Cartas a Miguel Ayala

Una huella, una imagen soñada

Por Antonio Oliver. Las urgencias se han apoderado de la vida. No vivimos, corremos hacia otra parte pensando que atraparemos algo de valor incalculable. Es un hecho en el que sólo reparamos cuando 'un golpe duro, un hachazo invisible y homicida' nos hace caer en la cuenta de que vivimos con la puerta abierta al abismo.

    03 dic 2009 / 10:34 H.

    Miguel Ayala dejó de emitir señales un día y cuando quise reparar en la ausencia de su voz y de sus mensajes, la noticia me heló la sonrisa y me ardió el vaso que tenía en las manos. Otra vez la misma angustia, de nuevo el asco en el estómago y la rabia inútil de quien nada puede hacer.
    Ya es tarde para todo. Puedo hacer una torre desgarrada, nostálgica, dolorida, afectuosa de palabras y no servirá de nada. Miguel se ha ido. Es inútil retorcerse sobre una peana de quejas y preguntas. Yo, que lo respeté como profesor, que lo admiré como artista y que lo disfruté y lo quise como amigo, he sido muy afortunado. Miguel fue cualquier cosa, menos común. Íntimo, reservado, expansivo, generoso, duro, solidario… todo a la vez y administrado por la condición noble de hombre bueno. Los tres registros de Miguel me han dejado un beneficio real de ejemplos académicos, de gestos artísticos y de afectos humanos. Sólo me sirve lo vivido. Lo que me queda de Miguel es un rumor de voces que tronaban para alumbrar los caminos oscuros de una tierra a la que amaba profundamente y de la que renegó alguna vez por su empecinada vocación endogámica. Mil veces declaró su pasión por la tierra que pisaba y mil veces aulló a la luna, armado de vino y de pinceles, para lamentarse con dolor por la lentitud y la complacencia de sus paisanos.

    Miguel es ahora una huella, una imagen soñada que vive en ese espacio que veo con nitidez cada vez que cierro los ojos. He perdido un amigo para tocarlo, cruzar vinos y para urdir maldades inocentes de baja intensidad, pero he ganado con su recuerdo el sentimiento que me ayudará a vivir cuando lo necesite. El dolor por no verlo es irremediable, pero me conforta haber compartido con él su rotundo amor a la vida; haber disfrutado de su sabiduría de artista verdadero que, como el filósofo, buscó en aquello de inmortal que hay en la belleza una finalidad que no tuviera fin. Para este desgarro, Miguel, amigo mío, no hay palabras.

    Azul y blanco: Pintura y recuerdo

    Por Miguel Viribay. Como sentenció Pablo Neruda, Miguel Ayala (Jaén, 1940-2009) ha sido alcanzado por la vida o mordido por la muerte. Hace escasamente un año mostraba sus últimas obras en la sala de exposiciones de Caja de Jaén, ahora es memoria: forma, en fin, de ese planeta de nieve, en el que se construye el recuerdo de las imprecisas imágenes de un pasado hasta ayer nada lejano. Sí, hoy vuelve, si es que ha estado ausente, el recuerdo en Granada con Rafael García Serrano, los tres junto a los leones que ahora se restauran. Regresa don Pablo Martín del Castillo y sus advertencias compartiendo el diálogo blanco de la estatua, los años de estudios y, de cuando en cuando, los encuentros en un Madrid, vísperas de otras vísperas de ausencias continuadas hasta que, nuevamente Granada y, desde entonces, las esporádicas y distantes asomadas a las salas de la ciudad a las que tu y yo, frecuentamos muy escasamente con nuestras obras. Ciertamente, Miguel fue poco dado a exponer su pintura urdida a través de una maduración que fue trasladando su inicial punto de interés desde la vinculación con los decorados teatrales, a los del cuadro de caballete.
    Formado en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando de Madrid y profesor titular de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación en la Universidad de Jaén, su pintura sigue fiel así misma: depurándose en la disposición de los temas e indagando en la manera de darles presencia sobres las telas; hecho muy significativo en un tiempo en que para Avigdor Arikha: “Aunque el arte se define por la calidad, por el cómo está hecha una obra, parece que hemos retrocedido a lo que la obra representa”.
    Pintor  de corta obra, cuya principal cobertura pictórica ha estado centrada en buscar la depuración de su lenguaje hasta convertir la idea en pintura. Esta es la constante dominante de su quehacer artístico: tras abandonar y superada la experiencia de filiación más o menos abstracta, resurge de nuevo entroncado en un concepto de símbolos adentrados en la iconicidad que determina su figuración, bien dispuesta para  sostener un sentido de orden secuencial que, de algún modo, es posterior a la vertebración del realismo crítico cultivado por Somoza, de quien fue particular amigo durante los años vividos en Jaén por el pintor madrileño.

