La fruta hinchada de los aztecas

Campos de La Loma, con ritmos con el teponaztli, de Juan Carlos Portillo

25 may 2025 / 12:34 H.

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Tomalt llamaron los aztecas, fruta hinchada, a un cherri silvestre que los españoles bautizaron después como tomate. Los aztecas lo cultivaron en Méjico ya con el tamaño que hoy troceamos para los platos más variados. O los rallamos para sofritos. Lo cierto es que el pueblo que construyó las pirámides de Teotihuacán lo consumía hace 2.600 años y lo domesticó hace 700 años antes de Cristo. Vino a España, con toda probabilidad vía Guadalquivir hasta Sevilla, tras la conquista de Tenochtitlán, en 1521, por Hernán Cortés y sus tropas. Descontaba años el siglo XVI y no fue hasta finales del siglo XIX cuando se popularizó como producto relevante de la dieta mediterránea.

Su sabor y textura son argumentos suficientes para comerlo, pero los necesarios tienen que ver con sus propiedades antioxidantes y vitamínicas. Tiene pectina que es saludable para los intestinos, buena contra el colesterol y el azúcar en la sangre. Aunque entró por Sevilla en las bodegas de las naos católicas de Isabel y Fernando, los primeros cultivos se datan en Barcelona y Valencia. Sólo con un chorreón de aceite virgen extra y algunos granos de sal gorda encumbran un plato simple y gustoso.

Vuela el dron sobre un campo de tomates en La Loma, cerca del Guadalquivir. Cultivo con sello de modernidad: hileras rectas, plástico protector, ojillos abiertos por los que emergen los delicados tallos del tomate. Nada que ver con la escala de los surcos de la huerta, rectos igualmente, y sus plantas en sementeras alzadas sobre canalillos que abría el azadón para conducir el agua de riego desde el río más cercano. O bien desde la alberca o la acequia.