Blázquez, 60 votos, un récord
Ayer, en la Casa de la Iglesia de Añastro, en Madrid, los obispos españoles, después de volver de Roma de realizar la preceptiva Visita Ad Limina, se reunían para elegir nuevo presidente, como cada tres años. El día anterior, el cardenal Rouco, se despedía con un discurso que fue una clase de historia del ente, nacido en el Vaticano II. Horas antes, en La Almudena, en el funeral por las víctimas del 11-M en su décimo aniversario, no se pudo aguantar. Sobraban algunas frases, que sabía que iban a dar juego, pero es que su relación con los medios es así. No hay quien lo cambie. Da titulares sin medir sus consecuencias. “Mataron inocentes por oscuros objetivos de poder”. ¡Por favor, don Antonio! Lo de siempre… Pero ya la prensa estaba acostumbrada. A las pocas horas, en el discurso de apertura de la Plenaria, pocos oían y todos comentaban esa frase. Había que despedirse a lo grande. Y él bien que lo hizo. Le traicionó ese inconsciente que le hace envalentonarse en demasía. El cardenal Rouco, que ha ocupado el cargo en 4 ocasiones, con un intervalo de por medio, por así pedirlo los estatutos, batió récord. Uno más, y son varios. El próximo es superar al cardenal Suquía los 33 meses de arzobispo ya pasado de edad canónica. Y, según parece, lo cumplirá. Formas de interpretar el poder.
El que en el trienio 2005-2008 ocupara el cargo de presidente, Ricardo Blázquez, resultó ahora elegido de nuevo. Ya era vicepresidente y en las elecciones últimas se quedó a un voto, por cosa accidental. Así funcionan las elecciones en el Episcopado. No en Roma. En un conclave, por ejemplo, si hay empate, hay que buscar candidato de consenso. Prima la comunión, el precioso don que se busca y que, al parecer, tanto cuesta. Pues ahora, el arzobispo Blázquez tiene su oportunidad. No es cosa de buenos y malos; de progresistas o conservadores. Es cosa de estilos, de talantes, de formas.
Pero si hay una novedad en esta elección, la más importante es el elevado numero de votos, 60. Nunca antes un presidente había logrado tantos apoyos. Y esa es la noticia. La Iglesia española quiere cerrar filas. Antes también lo quería, pero diferían en las formas. La escenificación de la división era clamorosa, aunque la división nunca fue tal. Dice un refrán que “nada hay mas parecido a un obispo que otro obispo”. La comunión creativa o la comunión uniforme.
Tres claves, a mi juicio, marcan esta elección del actual arzobispo de Valladolid; y una acotación final. Primero, la amplia mayoría es deseo de auténtica comunión, de trabajo conjunto, de dejar de pelear por cosas absurdas en ese terrible mundo de las ideologías y empezar a trabajar con un lenguaje nuevo, con un estilo que tenga mas de propuesta que de varapalo. Hasta ahora se ha mirado más ese deseo de amarrar las ideas en un mundo relativista. Ahora se quiere buscar mas la propuesta de sentido en un mundo en el que se ha de estar para abrazar, para alentar, para proponer. El Papa dijo un día: “Un mundo que sabe de carne, de llanto, de risas, de vida; un mundo que desea ser amado”. Encarna ese estilo, y los obispos se lo han pedido así con los votos.
La segunda clave la ofrece su conocimiento de la propia Conferencia Episcopal. Ya sabe cómo va la cosa. Dará juego a las distintas comisiones y, como ya hizo en su momento, no sacará adelante documento alguno si no va consensuado, aunque tenga la mayoría. En los últimos años han salido documentos por simple mayoría que han dado a la Iglesia innecesarios dolores de cabeza. Tercero, tanto el cardenal Rouco como el arzobispo Blázquez no son enemigos. Son viejos amigos y colaboradores, desde Salamanca, en los años 70. Rouco, siendo Decano de la Pontificia, lo llamó para ser vicedecano: Siendo arzobispo de Santiago de Compostela, lo llamó para ser su obispo auxiliar. Estando en Palencia de obispo le pidió que fuera a Bilbao, aunque luego la cosa le salió respondona al cardenal. Y en Madrid fue su vicepresidente. Sintonía en muchas cosas, porque Blázquez es así, pero en el estilo, alejados, y más en los últimos años. Y algo de eso es lo que en Roma también se respira y se aprecia del arzobispo Blázquez. El estilo y la forma. Y por ultimo, una acotación. Si las cosas están así, si hay quien cree que a don Ricardo, como le llaman los obispos con respeto y cariño, se le rehabilite después de varios desdenes desde la voluntad de poder nietchiana del cardenal madrileño, y aunque tenga setenta años, bien podría el Papa, que tenía 77 cuando fue llamado a Roma, nombrarlo arzobispo de Madrid, cuando el cardenal Rouco cumpla su otro récord. No pasaría nada. Siete o u ocho años apaciguando ánimos, alentando y dando impulso y normalizando las cosas. Pero Roma tendrá que decidir. El Papa ha preferido escuchar a los obispos españoles. Y estos ya se lo han dicho. 60 votos son muchos y en Madrid hace falta alguien que, por un tiempo, y sin voluntad de poder, haga sonreír a la Iglesia. Y el cardenal Rouco ya bien cumplida, podrá retirarse a descansar a su casa en Tortosa, con vistas al Mediterráneo para seguir leyendo, estudiando y rezando. Esta deseando. Y seguro que disfrutará, y muy bien. Los obispos ya han hablado. Ahora, que hable el Papa.