    A mis ojos, Miguel Ayala ha seguido la constante figurativa deudora de un universo marcado por el simbolismo, cuyo origen encontraría eco en los pintores surrealistas que se adentran más en la otrora vanguardia clásica, que en la que al volatilizar  el objeto y el sujeto, estaba provocando la desaparición de la narración en la pintura hasta abrazar las formas de sus composiciones, aéreas y un tanto mágicas, cuyo color encuentra en Miguel Ayala un determinado estatuto de símbolo que procede del azul. Como creo haber citado en alguna ocasión al escribir de la obra de Miguel, azul que no en vano tuvo a bien llamar Rubén Darío a su primer libro, seguido de tantos otros azules: el de Picasso, el del cielo de Moguer tan cantado por Juan Ramón Jiménez... En fin ese azul que en Miguel Ayala adquiere cierta vertiente verdosa no exenta de intención a través de unas formas dispuestas en el espacio a modo de vertebradas y calculadas secuencias imaginadas entre celestes auroras quebradamente meladas en su intención de anáfora o de recuerdo, por lo demás, extremos del mismo vector vital del artista, de sólida formación y obra con acentos propios.
    De pronto, unas formas que vuelan: una mujer ingrávida se adentra en el espacio jaenés, llena de silencio, dormida, mientras la grisura invade un cielo silente sobre una construcción no menos simbólica que escapa del mero acento figurativo. En fin, un territorio de introspección, que no otra cosa es la pintura. Al cabo, memoria sobre la que se vuelve y, desde ella si pinta es porque algo hay de reflexión sobre la aparente quietud de su blancor de nieve convertidos en ritos de un estado superior en que lo hombre se enfrenta y se afrenta con su propia condición de persona ya derretida y humeante sobre cielo de Jaén.

    Adiós a Miguel Ayala

    Por David Padilla.-Adiós Miguel, Juan me llama al estudio y me da la triste noticia, hoy me siento un poco más “huérfano”.
    Recuerdo en blanco y negro tus clases en el Instituto Virgen del Carmen,y los escasos alumnos para los que “aquella María” representaba la asignatura con “mayúsculas”. Tú capacidad para emocionarnos y como a través del dibujo y en tiempos difíciles, nos hablabas de libertad, de la Libertad.
    Adiós Miguel, algunos de mis dibujos se van contigo, ¿te acuerdas en Pegalajar de aquella primera aguada con perdiz y tela? Me amparaste y me animaste, me hablaste de las dificultades, también de todas las compensaciones.
    Me ayudaste a pasar del Derecho Romano a los primarios y secundarios y desde entonces, siempre que nos encontrábamos te saludaba como Maestro y te sonreía desde la gratitud.
    Te despediré en la Peña Flamenca y brindaré con  vino por tus enseñanzas y tu recuerdo.
    Hasta siempre “Maestro”.

    Ha sido un gran maestro en la vida y como pintor

    Por Carmen Espín.-Miguel Ayala, en lo personal fue un gran amigo. Respecto a Caja de Jaén, lo que sentimos hacia él es la admiración total y absoluta por su persona y por su obra. Quisimos hacerle una exposición homenaje, como gran artista que es, en lo que para nosotros era un cierre de temporada y porque acababa de jubilarse, sin pensar para nada que esa iba a ser su última exposición. Vimos que ese era un buen momento de que su provincia le reconociera su trabajo, su obra y como el gran artista que era.
    Él, cariñosamente, expuso en nuestra sala, y fue un acto de convivencia precioso, pues acudieron todos sus amigos, sus compañeros y todas las personas que apreciaban su arte. Aquella exposición nos dejó un recuerdo bonito. Miguel ha sido un gran maestro tanto en la vida como de pintores. Un magnífico maestro, que lo ha sido para Jaén, y creo que la Universidad tiene ahora un gran maestro menos. Todos hemos podido aprender de él de su generosidad, de su entrega. Ha sido amigo de sus amigos y todo el tiempo lo ha dedicado a los suyos y a su gente. Nunca tuvo nada propio, todo era de los demás y lo ha demostrado todo el tiempo, ya que siempre sembró concordia. Era una especie de padre, de persona integradora en todos los ámbitos.
    Personalmente siento una gran admiración por Miguel y cuando recibí la noticia de su muerte me impresionó bastante, porque no me lo esperaba”.       

