“Ya nos sobrevuelas sin ataduras”

Hoy, tito Miguel, he vuelto a ser niño al despedirte. He subido de nuevo a tu viejo Land Rover para salir al campo con toda la familia. Con los ojos húmedos te vuelvo a ver conduciendo por alguna vereda imposible mientras la chiquillada gamberreábamos saludándonos de un coche a otro. Hoy nos dejas y te encaminas a ese lugar en el que queremos que le des un beso de los grandes, de tornillo si quieres, a nuestra tita María, tu mujer, que te estará esperando con su mirada alegre de siempre, con esos ojos en los que nos complacía mirarnos y sabernos protegidos y queridos.
Hace un tiempo que decidiste ir aparcando poco a poco esta realidad dura en la que nos toca vivir y te fuiste retirando silenciosamente a ese universo íntimo en el que la vida tiene otra intensidad, otro reflejo que no siempre coincide con el que los demás intuimos cada mañana cuando el sol nos despierta. Tú te sabías querido y apoyado, aunque te costara trabajo distinguir a aquellos para quienes lo eras todo y hoy has cerrado esa puerta que nunca supiste si te cerraba el paso o si no querías abrir para amanecer de nuevo en otro campo distinto, en otro mar de olivos astral, inmenso, en el que ya eres libre para siempre.
Tu gesto era serio, contenido, casi tímidamente retraído, pero escondías un alma tierna, generosa y sencilla que ahora nos sobrevuela ya sin ataduras.
Sigo viéndote con los aperos de la aceituna, con el barro pegado a las suelas, con las manos curtidas de trabajo, con la cabeza alta y el semblante sereno mientras un sol que ya te pertenece, y con el que te has fundido en un perpetuo abrazo, va curtiendo tu piel cansada iluminando tus pasos hacia un infinito que te espera cuajado con los reflejos de quienes compartieron contigo vida, esperanzas e ilusiones.
Que esa luz que ahora te acoge nos permita guardarte en el recuerdo, sentirte cerca y unirnos en una tranquila añoranza, aun con la pesadumbre de perderte pero con la alegría de haber compartido contigo todo eso que sabemos que te llevas guardado muy dentro.
Que la lágrima del adiós no nuble nuestros pasos ni nos impida desearte un eterno descanso. Te queremos.