Nana para un campo de cebollas
La Loma, con Canción de cuna, de Johannes Brahms

Si levantas la mirada desde los tallos delicados que crecen en este campo de cebollas hasta el confín de su rigurosa geometría rectangular, presientes el Guadalquivir en su vega fértil de La Loma. Es suelo franco, aluvión de sedimentos del río, proporcionado en su justa medida con arena, limo y arcilla. Piel imprescindible para cosechar esta escarcha cerrada y pobre, leemos en un poema de Miguel Hernández.
Más prosaicas, pero no menos importantes que su tradicional rango humilde en la despensa y la cocina, son las cualidades naturales que potencia esta tierra de crianza: es diurética, prebiótica, antioxidante, antiséptica... Recurso del hortelano y de la cocinera; en la mesa del pobre y en la del opulento; siempre humilde y, a la vez, poderosa. Tanto, que te hace llorar.
Hace siglos, aquellos huertanos de la vega quizá le rindieran tributo llenándole la despensa a su señor don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, aquel obispo insepulto de Jaén. Y hace 85 años, el poeta de la vega baja de Alicante, jiennense por otras muchas razones, destiló la esencia de esa tierra y de la reina de las verduras en ‘Nanas de la cebolla’: En la cuna del hambre /mi niño estaba, /Con sangre de cebolla /se amamantaba...