El que en el trienio 2005-2008 ocupara el cargo de presidente, Ricardo Blázquez, resultó ahora elegido de nuevo. Ya era vicepresidente y en las elecciones últimas se quedó a un voto, por cosa accidental. Así funcionan las elecciones en el Episcopado. No en Roma. En un conclave, por ejemplo, si hay empate, hay que buscar candidato de consenso. Prima la comunión, el precioso don que se busca y que, al parecer, tanto cuesta. Pues ahora, el arzobispo Blázquez tiene su oportunidad. No es cosa de buenos y malos; de progresistas o conservadores. Es cosa de estilos, de talantes, de formas.
Pero si hay una novedad en esta elección, la más importante es el elevado numero de votos, 60. Nunca antes un presidente había logrado tantos apoyos. Y esa es la noticia. La Iglesia española quiere cerrar filas. Antes también lo quería, pero diferían en las formas. La escenificación de la división era clamorosa, aunque la división nunca fue tal. Dice un refrán que “nada hay mas parecido a un obispo que otro obispo”. La comunión creativa o la comunión uniforme.
Tres claves, a mi juicio, marcan esta elección del actual arzobispo de Valladolid; y una acotación final. Primero, la amplia mayoría es deseo de auténtica comunión, de trabajo conjunto, de dejar de pelear por cosas absurdas en ese terrible mundo de las ideologías y empezar a trabajar con un lenguaje nuevo, con un estilo que tenga mas de propuesta que de varapalo. Hasta ahora se ha mirado más ese deseo de amarrar las ideas en un mundo relativista. Ahora se quiere buscar mas la propuesta de sentido en un mundo en el que se ha de estar para abrazar, para alentar, para proponer. El Papa dijo un día: “Un mundo que sabe de carne, de llanto, de risas, de vida; un mundo que desea ser amado”. Encarna ese estilo, y los obispos se lo han pedido así con los votos.
La segunda clave la ofrece su conocimiento de la propia Conferencia Episcopal. Ya sabe cómo va la cosa. Dará juego a las distintas comisiones y, como ya hizo en su momento, no sacará adelante documento alguno si no va consensuado, aunque tenga la mayoría. En los últimos años han salido documentos por simple mayoría que han dado a la Iglesia innecesarios dolores de cabeza. Tercero, tanto el cardenal Rouco como el arzobispo Blázquez no son enemigos. Son viejos amigos y colaboradores, desde Salamanca, en los años 70. Rouco, siendo Decano de la Pontificia, lo llamó para ser vicedecano: Siendo arzobispo de Santiago de Compostela, lo llamó para ser su obispo auxiliar. Estando en Palencia de obispo le pidió que fuera a Bilbao, aunque luego la cosa le salió respondona al cardenal. Y en Madrid fue su vicepresidente. Sintonía en muchas cosas, porque Blázquez es así, pero en el estilo, alejados, y más en los últimos años. Y algo de eso es lo que en Roma también se respira y se aprecia del arzobispo Blázquez. El estilo y la forma. Y por ultimo, una acotación. Si las cosas están así, si hay quien cree que a don Ricardo, como le llaman los obispos con respeto y cariño, se le rehabilite después de varios desdenes desde la voluntad de poder nietchiana del cardenal madrileño, y aunque tenga setenta años, bien podría el Papa, que tenía 77 cuando fue llamado a Roma, nombrarlo arzobispo de Madrid, cuando el cardenal Rouco cumpla su otro récord. No pasaría nada. Siete o u ocho años apaciguando ánimos, alentando y dando impulso y normalizando las cosas. Pero Roma tendrá que decidir. El Papa ha preferido escuchar a los obispos españoles. Y estos ya se lo han dicho. 60 votos son muchos y en Madrid hace falta alguien que, por un tiempo, y sin voluntad de poder, haga sonreír a la Iglesia. Y el cardenal Rouco ya bien cumplida, podrá retirarse a descansar a su casa en Tortosa, con vistas al Mediterráneo para seguir leyendo, estudiando y rezando. Esta deseando. Y seguro que disfrutará, y muy bien. Los obispos ya han hablado. Ahora, que hable el Papa.