Aproximación a Manuel Nieto

Pocas personas, acaso, tengan esculpido en su rostro, en sus maneras que, a veces rozan la insolencia, un perfil tan neto de lo que podría denominarse disidencia urbana que, en su versión más recomendable, consiste, a mi juicio, en cuestionar pública y privadamente, las formas hueras, los intereses insolidarios, la tacañería moral de cierta burguesía tan cercana al paletismo intelectual como deseosa del apresurado aprendizaje de un capitalismo indecente. 

    24 sep 2010 / 15:15 H.

    Cabe suponer que, desde la permanente contestación, Manuel Nieto avizora asuntos y personajes del escenario urbano y nos lo traslada, como en vaso largo con un toque ácido y mucho volumen de ironía y de objetividad. Y ello es así pero no sólo así. Lo que hace singular este conjunto de artículos, lo destacable en estas reflexiones, es la voz, su voz con determinados acentos que resulta conveniente subrayar: en primer lugar, la sencillez casi coloquial de que se vale Manuel Nieto, la claridad en la expresión siempre tan directa y plena de penetración, lo que no significa falta de elaboración sino todo lo contrario, fruto, al final, de haberse despojado el comunicante de todo barroquismo y de las incursiones amaneradas en el lenguaje, de citas impropias. El vademecum utilizado por Nieto, se reduce en última instancia, a sólo dos epígrafes, la memoria de D. Antonio Machado y la de su propio hermano que ya nos dejó, Pepe Nieto, ese excelente poeta, al que aun no se le ha prestado la atención que merece. La expresión directa de D. Antonio, tan desprovista de metáforas deslumbrantes como alejada de los circunloquios, así como esas otras explosiones de genialidad de Pepe Nieto, conducen, en prosa, al autor de estas reflexiones. Resultado: un leguaje sencillo, siempre asequible y absolutamente adecuado al escenario social o personal a que se destinan. Me parece un solemne disparate la autocrítica que el propio Manuel Nieto realiza de sus trabajos, al calificarse en marzo de 2002 de juntapalabras. Sólo ese síndrome de habitual timidez, de que adolece el autor de estas reflexiones, puede justificar tan enorme chorrada. Las palabras, tras elegirlas, hay que oficiarlas, como si las mismas fuesen el sacramento de lo que se pretende significar y en ello estriba el segundo acento que vamos a subrayar. Para mí, no ha existido dificultad en constatar un cierto hilo conductor identificable en todos estos artículos. Parece como si Manuel Nieto hubiere realizado personalmente la recomendación de Canetti: “Di las cosas más personales, dilas, es lo único que importa, no te avergüences, las generales están en el periódico.” Sea por la vía de la proyección, que se vuelca en casi todas las semblanzas de personajes que realiza, sea por la propia extrospección respecto de muy diversas situaciones o escenarios de esta sociedad, Manuel Nieto nos reintegra trozos de su personalidad, la intimidad de sus adentros. Diría que, por eso, y aún a pesar de actitudes que pudieran reputarse como conducidas por la acritud, Manuel Nieto exhala, en sus artículos, un evidente sentimiento de compasión, hacia sí mismo y hacia todo lo demás. Sé que tal apreciación pudiera calificarse como paradójica. Pero en el autor de estos artículos se hace siempre presente la paradoja, el eco surrealista con cierta música quevediana, y si no, vean un botón de muestra: “Es que hay siglos que no está uno para nada. Resulta que es la primera primavera del primer año del último siglo que he de vivir, y yo, con estos pelos esperando a que el olor a azahar ronde mi puerta.”(abril de 2001), y este otro, recuerdo, dedicado a Antonio: “Tiene la independencia de un gato nostálgico, la frescura de una ducha de hierbas recién regadas y la inseguridad de más de medio siglo peleándose con su alma con tal de no darle asilo político a la ternura.” (diciembre de 2001). 

    Las referencias constantes a la infancia y primera juventud que Manuel Nieto realiza, en esta colección sobre el cutrerío dominante en esa España, en blanco y negro, que a él, como a toda una generación nos ha mediatizado inexorablemente, transpiran inconmensurable ternura hacia quienes hubimos de soportarla. La he calificado de compasión que, en tal sentido, suele ser un atributo casi exclusivo del hombre de izquierdas. También la percepción de la soledad tan hermosamente descrita en el universo espiritual de Manuel Nieto, resaltándose en la misma su dimensión creadora, nunca el lado oscuro de la depresión.

    Me felicito por la idea de reunir, en este libro, gran parte de los escritos  de Manuel Nieto. Hace más de diez años, en mi libro de poemas Arco del Consuelo, pretendí dejar constancia de una primera aproximación al entrañable perfil de  Manuel Nieto. Creo que conserva plena vigencia y por eso lo cito:

    “Se encubre en la insolencia, arriscado
    como una piel de cuero sin curtir
    y sus palabras sangran para herir
    al poeta y bacín, adinerados.

    Pero es tierno, no digo edulcorado, 
    con la inmensa ternura de vivir
    un retraso de siglos, y sufrir
    el puñalón del cante en el costado.

    Piensa por soleá y de esa llaga
    le drenan agridulces los venenos
    para hacer del vasallo, infiel vasallo.

    La hoguera del cretino, no la apaga;
    De su entraña vendrá un conjuro pleno:
    ¿me habla a mí o le habla a mi caballo?”

    Y lo más grande resulta que de sus malheridas entrañas, puede nacer un gemido dulce y terrible, al mismo tiempo, un eco añejado, único, es decir, canta por soleá.

    Este libro se ha hecho sin permiso de su autor, que no lo hubiese autorizado, pero para esos están los amigos… Ramón Porras