Un fiel devoto del Cristo de la Salud, Señor de los “pujareros”

El historiador Francisco Martín Rosales ofrece un sentido tributo a Francisco Hueltes Grande, un referente de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Salud durante los complicados años de la refundación del colectivo:
En un momento de crispación o de desencuentro, siempre se necesita una persona que desatasque la fricción social o tienda puentes entre las dos partes. Por eso, debieron utilizar las mejores artes los alfaqueques castellanos en tiempos de frontera cuando llegaban a las manos los ganaderos de la frontera entre castellanos y musulmanes. Francisco Hueltes Granda se asemejaba a esta figura del hombre bueno de Castilla que siempre me lo hace rememorar en mis reiteradas visitas a la Torre del Homenaje de la fortaleza alcalaína. Era un tipo enjuto, de cara fina y blanca como la cera, manos largas sarmentosas, y ojos que se ocultaban entre las cortinas de los párpados de su tez blanca. Debió ser un descendiente de los primeros castellanos que tomaron aquella fortaleza de avanzadilla de la Sierra Sur lindera con el reino nazarí. Aunque, revisando padrones municipales recuerdo que tuve la suerte de espigar sus y mis parientes más lejanos en tierras alcalaínas y referidos a la ignota rama del extraño apellido de los Granda —que no Grande, abundante en la ciudad de la Mota— , pues cayó en mis manos la partida su abuela que había venido a esta tierra nacida de zapatero asturiano y se emparentó con un recio hombre pegujarero. Asturiano y andaluz, y con raíces castellanas , este hombre fue mi compadre que admiré en mis años de juventud. Pues su porte caballeresco, vestía recia pelliza en su casa, y capa negra con forro de carmesí rojo y verde a la hora de sus salidas a la ciudad de Alcalá la Real; por su deambular, me causaba una impresión de autoridad, la auctoritas que siempre suele ser reconocida por las dotes de quien la ejerce.
Una autoridad que logré descubrir en los archivos contemporáneos cuando me lo encontré continuando la labor mediadora en los conflictos laborales de los primeros años de la República y resolviendo las difíciles negociaciones entre propietarios y obreros de aquellos años. Mi impresión no quedaba solo asida en este tipo lleno de bondad y mano izquierda que se me pierde en la penumbra de los años sesenta, sino que me unieron lazos de familiaridad con su persona. Quiso mi padre, por el parentesco de ser su tío abuelo y por la autoridad patriarcal que confería a toda su familia, que fuera su ahijado y así ejercer el padrinazgo durante mi infancia y parte de la adolescencia.
Y no me repararé en manifestar lo que palpé y presencié: siempre le distinguía su capacidad de comprensión con las personas más desfavorecidas de aquellos tiempos ofreciéndole todo el trabajo que podía; era un hombre leal, un vir pius como los antiguos romanos dicen, cumplidor con sus deberes laborales sin aprovecharse de la numerosa demanda de trabajadores que acudían a su casa; me quedó siempre en mi interior su figura de un hombre con una moral excelsa que respondía siempre a la palabra dada y siempre generoso ante a la adversidad con los más débiles. Recuerdo aquellos años en los que la gente se agolpaba en la fachada de su casa para ver las corridas de toros tras las rejas de su ventana, ya que disfrutaba de una de las primeras televisiones, su casa era de todos. Y su generosidad no se quedaba reservada ni sumida en su filantropía, sino que, como hombre devoto del cristo sanjuanero, la renta de sus bienes cubrió con creces el patrimonio de aquella hermandad costeando gran parte de su imagen y muchos enseres, ahora comprendo por qué fue muchas veces su administrador. Había conservado sus enseres y su traición en los momentos tristes y a la vez ejercía también el mecenazgo religioso y reconocido de aquella gente cofrade de la posguerra. Por ahora, se cumple el aniversario de su muerte y me viene siempre a mi boca aquellas palabras que le decía de niño: “Gracias, compadre. Ahora, comprendo por qué mi padre me donó el privilegio de enraizar con una persona de la que aprendí tanto por su labor mediadora y por su entronque con aquel barrio de casas de vecinos, que era lo mismo que compartir el mundo del verdadero humanismo. Cuántos “frasquitoshueltes” se necesitan en estos tiempos de crisis económica y espiritual.
El tío Franquisto formó parte de esa estirpe de alcalaínos vinculados con el mundo del campo que consiguieron impulsar la cofradía del Santísimo Cristo de la Salud, el Señor de los “pujareros” de Alcalá la Real, de cuya reorganización se cumplieron 75 años hace solamente unos meses.