    Desde el sentimiento: Al amigo Miguel Ayala

    Por Concepción Rojas.-La noticia me llegó el lunes por la tarde, en mi casa. Le había estado viendo un rato antes, como todos los días le iba a visitar. ¿Lo esperaba? Por mucho que las circunstancias lo anuncien, una no se hace nunca a la idea. Pero ocurrió y sentí el desgarro de la ausencia, que ahora me acompaña como antes él me acompañara.
    El vacío que deja Miguel Ayala Montoro sé que no es sólo para mí. Lo compartimos tantos y tantas que durante estos años, los de su vida, pudimos compartirlo en todas sus facetas: un  lujo al alcance de quienes querían compartir ideas, arte, creatividad y, sobre todo, amistad y cercanía, quienes simplemente saben atender a los valores humanos que realmente merecen la pena.
    Eso era Miguel, todo eso y más, porque para quienes lo hemos vivido ha sido (y sigue siendo) parte de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestro ser. Miguel nos enseñó lo mejor de la vida y pudimos aprender de él a vivirla más a fondo.
    Hay quienes son seres especiales. Quienes saben ver más allá de lo visible y encontrar otras razones, la belleza que todas las cosas guardan. Piensan por sí mismos, incluso en tiempos en los que pensar no era fácil, ni estaba permitido, ni era aceptable. Pero quien sabe pensar piensa y quien sabe ver ve y nadie ni nada pueden evitarlo. Buscaba, decía, la belleza equilibrada y lo vivía en su arte, en su pintura, y lo transmitía a sus alumnos, las generaciones que de él tanto aprendieron.
    Artista, profesor, o profesor artista. De Jaén y del mundo, viajó por toda Europa, aprendió, vivió fuera pero regresó al lugar que tanto amaba, su Jaén, su tierra, su barrio, su San Ildefonso del alma, su Mella, paisaje que vivió durante tantos años.
    Vivió el casco histórico de Jaén y lo pintó y lo saboreó, y lo compartió con los amigos. Por eso, en estos últimos años, desde su partido político tanto reivindicó una actuación decidida por recuperar ese centro histórico, esencia de su Jaén y del nuestro, su pequeño comercio, sus rincones, sus vecinos y vecinas. Así era Miguel, mi primo de sangre, mi hermano del alma, mi amigo.
    Gracias, Miguel, seguirás estando con nosotros, con las y los socialistas, ideas que defendiste y viviste hasta el final; con el arte y la historia de Jaén y, sobre todo con las personas que amaste y te amaron. No te has ido del todo, nos queda tu obra, tus palabras sabias, tus ideas, tu amor y mucho de tu persona que nos acompañará por siempre.

    Tenía su propia técnica pictórica

    Por José Montané.-Miguel Ayala era un exponente de la plástica jiennense, un eslabón fundamental de ella. Esta plástica siempre tuvo su propio acento, otra cosa es cómo ha sido tratada, donde nadie es profeta en su tierra. Hay una crítica semiológica que procede de la literatura y consiste en encasillar al pintor dentro de un estilo, de un “ismo”, de una corriente determinada, y, a partir de ahí se dedica a diseccionar la obra. El resultado es una verborrea, un producto literario o de comunicación, porque se da en la prensa, que consiste en tener una lexicología altisonante que nadie entiende. Esa es una de las cosas que aleja el arte del espectador.
    Digo esto porque he oído decir que Miguel Ayala estaba en la corriente surrealista. Yo no creo nada de esto. Miguel tenía su propia forma de entender el arte, y el arte figurativo tiene forma poliédrica, con muchas caras. La figuración española o la universal es como es.
    Él tenía una técnica propia, convencional, clásico, en el sentido de que no era dado a la experimentación. Por eso pongo en tela de juicio cualquier concepción que encasille su pintura, porque, insisto, es una manía de la escuela semiológica, que hace literatura artificial.