Ópera épica con el agua
Cabalgata de las Walkirias, de Richard Wagner, para acompañar este viaje por Sierra Mágina

En la cola del pantano, poco antes del amanecer, observamos que el agua del Jándula está tersa. Sólo perturban la superficie pequeñas ondas circulares cuando los peces se activan para comer. Agua mansa embalsada; agua que no has de beber, déjala correr; nunca digas de esta agua no beberé y ten en cuenta que cuando el río suena, agua lleva.
El del Big Bang sería un estruendo inimaginable, el del cataclismo cósmico que permitió el choque enfurecido de cometas y asteroides, bien nutridos de hielo de agua y polvo, cuando bombardearon nuestro recién nacido planeta. Los frutos de la pasión del Big Bang comenzaron a enfriarse en la Tierra hace unos 4.000 millones de años y el agua líquida se acumuló en su corteza: de ahí los mares, océanos, ríos y lagos. Desde que aparecieron los humanos, sus esfuerzos se han centrado en dominar ese cuerpo extraño y poderoso que no huele ni tiene sabor ni color. Es hache-dos-o: un átomo de oxígeno ligado a dos de hidrógeno.
En este pilar de Sierra Mágina observamos el milagro repetido. Del acomodo en la corteza terrestre tras el Big Bang a los recipientes inventados por los humanos para domesticarla y darle uso. Puede que el pilar sea el más modesto. Fluye por sus caños y remansa en el pilón, pero el mecanismo sigue siendo el mismo: el polo negativo del átomo de oxigeno se une al positivo del hidrógeno. Moléculas sin pausa. Así es su difusión, así es el agua y así es la vida. Agua corriente no mata a la gente.