Con el amor

Desde Jaén. Un frío día de febrero es suficiente para rendirle culto al amor. Ese embriagador sentimiento unitario y sublime, que atrapa a los seres humanos hasta hacerle mezclar lo onírico con lo real, sin una mueca de rechazo que le avinagre el semblante o le haga estremecer.

    15 feb 2014 / 09:37 H.

    Muy al contrario, el enamorado siempre presto al suspiro y complacencia, con gesto de paz. Hay que ser benévolo con el amor. Rebobinar los recuerdos y dedicarle un guiño pícaro, tan acorde con su naturaleza de bribón y tunante, al tiempo que romántico y delicado con todas las sutilezas de la vida para dar y regalar. Seamos agradecidos al amor. Celebremos su onomástica con fasto y alegría, aunque sin dejar de escudriñarle, saber de sus misterios y fortaleza para entenderle y resguardarnos. Que no nos falsee ni hiera, pensemos en él como algo único. Hoy el amor debe ser sincero, nosotros con él también. Valoremos ese estado de ánimo tan universal que motiva el sonreírle a la vida y el tutearnos con lo infinito, hasta dejar nuestra mejor sonrisa prendida entre las ramas de un árbol cualquiera o en la farola más próxima y mirar arriba, al sol, sin que los ojos se nos llenen de lágrimas. Hoy es el día del amor y estamos obligados a razonar con él. A mirar con displicencia o quizás con añoranza a todo aquel que se encuentre preso en sus redes. Le miramos con una brizna de envidia y pena, por todas las páginas amargas que le quedan por leer. El grueso tomo del amor con sus códices apretados de buena caligrafía casi inteligible, para que nunca sepamos su verdad absoluta. Su gramática ajustada con celo y severidad para no allanarnos el camino. El amor está repleto de dunas negras y no todos sus capítulos son almibarados ni llenos de arrumacos. Hay páginas venenosas y amargas, como hiel escupida en la cara. Amor se escribe sin hache, dijo cierto humorista. El amor tiene tantos tonos y sabores que la naturaleza enmudece y le faltan pigmentos y paladar para asimilarlos. Nosotros, pobres arlequines bailamos a su son. El amor es el misterio que Dios dejó por desvelar. Aunque lo sentimos ¡Vaya si lo sentimos! Aquel que dude o ignore y no conozca al querubín angelote de ojos vendados ni sentido su punzada, puede decir que no ha existido. Ha rozado la vida solo en volandas.        
    María Dolores Rodríguez Infante