“Un padre excepcional, gran enamorado de Martos y de su Morenita”

Cuando la noche del 15 de marzo dejaba atrás sus últimas sobras para dar paso al día, nos llegaba desde Jaén una noticia que nos rompió el alma. Mi cuñado y hermano para siempre, Pepe Gómez Luque, cerraba sus ojos y su corazón, que llevaba doce años trasplantado, dijo que no podía más... y se paró, agobiado por la vida. A toda la familia, y especialmente a su esposa Mercedes y a sus cinco hijos e hijas que eran su razón de existir, la noticia les dejo un vacío que va a ser complicado llenar. Pepe era el timonel del barco de su familia y sabía cómo hacer que cada uno de ellos supiera cuál es su lugar en la vida. Pepe, aparte de ser un padre excepcional e irrepetible, se hacía querer por todos los que le conocíamos. La palabra no nunca salía de sus labios. Servir a los demás era su razón para afrontar cada día la vida. No le dolieron prendas en ayudar hace más de una veintena de años ya, a una familia sin recursos para enterrar a su hijo. Se ofreció para coordinar a un grupo de vecinos de su barrio de la Fuente de la Villa para recoger aportaciones económicas que hicieron posible que esa familia pudiese hacer frente a los gastos del entierro. Cómo no recordar las veces que a través de su cargo de presidente de la asociación de Vecinos Fuente de la Villa-San Amador ayudó anónimamente a muchas familias necesitadas del barrio, que no daban a conocer su precaria situación, pero él, siempre en contacto con sus vecinos, sí conocía y sufría al ver lo injusta que muchas veces es la vida.
Otra de las facetas de la vida de este hombre bueno, de corazón tan grande que no le cabía en el pecho, era su amor por las cofradías. Su imagen de capataz de Jesús Resucitado, con el martillo en la mano, orgulloso de dirigir a sus hermanos anderos, es una estampa para todos nosotros difícil de olvidar para los que sinceramente le queríamos y le querremos siempre. Cuando los ecos de la campana del paso nos anunciaban esa resurrección que esperamos compartir algún día con mi hermano del alma, espero que algún día cuando todos resucitemos con Cristo, estemos juntos otra vez para poder darte un abrazo fuerte.
Pero si aparte de sus hijos y de su esposa que eran su pasión, buscásemos otra razón para su existencia, esa fue su Morenita, la Santísima Virgen de la Cabeza. No imaginamos su vida sin su Virgen. Ella ha sido su referente y su sustento ante las adversidades de la vida que no han sido pocas en sus sesenta y un años. Desde su juventud estuvo vinculado a la cofradía de Martos, de la que fue presidente bastantes años. Consiguió en su mandato que la construcción de la casa de hermandad del Cerro del Cabezo fuese una realidad o el éxito de la celebración del cincuenta aniversario de la llegada de la Morenita a Martos. Son algunas de las actividades que Pepe impulsó junto con el entusiasmo de los devotos marteños de la Reina de Sierra Morena.
Ahora, desde el dolor que nos provoca tu ausencia, te imagino, Pepe, con tu tambor tocando un redoble eterno en el cielo, siendo quien alegra el rostro divino de la Morenita con tus sones. Te imagino... cantándole, muy despacito, “Virgen de la Cabeza, La Morenita...” esa canción que le cantabas entre lágrimas cada vez que visitabas su camarín del Cabezo. Te imagino, hermano, con tu eterna sonrisa, velando en el cielo por los tuyos. Sí, en el cielo, donde estoy seguro que cuentas con un lugar privilegiado.
Dicen, hermano, que la distancia es el olvido. La muerte terrenal nos alejó de forma temporal. Confío que algún día la vida eterna nos haga reencontrarnos. Hasta entonces, que pueda darte un abrazo a ti y a los abuelos. Descansa en Paz, Pepe... Siempre estarás en nuestro corazón.