron por los centros del Patronato, conventos de monjas que eran correccionales. El ingreso se podía hacer por que los propios padres entregaban a las hijas o porque la propia policía femenina del Patronato hacía la denuncia por actitudes que en la época, simplemente, no se permitían. Cuestiones que hoy en día sonarían a pura sicodelia”, afirma. El patronato tenía, a partir de ese momento, la patria potestad y la mayoría de edad la podía prorrogar desde los 21 hasta los 25 años. El patronato tenía una especie de comisaría que le llamaban Centro de Observación y Clasificación, a donde llegaban las menores para ser “clasificadas” y se decidía el destino de cada una de ellas. “Allí les hacían un examen ginecológico y las que no eran vírgenes, se clasificaban como incompletas. Este concepto en el informe era muy importante para destinar a la menor a un correccional más o menos duro”, detalla.
    Las desterradas hijas de Eva se centra en historias de varios de estos centros, correccionales o reformatorios: el Preventorio del Doctor Murillo —en manos de la Sección Femenina—, el reformatorio de San Fernando y la Maternidad de la Almudena o Peña Grande, para jóvenes embarazadas y “deshonradas”. Pero, además, Consuelo García del Cid también se detiene para relatar la historia del reformatorio de Baeza, que funcionó durante más de cuarenta años, hasta finales de los ochenta, cuando fue reconvertido en el Centro Carmen de Burgos.  
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